Sorpresas del Juego Ciencia…

Sorpresas del Juego Ciencia…

Conozco de manera rudimentaria el “Juego Ciencia.” Sé de la importancia de sus piezas y del valor estratégico de cada una de ellas, ordenadas para defender, atacar y salvar al Rey, figura principal, junto a la Reina, de gran valor,  que goza de movilidad absoluta. Hábil para escapar y frustrar  trampas tendidas por el adversario, puede defender y atacar  al mismo tiempo. Debe reconocerse que el ajedrez  es un juego fascinante. Un reto a la inteligencia y a la imaginación. Se requiere verdadero talento y osadía para ser un buen ajedrecista, mas si se aspira conquistar o retener un cetro. Ser un gran campeón.  Llevado al plano  político, el ajedrez, arte y ciencia, cobra inusitada importancia. Hay en ese tablero vitales intereses en pugna.    

El Presidente de la República, en su meteórica y exitosa carrera política ha demostrado ser un afortunado ajedrecista. No le ha faltado talento ni osadía. Se mueve con destreza. Sabe el valor de cada pieza del tinglado político y el  valor estratégico de cada jugada. Usa sus piezas, desde el peón hasta la misma reina, consciente del fin perseguido. De su propio destino: salvar el trono, su gobierno, su partido. Mantenerse como rey único, irremplazable, absoluto, indispensable, con la mayor ganancia  posible.

En su último discurso hizo galas de su sagacidad política. Atacó a su adversario con mentiras y verdades, advirtiendo sus debilidades y fallos, pretendiendo una jugada maestra. Pero no siempre, en el juego ciencia, se logra el resultado apetecido. Prepara el escenario: “Jaque al Rey”,  proclama,  y el otro soberano, el que observa y decide, con un simple movimiento tan inesperado como  sorprendente, responde: “¡Jaque Mate!” y  termina el juego. Salió mal la jugada, pero  el torneo sigue. Seguiremos viendo jugadas estratégicas interesantes.

En otro escenario de innegable importancia se juega otra tenida.   El peón, como es usual,  no cuenta. Utilizado para hacer  trabajos desagradables, peón al fin, se elimina con un premio de consolación. Otras piezas más valiosas: alfil, caballo, torre, son justamente apreciadas  por el Rey. Las mueve a discreción. Están a su servicio incondicional, dispuestos a servirle y obedecer sus órdenes. Mientras sean útiles, el Rey, ambicioso,  generoso y cruel sabrá retribuirles y protegerlos; sacrificarlos sin remordimientos si estorban o ponen en peligro su reinado. Esas son las reglas del ajedrez. El Capo las conoce. Tiene además,  a su lado, a su reina: leal,  astuta, intocable. Sobre protegida. Nombre de soberana  tiene. Cinco años de prisión privilegiada le cantan. Debidamente negociada, será reducida su pena. Le parece bien. El rey se siente complacido. Deja sin fisura el sistema. Las demás piezas son reemplazables. Entre jugadas maestras, desconcertantes, el juego ha de continuar. Aquellos quienes  a nombre de la Ley  y el Orden se sienten triunfadores, poco les durará la euforia. El soberano, que observa de lejos, sabe que poco o nada ha cambiado. Sabe que, después de la falsa judicial, la banca pierde y se ríe. 

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