Sonetario de los santiagueros ilustres

Sonetario de los santiagueros ilustres

ÁNGELA PEÑA
Ramón Lorenzo Perelló, político, historiador, escritor, locutor, periodista, viejo militante antitrujillista que fue torturado en La 40 por su participación en el Movimiento Revolucionario 14 de Junio es, ante todo, santiaguero y poeta. Lleva años viviendo en Santo Domingo pero su pensamiento, su corazón, sus recuerdos y tal vez sus amores más tiernos, están en Santiago aunque se mueva raudo y activo en la Capital asombrando a la gente con esa voz animosa y el léxico perfecto con que arengó a los cívicos por las emisoras de su pueblo, anunció el golpe de Rodríguez Echavarría, leyó versos, noticias, cartas, libros, al ex Presidente Balaguer desde que éste perdió la visión hasta su muerte.

En su mente lúcida late Santiago, viven sus gentes, habitan personajes que para él son imborrables porque pasó infancia, adolescencia, adultez, viéndolos, compartiendo bohemias, admirando mujeres, alimentándose de la palabra de los más sabios, imitando el ejemplo de los más dignos.  Esas personas no podían quedar sin el reconocimiento de ese hijo de La Hidalga para el que han sido inolvidables y por eso les ha rendido tributo en un sonetario en los que pone de manifiesto sus virtudes de bardo, su elocuencia, su capacidad métrica, rítmica, cadenciosa, para perfilar las semblanzas de maestros insignes, de figuras notables, de profesionales distinguidos, de educadoras egregias, de extranjeros que hicieron de aquella ciudad su patria chica, de las muchachas más encantadoras.

 «Llegaba al aula con febril destello/ -fija en el alma y en la mente fija-/ la Gramática de la Lengua de Bello, / renuevo de la primicia de Nebrija», dice de María Hernández de Cuello, mientras que de Ana Mercedes Pepín de Gómez destaca: «Su aula estaba llena de ternura/ pues acaso Dios mismo la bendijo, / y era cada lección una aventura/ y cada alumno era como su hijo». Los ideales, la consagración a la Patria, el valor de Altagracia Iglesias de Lora son también exaltados: «Su voz se alzaba con unción y fuego/ deseando que el alumno comprendiera/ que la vida es pasión, disputa y ruego, / y es amor, y es promesa, y es bandera». Otras maestras a las que devotamente glorifica son Clementina Álvarez Pereyra, Carmen Celia Balaguer Ricardo, Colombina Pellerano de Cuello, Carmen Rodríguez de Dipré, Elsa Brito de Domínguez, María Altagracia Franco de Franco, las hermanas Liz, Teolinda Páez, Iluminada Aracena de Perelló, Camelia Hernández Perelló Núñez, Fulvia Hernández viuda Rodríguez, Erundina Santos de Silva…

Entre los insignes educadores está Francisco Abinader: «De estatura menuda, pero inquieta, / su alma está repleta de virtud, / como el alma inspirada del poeta/ y la del mozo en plena juventud». De Andrés Apolinar Bueno cuenta: «Desde su juventud fue un estilista/ que tocó con destreza su violín/ y, como consagrado y fiel artista, / derramó su armonía hasta el confín». A ellos acompaña otro nutrido grupo de maestros. Canta a la voz emocionada y a las cuerdas de la guitarra huraña de Chencho Pereyra,  a Piro Valerio,  «artista y obrero que prestigió su labor de zapatero y el canto sublimó con su pasión», al esmero con que bailaba el tango Carlos Almonte Nolasco, a la voz armoniosa de Manuel Antonio Arias Villamán, al foete de Macuyo en carnaval, a las «Puyas de Javilla» de Luis Camejo, a la perseverancia de Román Franco Fondeur, al motor incansable de trabajo que fue Eduardo León Jimenes: «Probando el fino aroma del tabaco/ le dio al cigarro un mágico incentivo/ y, como el vino que inventara Baco, / creó un producto noble y atractivo». 128 santiagueros y santiagueras desfilan por ese «Sonetario de los santiagueros ilustres», que es tributo a Santiago y a sus hijos meritorios, con sus rasgos más sobresalientes sacados «del cofre encantado en que archivamos/ los recuerdos de amor que no olvidamos…» de «esa ciudad que embruja nuestra vida… / La que amaremos siempre y sin medida», porque «Santiago es tu Santiago y mi Santiago».

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