Sordera

Sordera

El peor síntoma de descomposición social se pone de manifiesto cuando los interlocutores que ostentan los mandos reaccionan con sordera ante los reclamos de respuestas y soluciones que hacen sectores mayoritarios de la sociedad.

Cuando esta es la tónica en el ejercicio de los poderes, entonces los sectores de la sociedad autores de los reclamos suelen apelar a lenguajes que suplantan el diálogo y se tornan estridentes y cada vez más contestatarias.

Con muy buen tino, al serle expuesta la situación del sector salud por directivos del Colegio Médico Dominicano, el arzobispo metropolitano de Santo Domingo, cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez ha planteado que estamos sumidos en un desorden mayúsculo porque no hay interlocutores válidos.

Sus expresiones, que concuerdan con lo que ha estado pasando en el sector salud, nos traen a la mente las veces que las autoridades han faltado a promesas de solución que han formulado en el Diálogo Nacional y otros foros, cuando se ha debatido el tema de las deficiencias y carencias en servicios vitales.

Ahora mismo, más que falta de recursos para afrontar ciertas situaciones, los mandos del país denotan sordera ante el reclamo de respuestas a ciertas interrogantes que se hace la sociedad y que la precipitan a aprovechar las «bonanzas» de precios de hoy, porque nadie puede anticipar cómo estarán las cosas mañana.

La sociedad recibe un mutis por respuesta cuando trata de que alguien explique las razones de la situación en los hospitales, o el dislocamiento de los precios, o la muy oportuna «escasez» de combustibles en vísperas de alzas, o el desplome también oportuno del sector energético por falta de combustibles, o la vocación de violar la constitución estableciendo impuestos y multas por decreto.

Evidentemente, todas estas cosas denotan el irrespeto que se siente por la sociedad. Son estas mismas cosas las que hacen que los gobernantes tengan que oir lo que no quisieran oir.

[b]Devaluaciones[/b]

En esta sociedad, por lo visto, no sólo ha tomado el despeñadero el valor de la moneda, sino que se han ido devaluando muchos principios de moral social y hay mucha irreverencia por todas partes.

Quizás ha influido en ello el deterioro de la familia, cuyo mayor contribuyente ha sido siempre la paternidad irresponsable y descuidada ante la formación de los hijos.

Sea como fuere, ya es demasiado común, demasiado costumbre, el ver el irrespeto ante los símbolos patrios, religiosos y de otras índoles. Ya no hay rubor para ofender símbolos que han merecido el respeto de afectos y desafectos de las filosofías que ellos representan.

Semejante desparpajo avergüenza porque se advierte que ese irrespeto por los símbolos erosiona la moral y pone a la vista de todos, inclusive inocentes de corta edad, ejemplos aberrantes que nada de bueno aportan.

Es lamentable que, por monedas o como si fueran monedas, algunas intimidades humanas estén también tan devaluadas que deben ser exhibidas y mercadeadas al público, aún a costa de que puedan resultar ofensivas a la vista y los principios de quienes aún sienten respeto por esas cosas, por los principios, por los valores morales y por los símbolos que los representan. Epoca de devaluaciones, no más.

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