Soñar, una condena terrible…

Soñar, una condena terrible…

JOSE BAEZ GUERRERO
Estoy fuñido. Por más que trato, no logro evadir estos sueños. Ahora volvió el doctor. Y lo peor de todo es que son sueños repetidos. En la terraza de mi casa, viendo a los muerciélagos revolotear por mi inmenso níspero, volvimos a conversar.

JBG: Dicen que pese a su austeridad personal, nadie gozó tanto el poder como usted, porque nadie lo entendió tan bien como usted. ¿Es verdad?

JB: ¿Cómo dice, gozar? ¿Gozar del poder? No, no creo… Eso no va con mi temperamento, no señor, no va…

JBG: No me refería al disfrute del poder en un sentido hedonista, sino al placer, íntimo quizás, de contar con los medios para ejercer el oficio de estadista desde la jefatura del gobierno. ¿No estaría usted dispuesto a admitir que duró más de medio siglo enamorado del poder, y que éste le correspondió?

JB: No. No creo. Creo más bien que nunca he rehuido las responsabilidades que me han sido encargadas. Existen muchos ejemplos que puedo citar, a mi favor, demostrando que estuve muchos años buscando el retiro a que tienen derecho todos los hombres de cierta edad.

JBG: Pero es que si usted hubiera querido retirarse, habría bastado con hacerlo, no anunciarlo para luego continuar buscando recuperar o mantener el poder.

JB: Sí, sí, sí… Tiene usted razón. Le doy toda la razón. Es algo difícil de comprender.

JBG: Dígame, por favor, doctor Balaguer, ¿en realidad se iba a retirar usted cuando decía que terminaría cada período? Porque usted pasó su vida entera diciendo que estaba terminando, y siempre seguía, ó volvía…

JB: Hubo mucha gente impaciente con mi partida, como si yo fuese un estorbo. Yo siempre fui intransigente con la ley. Lo que me mande la ley, eso hice. Ese fue mi deseo, siempre. Yo siempre lo dije así. Pero las circunstancias, el destino, variaban mi intención. Es una fuerza mayor que la voluntad mía. Yo sobre eso definí mi posición aún antes de las elecciones del ‘94, cuando firmé el acuerdo político que me quitó dos años… Pero como usted insiste, permítame contarle. Cuando el asesinato del General Trujillo, en 1961, tenía yo el título de Presidente de la República. Debí convertirme más bien en un árbitro entre los entes que detentaban el poder real. Aquellas circunstancias eran muy complejas. Durante los interrogatorios a los matadores de Trujillo, uno de ellos reveló que los conjurados me habían puesto al tanto de sus planes. Una revelación parecida, comprometiendo al general Pupo Román, le costó la vida, pese a que era secretario de las Fuerzas Armadas y, por su condición de pariente de Trujillo, gozaba de verdadera influencia. A mí, en cambio, el destino me preservó, pues inexplicablemente Ramfis no quiso desmadejar ese cabo suelto, esa pista que pudo ser fatídica. Sin embargo, poco después debí salir al exilio, y todo parecía indicar el fin de mi carrera como servidor público. Fueron las circunstancias, ninguna de las cuales nadie hubiera osado predecir ni adivinar, las que permitieron luego mi retorno al país.

JBG: Entonces, ¿usted no cree que la carrera de Danilo Medina ha llegado a un callejón sin salida?

JB: Je, je, je… ¡Qué ocurrente es usted! Mire, en el 2000, Medina y yo sacamos igual cantidad de votos. O sea, que él fue en un momento tan popular como yo. De ahí pueden sacarse muchas conclusiones…

Quedé confundido. Balaguer no quiso decirme más nada, excepto recordar que don Guaroa le mandaba unos nísperos parecidos a los míos. Estos estadistas son enredados, porque la eternidad los pone a hablar en parábolas…

j.báez@codetel.net.do

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