Soñando el Everest. Un modo de vivir la vida misma

Soñando el Everest. Un modo de vivir la vida misma

Sólo después de terminada su lectura pude valorar  y comprender la grandiosidad de esta extraordinaria hazaña. El coraje y la valentía de los alpinistas y el  valor inconmensurable de un sueño que pudo llevarlos hasta la cúspide de la montaña más alta del mundo (8,848 msnm).

La más inaccesible, inhóspita y peligrosa del  planeta tierra. Pero también las más querida, seductora, y venerable   que con su embrujo logra enamorar a  todo aquel que  intente llegar a ella y   retar  sus desafíos, aun sea  para  dejarle un gesto de ternura y plantar en lo más  alto de sus cumbres nevadas  una bandera de oración por la paz del mundo y la preservación del planeta amenazado; y, sin falsa modestia, orgullosamente decirle: “Aquí estamos nosotros. Esta es nuestra Bandera Nacional. La bandera tricolor.  Bendícela,  y bendice a nuestro pueblo,  y hazle saber a los demás pueblos hermanos que nosotros, los dominicanos, también podemos.”        

Soñando el Everest, de Federico Jovine Rijo, no es una novela de aventura ni un trailer de suspenso. Es el encanto narrativo de un sueño  encantador. Relato de una conquista imposible, hecha  realidad por  tres ilusos montañistas: Karim, Iván y Federico y sus valiosos acompañantes, atrapados por el sortilegio  de una historia alucinante donde  estos tres valientes apasionados, sin escatimar riesgos ni sacrificios, se trazan como meta última sobrevivir para alcanzar lo inalcanzable, luego de   explorar  todas las alturas de nuestra pequeña isla, vivir el Pico Duarte, el más alto de la región  y,  sin consultar el destino, extender  su aventura y su pasión hasta  escalar todas y cada una de las mayores  elevaciones de cada 5 Continentes.  y  entonces, sólo entonces,  soñar con el Everest. 

Y, ya decididos, no cabe  espacio para la duda, que lo imposible es tan “solo aquello que tarda  más tiempo.” Que nada puede detener el deseo y la determinación del “querer ser”, si lo que queremos vale la pena, porque nos trae Paz interior y felicidad.

Tuve ocasión de escuchar mensaje de mi  entrañable “pupilo”,  su  excelente exposición  dando testimonio de vida de lo que significa, en esas soledades de espectacular hermosura,  no estar solo. Sentirse acompañado del coraje, la solidaridad, la lealtad, la entrega, el sacrificio y la voluntad  de todos los que creyeron en  el valor de un sueño: colocar místicamente la bandera nacional en el lugar más alto del planeta, objetivo único de un colectivo  envuelto en valores no individualistas,  que me permitió apreciar a intensidad del proyecto, condensado en el magnífico prólogo de Miguel José Moya, y adentrarme en el meollo de esa epopeya singular; de sus avatares, vicisitudes y proezas  fruto de la hermandad y de la fe puesta por  muchas personas,  instituciones y empresas, públicas y  privadas, que sí creyeron.

Sólo entonces pude valorar la grandeza de esta heroicidad que logró arrancarme lágrimas de emoción  al verlos partir decididos hacia la peligrosa conquista del Everest: “Ahí van tres hombres, carajo!” Cinco  palabras y un sueño abrazado con tenacidad y con fe que hacen posible  desterrar del camino  todo imposible porque “cada quien tiene soñada su propia montaña.”         

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