Sopas y su gran variedad

Sopas y su gran variedad

POR MARGARITA QUIROZ
La pequeña y atormentada Mafalda, creación del humorista argentino Joaquín Lavado (Quino) como es sabido siempre odió la sopa. Hoy día, 50 años después, su inventor reveló que todo era una metáfora que tuvo que representar para evadir censuras por parte del autoritarismo militar durante el gobierno de Juan Perón.

Y es que, la inapetencia de Mafalda por la sopa, era algo que pese a su convencimiento, rayaba en lo extraño, ya que pocas personas afirman no gustarles este rico alimento.

Aunque –es verdad– en ocasiones se ha escuchado decir a algunas personas que “la sopa no es comida” simplemente porque es un alimento líquido y el dominicano está acostumbrado a comer comidas fuertes como la tradicional bandera (arroz, habichuela y carne). 

Es un hecho comprobado que los estómagos sienten “agradecimiento” por los efectos que causa el agua caliente y este es el motivo por el que la sopa se ha convertido en unos de los inventos culinarios más efectivos para levantar el ánimo de cualquier enfermo, de ahí que se conozca con el seudónimo de “levanta muertos”.

Los expertos afirman que la sopa es un plato “patrimonial”: cada país o región, con un mínimo bagaje gastronómico, cuenta entre sus activos con una sopa típica. Su fórmula, generalmente depurada por el paso del tiempo, se transmite de generación en generación, abriendo el apetito y componiendo el cuerpo de ricos y pobres por igual.

Los franceses inventaron la reconfortante soupe a l’oignon, que se sirve muy caliente sobre endurecidas rodajas de pan, típica de los bistros parisinos. En la Provenza crearon la dorada y voluptuosa bouillabaisse, una sopa compuesta de una docena de pescados y mariscos del Mediterráneo, tomates, cebollas, ajo, aceite y azafrán. De los españoles se conoce el cocido madrileño, el marmitako vasco, la fabada asturiana, las diversas sopas de ajo, y de sus tierras más calientes, el gazpacho andaluz y la sopa de almendra. De los húngaros es típica la sopa de goulasch elaborada con carne, tomates, paprika y tocino. Muy popular en Polonia y Rusia es el borchst, hecho con beterraga y otras verduras que se sirve fría o caliente acompañada de un chorrito de crema ácida. El tradicional yújale judío, también conocido como “the jewish peniciline”, que no es otra cosa que una vigorizante sopa de pollo acompañada habitualmente con unas esponjosas bolitas de harina de matzá. De los norteamericanos se conoce la vichyssoise y los chowder. Los chinos inventaron las extravagantes sopas de aletas de tiburón y de nidos de golondrinas. En Colombia es típico el ajíaco, en Perú el chupe (nombre genérico de un sinnúmero de sopas).

Sin embargo, más allá de este colorido, la sopa no ocupa hoy el mismo lugar que tuvo en el pasado. En tiempos de los abuelos, la gente comía fácilmente tres o cuatro platos en el almuerzo, comenzando invariablemente con algún tipo de sopa.

Pero los hábitos han cambiado. Actualmente la gente no come tanto y no es fácil integrar un plato de sopa en la elaboración de un menú. Por lo general las sopas en sí mismas son sobreabundantes, y no dejan espacio para otros platos. Por eso, es recomendable servir poca cantidad. Existe una enorme variedad de verduras, crustáceos, pescados y carnes con los que se pueden lograr sopas de sabores intensos y deliciosos.

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