Son perfectos

Son perfectos

COSETTE ALVAREZ
Sí, señor. Los peledeístas son perfectos. Están tan por encima de la pequeñez del mundo que, todo lo mal hecho, criticable, condenable, todo lo negativo en un ser humano común, se vuelve correctísimo siempre y cuando sea un peledeísta que lo haga. ¿A qué presidente, que no fuera del PLD, se le hubiera aceptado con naturalidad que dirigiera un mensaje desde el escenario de una actividad de su partido? Que yo recuerde, ni Balaguer, dueño y señor de este país, digno padre de esta peculiar democracia que nos rige, hizo eso.

Entonces, la reelección es un delito, pero el continuismo es una necesidad nacional. ¡Vaya sutileza! Cuatro años no son nada, ni ocho y, si a ver vamos, veinte años tampoco. Pero sólo cuando se trata del PLD.

Sálvese quien pueda. No va a ser dictadura, sino una democracia que todavía no ha dado su apellido, pero que ya sabemos que ni es representativa ni participativa, y que si de casualidad es perversa, nunca nos lo dirá abiertamente. Total, que si es cierto que la democracia es el sistema de gobierno los cretinos, la perversidad está llamada a ser su gran virtud.

De manera que sugiero a quienes todavía no lo han hecho pero que terminarán arrodillados, que no pierdan tiempo y doblen sus rodillas de una vez, al tiempo que bajan la cabeza, para que la genuflexión sea regia, solemne, creíble. Los que nos hemos estado preguntando cómo aguantaríamos cuatro años y todavía no sabemos bien cómo sobrevivimos este primero, bien podríamos ir suicidándonos, si no tenemos la entereza para vernos morir de inanición.

Ni siquiera podemos pensar en una poblada, una revuelta espontánea, porque caeríamos como mosquitos cuando rociamos insecticida. Nos declararían delincuentes a todos, se inventarían otro intercambio de disparos y ahí quedó la lucha convertida en un montón de cadáveres. ¿Recuerdan aquella vez que sacaron los tanques de guerra por mucho menos? ¡A eso y no a otra cosa es que llaman apoyo popular!

Ilustremos un poco el apoyo popular. Cuando Trujillo murió, seguramente muchos de los que asistieron al funeral lo hicieron por compromisos de diversas índoles, pero no se puede negar que a muchos de los asistentes, hombres y mujeres, les dieron ataques de ésos que les dan a las personas precisamente en tales circunstancias. Con toda su maldad, su liderazgo estaba implantado. Buena parte de la población se sintió huérfana con su desaparición y todavía quedan no pocos que se sienten así.

Cuando murió Peña Gómez, las demostraciones de duelo fueron muchas y grandes. A esta fecha, muchísima gente que nunca lo conoció ni mucho menos se benefició de él, llora cuando lo recuerda. Cuando murió Balaguer, fue mucha la gente pobre y del campo que gastó tiempo y dinero para llorar de cerca a su líder.

Sin embargo, el funeral de Juan Bosch no fue así de multitudinario ni hubo tales manifestaciones de duelo. No estoy diciendo, bajo ninguna circunstancia, que don Juan fuera menos líder, menos querido que los otros. Es que muchos, demasiados dominicanos, no quisimos movernos de nuestros hogares a codearnos con los peledeístas. Ni siquiera una persona como yo, que debí haber ido a representar por lo menos a mi abuela que tanto quiso a ese amigo de infancia.

¿Quién va a salir de su casa a sabiendas de que, por querer cumplir, sólo estorbará y de ninguna manera terminará la actividad sin una humillación, una cortada de ojos, una murmuración bien despectiva, una desconsideración, un bochorno?

Ellos están convencidos de que este pueblo es muy bruto, que no sabe lo que le conviene, que ellos son los enviados por no se sabe qué deidad para ponernos en el lugar que nos corresponde y disfrutar ellos, y nadie más que ellos, de lo que su petulancia, su arrogancia, les indica que les corresponde.

Y dan por hecho que no nos queda otra que soportarlos hasta que se cansen. O, hasta que, más temprano que tarde, la muerte nos separe, porque ¿cuánto tiempo sobreviviremos en estas condiciones?

Yo estoy loca por encontrarme con siquiera uno de los entrevistados por televisión que aseguraron que la comida ha bajado de precio, para que me diga dónde compra. Estoy desesperada por preguntarle a uno de ellos dónde viven, que alardean de la notoria mejoría en los servicios públicos y, muy especialmente, en la seguridad ciudadana.

A diferencia de muchos, de ninguna manera añoro tiempos pasados. Sólo estoy viendo cada vez más lejana la posibilidad de un gobierno justo, ocupado de la población, con un grado de decencia que los lleve a mejorar la vida de quienes votaron y quienes no votaron por ellos, no a retribuir los votos recibidos y a comprar los que no recibió.

No hay que preguntar nada. Cuando dicen que «e’ pa’lante que vamo», no mienten. Es que van solos, porque no saben hacer las cosas de otro modo.

Mientras, nos dedicaremos a rifar números de puerta en puerta. De todos modos, es dinero en efectivo lo que necesitamos pues los comerciantes no están apreciando los pagos con tarjetas ni cheques, cada día más maquinitas (verifón) amanecen dañadas y mueve a suspicacia la oferta de Impuestos Internos de repartir premios sorteando los números de aprobación.

De manera que, como dice la Biblia, «dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco volveréis a verme». Esto de la opinión pública está muy delicado. Yo no tengo a quien darle coba ni me salen bien los intentos. Este gobierno no gusta de las sugerencias, ni creen necesitarlas porque lo saben todo y más. Y las por lo menos dos horas semanales que me toma el peor de mis artículos, no puedo ni quiero dedicarlas exclusivamente a repetir que siento mucho miedo (no respeto), que detesto a los peledeístas. Sólo recordar que existen, que nos gobiernan y que pretenden perpetuarse en el poder, me acorta la vida.

Tengo que concentrarme en mi guerrita por subsistir, apoyar a mi hija en sus estudios y esforzarme por llenar los ridículos requisitos para adquirir un pasaporte ordinario, a ver si encuentro un lugar en el mundo adonde largarme. No es fácil recomenzar a los cincuenta y cuatro años.

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