Sonido: ¿música o ruido?

Sonido: ¿música o ruido?

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Empecemos por ciertas acepciones según el diccionario de la Real Academia Española. Sonido: “Sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire”. Música: “Sucesión de sonidos modulados para recrear el oído”. Ruido: “Sonido inarticulado, por lo general desagradable”. Deducimos de aquí que tanto la música como el ruido caben en la definición de sonido. ¿La diferencia? Dos palabras mágicas: “recrear”, o deleitar, en el primer caso y “desagradable” en el segundo. Escribía Schopenhauer que “el ruido es una tortura para los intelectuales, y la más impertinente de las perturbaciones”, y proponía que “la cantidad de ruido que uno puede soportar sin que le moleste está en proporción inversa a su capacidad mental”.

La música siempre ha estado de moda. Desde el tam-tam de los primeros instrumentos inventados o descubiertos por el hombre, hasta los nuevos sonidos a los que se les llama o se les quiere llamar música. Me refiero aquí a la humanidad y no a que los descubridores hayan sido del sexo masculino, moderna diferenciación que a veces se hace incómoda a la hora de escribir. Pero el problema grave no es que te agrade o te desagrade cierto tipo de música o su reproducción. El problema es ver cómo te quieren hacer oír la susodicha música. Como sea, al volumen que sea, a la hora que sea y en el lugar que sea. Independientemente de que te guste o no, de que estés durmiendo o no. ¿No somos libres?

En español existe el término melómano para definir a aquel que es un apasionado por la música. Por tanto, un guachimán que oye noche por noche su bachata en un pequeño radio de baterías a todo el volumen posible puede ser calificado como melómano. Pero para aquellos puristas de la música que gustan de escucharla como si fuera en vivo en una sala de conciertos, yo prefiero el término en inglés “audiophile”, que es la persona entusiasta del disfrute de la reproducción de sonido de alta fidelidad. Audiófilo, como solemos decir en español, aunque el término no existe en el diccionario de la RAE. Pero en fin, ésto no es un asunto de semántica. Ni de anglofilia.

Léase, el audiófilo es aquel que quiere reproducir en su área de entretenimiento personal o familiar, con sus propios equipos, la acústica y la fidelidad de sonido que escucha, por ejemplo, sentado en el mismísimo medio de la sala Eduardo Brito del Teatro Nacional. A lo otro se le llama, de nuevo según el diccionario, “música ratonera”, refiriéndose a “la mala o la producida por malas voces o instrumentos desafinados”. Yo agregaría “o la reproducida por equipos de mala calidad o mal ensamblados, sobre todo cuando se oye a altísimo volumen”.

Desde hace un tiempo, se ha puesto de moda tomar un vehículo cualquiera y, despojándose el propietario de todas las áreas útiles para transporte de personas o equipaje, utilizar el mínimo espacio disponible para instalar equipos de reproducción de sonido. Y allí dentro se meten, embutidos como sardinas en lata, los famosos “gufers”, “tuiters” y demás zarandajas. Colocados como quepan. Mientras más, mejor. Resonando unos contra otros y orientados según el espacio disponible y no según las normas de la acústica, inexorable ley física. Además, se instalan “plantas”, es decir, amplificadores de potencia, de miles de vatios y cuestionable calidad. Y se gastan cantidades y cantidades de dinero en lo que muchos creen que es la maravilla de Dindo.

¿Los instalan ingenieros de sonido? No. ¿Saben los instaladores lo que es “octava”, “armónica”, “decibelio”, “distorsión” o “fase”? Dúdolo. Desde que un elemento de un altavoz o bocina se conecta fuera de fase ya no suena como debe. Si el equipo que reproduce el sonido o el medio donde éste está grabado es malo, hay distorsión. Y lo más desagradable del mundo para el oído humano razonablemente educado es la distorsión, sobre todo si es super amplificada por equipos de mala calidad.

Recuerdo, como es típico, a los políticos y sus camiones musicales de campaña electoral. Me gustaría que algún día se los parquearan frente a sus casas por tres o cuatro horas seguidas después de las ocho de la noche. ¡Para que ellos lo disfruten igual que el pueblo! Porque hay que contar también con el tiempo de exposición al ruido de exagerado nivel de decibeles, que puede provocar cefaleas con todas sus consecuencias.

Una cosa es salirse un poco de las normas establecidas, ser original, si se quiere, y otra muy diferente pretender sobresalir o llamar la atención a como dé lugar. Pero en un país de gente libérrima, debemos siempre respetar el derecho ajeno, que, como dijo Don Benito, es la paz. Cantidad no necesariamente es equivalente a  calidad. Acabemos de entenderlo. Aunque todo lo bueno es caro, no todo lo que cuesta mucho dinero es bueno. Definitivamente.

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