Soto Jiménez responde críticas
Aspira a desmitificar la historia presentando
a los personajes como son

<p><strong>Soto Jiménez responde críticas <br/></strong>Aspira a desmitificar la historia presentando <br/>a los personajes como son</p>

POR ÁNGELA PEÑA
“Memorias de Concho Primo”, el libro de José Miguel Soto Jiménez, está escrito de forma tan inusitada que al lector común se le hará difícil establecer si es novela histórica, historia novelada, sociología, literatura, humor, narración documental del pasado, ficción, aunque su relato se centra en hechos del ayer,  y algunos relativamente recientes, rigurosamente cronológicos y auténticamente ciertos. Es el estilo, son las palabras, el contenido semántico, el léxico, los que no permiten definir el género. Y como casi siempre hablan sus protagonistas, en  ocasiones irrespetuosos, irreverentes, despectivos hacia algunos personajes que merecen veneración, también es complicado saber si lo que ellos dicen es el pensamiento del laureado escritor.

Duarte y los Trinitarios son repetidas veces ridiculizados, al igual que Horacio Vásquez en su último mandato. Los intelectuales y los curas, caricaturizados. En el texto más serio de repente aparecen dos meretrices, “María Caché” y “Tatica la Perra”, en una cantina en la que los parroquianos exteriorizan lo hartos que están de don Horacio, convertido en “un viejo cagalitroso”, sobre todo “después que perdió su elegancia proverbial de jefe bailador y echador de vainas para meterse debajo de las faldas de doña Trina”. Él y sus generales “son todos unos come sica”.

Santana, en cambio, es objeto de tratamiento más considerado. A pesar de que se revelan las veces que “da tuza”, “la jode”, está “faltoso”, “arrecho”, encandilado “con esta vaina de la Patria”, se le cita como “el recio caporal convertido en paladín de la libertad”, “la única fuerza con que cuenta el país”, exaltándose su prestigio, su éxito militar”, su “cabalgata mansa”.

El autor de la anexión a España se reía de la decencia de Duarte, que vivía “leyendo libros y escribiendo pendejadas”. De los forjadores de la nacionalidad se anota que “pensando en los huevos de la lechuza pagaron muy caro el novicial de la esperanza, porque habiendo hecho mucho, cedieron lo que no debían de ceder, y más rápido de lo previsto perdieron el control de su proyecto, quedándose “oliendo donde guisan”, o “como Perico en la estaca”.

Que los patriotas involucraran a Bobadilla en sus proyectos independentistas fue “como arrebatarle un caramelo a un niño bueno”, como “si cogieran los mangos bajitos”. Eran “inexpertos, los muchachos de la independencia pura”, cuyo fervor es calificado  como “la fiebre idealista de los liberales”. Y, mientras Santana luchaba y se imponía “a puros cojones”, según “Memorias de Concho Primo”, los muchachos,  de cuyo famoso golpe militar Santana se mofaba, eran “incapaces de matar un pollo”.

En ese agitado momento del acontecer nacional se pone de manifiesto “la adulación empalagosa de los curas” y “la imaginación pendeja de los intelectuales”. Rafael Vidal, sin embargo, demuestra mayor aprecio por las clases que Santana desprecia. Años después, en los comienzos del trujillato, en este singular volumen en el que se reafirma su rol de arquitecto de “la Era”, aconseja al incipiente tirano: “Hágase amigo de los yanquis, los curas, los ricos. Hay que reclutar intelectuales, pero cibaeños, los capitaleños son unos mañosos”.

La obra se inicia con una introducción casi poética a la época precolombina, que simila una paráfrasis del génesis, adaptada a la Isla y sus primeros pobladores. En otros comienzos de capítulos se encontrará lenguaje tan excelso aunque en el discurrir se salpique con perlas como “Este mierda se está volviendo loco… A Rivero parece que se le ha ido la sica a la cabeza”, o con Trujillo exclamando al salir del santuario de Elupina Cordero: “Carajo, una santa nieta de Santana. Las jodiendas de Dios no tienen nombre”.

Lo bello, lo vulgar, lo popular, son una mezcla de este Concho Primo que reproduce las rimas de los merengues que bailaba “El Jefe” y sus reacciones de contento cuando esta música lo sacaba de su asiento, y que evoca, por otro lado, a Felipe Pirela, Vicentico Valdez, Toña la Negra, Julio Jaramillo, El Jibarito de Lares, Nicolás Casimiro, Pedro Infante, “que nos hace añorar sin que se quiera al general Petán y su semana aniversaria”.

“No es un invento mío”
No es admirador de Santana y los merengues de Trujillo los cita porque los estudió y porque es “un merengólogo”, lo que en el Cibao –él es santiaguero- “se llama un merenguero. Soy un gran conocedor del merengue típico como tal. Ahora, en el caso de los merengues de Trujillo, hice una investigación”, explica Soto Jiménez, a quien inspiró escribir esta obra su abuelo, primero montonero y después trujillista cuando su comandante, Piro Estrella, bajó la guardia y se entendió con Trujillo, que puso como condición recibir la revolución con Cuchico Jiménez como orador en el parque de Santiago, para descalificarlo frente al pueblo. Él le contó muchas de las historias de  “Memorias de Concho Primo”.

Aclara que no ultraja a Juan Pablo Duarte y sus compañeros, “todo lo contrario, es una forma de desmitificar la historia”, dice. Él, sin embargo, en ocasiones  parece retornar a esos cronistas tradicionales que generaciones recientes han catalogado de novelescos. Al respecto comenta que, “comenzando por el historiador García, a nosotros nos han contado una historia que no corresponde a la realidad, ni siquiera a la realidad de cómo hablaban los personajes. ¿Cómo hablaba Santana? Tengo referencias de que a Santana casi no se le entendía por la cantidad de dicharachos y malas palabras que decía. Y eso de decirle los muchachos a los Padres de la Patria, eso no es invento mío”.

-Claro que no, pero usted lo emplea tanto que parece que también siente desprecio por ellos- se le observa, y él reafirma que no lo dice él, sino  actores de esa época, porque “eso era lo que ellos pensaban”, responde citando a Tomás Bobadilla (“Boba” en el libro), Lavastida, Delmonte…  Trae el tema de hateros, peones, capataces, militares y declara que “un general tiene que parecerse a su ejército, a su base de sustentación social, y Santana era su patrono y se parecía a ellos pero imagínese el choque de Duarte llegando a Sabana Buey, comenzando por la vestimenta, los hábitos, la educación, contrastaban, es que un general tiene que parecerse a su ejército, es una realidad, no es un invento mío, yo, todo lo contrario a lo que usted señala, lo que trato es de marcar ese contraste, pero no a favor de los otros”.

-Lo que se dice de Duarte en “Memorias de Concho Primo” es la antítesis de todo lo que se ha escrito sobre el patricio, sobre todo en ese momento en que Santana lo espera-

“Yo creo que todo lo que se ha escrito de Duarte es un gran error, se ha tratado de santificarlo, y al santificarlo, comenzando por El Cristo de la Libertad, lo que han hecho es convertirlo en un ser que no se parece a nosotros, ahí está el contraste. Faltan a la verdad histórica, porque Duarte fue un revolucionario, militar, pero esos apologistas, tratando de idealizar su figura, lo han alejado de la realidad y han malogrado, quizá, el aspecto más importante, que es su labor revolucionaria”, significa.

Asegura que él lo enfoca así y manda a la reportera: “Excúseme, yo creo que usted debe releer el libro”. Al señalarle que Santana recibe mayores reconocimientos que Duarte, explica: “A Santana lo trato como lo que es, un individuo totalmente desideologizado que no tiene fe en la República pero tiene la fuerza social que constituye un ejército, entonces, su falta de formación lo lleva a la traición absoluta y a la negación de sí mismo”.

Invita, además, a situarse en lo que pensaban los conservadores de los liberales, para justificar el maltrato verbal contra los patriotas, y agrega: “El juego es, y eso no me lo inventé yo, lea a Cassá, que el polo de autoridad social por 200 años estaba en los hatos, los hateros eran los únicos que tenían tierra y empleados, tenían la fuerza para hacer el ejército, ahora bien, eran analfabetos, entonces ¿qué eran los Trinitarios? Eran la baja pequeña burguesía urbana con modales, educación, esa es la realidad, eso no me lo inventé yo. ¿Cómo los veían ellos? Como los ven todavía en el siglo XX los intelectuales capitaleños, como veían a la ruralidad”.

-Usted  –o los protagonistas de su libro- no quieren  mucho a los intelectuales capitaleños-, se le interroga citando expresiones de sus memorias poco encomiables a esa clase. Reafirma: “¡Pero ese no soy yo!”. Al preguntarle por qué es tan reiterativo también con la intelectualidad exclama: “¡Ah, pero es que esa es la realidad! Yo soy reiterativo con una realidad que no me inventé yo. Pero venga acá, usted solamente tiene que leer los pesimistas dominicanos, pero eso lo viví yo con el testimonio de mi abuelo, no le daban cabida a la gente de provincia, y usted lo sigue viendo todavía. Hay una discriminación que no se la inventó Soto”

Se retoma el tema del lenguaje y el estilo de su obra. “No es historia formal ni es pretensión de historia formal, ahora, hay una realidad: así es que habla el pueblo. Entonces ¿qué queremos? Disfrazar como habla el pueblo?”. Dice que no teme que se tome el libro como de humor, pero, si así ocurriere, sería “una forma de reírnos de nosotros mismos, y qué bueno que sea así”.

La obra a veces es lírica, como cuando introduce el asesinato de Martínez Reyna, un amanecer en la vida de Santana, la expedición del 14 de Junio o el perfil de Manolo Tavárez. “¿Dónde se ve el contraste?”, pregunta. Es que de repente, aparece “Tatica la Perra”, el “cagalitroso” de Horacio Vásquez, Santana “faltoso” o “dando tuza”, mientras que por otro lado su escritura asume un nivel de elevación, se le responde.

“Eso no tiene nada de malo, yo creo que hay que faltarle el respeto a la literatura, y no es una expresión mía. ¿Qué es lo importante en toda obra literaria y aun en la historia? Comunicar. Ahora, usted quiere comunicar vistiéndonos de una cosa que no somos, esos mismos pruritos los encontraron Espaillat, Eugenio Perdomo, que consideraban el sancocho y el machete vulgares”, enfatiza, aunque de lo que se habla es de léxico.

El ex secretario de las Fuerzas Armadas lo que pretende es “hacer la historia atractiva, no vestida de primera comunión”. Manifiesta que no es ficción, sino realidad, y define su estilo como “la historia de la historia. ¿Literario? (pregunta) se acerca mucho a lo que es la historia novelada”.

“Memorias de Concho Primo” llega a las 746 páginas. Ilustrado, con impresión de primera, se extiende hasta más allá de julio de 2002, cuando falleció Balaguer. El último capítulo, “Oficio de difuntos” trata sobre Peña Gómez, Balaguer y Bosch.

-General, a pesar de que usted dice que escribió el libro de esa manera para hacerlo más atractivo, personas que lo tienen opinan que es como un acertijo al que hay que llegar después de recorrer tres o cuatro párrafos para saber a qué va a referirse y que cuando empiezan, se les quitan las ganas de seguir-.

“No comparto esa idea, y no la comparten tampoco las opiniones que he recibido. No creo que sea así. Lo considero sumamente atractivo, a la gente le gusta eso, y es una aproximación valedera a la historia, hay gente que no se aproximaría a ella por otro camino”.

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