Soto y sus memorias de Concho Primo

<p>Soto y sus memorias de Concho Primo</p>

 SERGIO SARITA VALDEZ
Alguien de manera muy atinada ha sentenciado que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. De ahí la importancia de escudriñar en nuestro pasado con el propósito de saber de dónde venimos, lo que somos y el rumbo que hemos seguido hasta el momento. Esa historia puede concebirse a través de una biografía de las personalidades más destacadas en las distintas épocas, así como del relato cronológico de los acontecimientos relevantes que tuvieron un impacto significativo en el devenir de la nación.

Sin embargo, para una tarea historiográfica de envergadura es de extraordinario valor conocer la calidad de la persona que narra las situaciones y hechos. Un escritor que siempre me ha cautivado en la narrativa histórica novelada se llama Stefan Zweig. Este tiene el encanto literario de adentrarse en la psiquis del biografiado e inyectarle vida, haciendo del personaje un ser humano carnal con todas sus fortalezas y debilidades expresadas de un modo tal que el lector se sumerge en una atmósfera tan real que a uno le parece estar viviendo el momento y encarnando al biografiado.

Conservando la distancia y el tiempo, a la vez que respetando los estilos, me atrevería a decir que el libro Memorias de Concho Primo de José Miguel Soto Jiménez marca una nueva modalidad criolla, algo a lo Stefan Zweig, de contar la historia dominicana tomando como hilo conductor las luchas armadas incluidas las independentista, restauradora e insurreccionales. Entre estas últimas están las guerrillas de Manolo Tavares, Francis Caamaño y Amaury Germán.

La obra detalla las horas finales de Peña Gómez y de Joaquín Balaguer. El título Oficio de difuntos lo reserva el escritor para el capítulo final de su grueso texto de 746 páginas de liviana lectura y motivo de profundas reflexiones. En éste se engloba el trajinar político de la tríada Peña Gómez, Bosch y Balaguer. Relata Soto Jiménez: “En realidad aquellos tres, supuestamente contrarios entre sí, solo lo fueron, en el sainete pueril de las apariencias. A fuerza de oponerse entre ellos por varias décadas, terminaron por conocerse, admirarse y ponderarse, siendo lógico que fuera así, por ser los tres vías diferentes de la misma esperanza.

Y continúa a seguidas: Como reflejos vivientes de nuestra ansiedad, sombras dilatadas de nuestra ingenuidad, los tres sobrevivieron como proyecciones de nuestra angustia, hasta que falleció el primero y empezaron en ese momento, con la lógica absurda de la muerte, a perder la razón de ser, cada cual a su manera, hasta extinguirse por fin sin sus antagonismos. Realmente, por muchos años, habían representado en el escenario nacional el drama viejo de nuestros dilemas. Como actores estelares en escena, se habían pasado la vida representando el papel de nuestras diferencias Al fin de cuentas, ellos actuaron siguiendo el rol que le dimos, fungiendo así como ídolos predestinados a nuestra adoración, tomando la forma que le atribuimos, para terminar siendo tal cual lo concebimos, hábiles para caerse con nuestros pies, tropezar con nuestros pasos y levantarse testarudos, una y otra vez con nuestras propias caídas”.

La impresión postrera que extrae José Miguel del profesor Juan Bosch se resume en lo que transcribimos: “Bosch uno de los tres, representó esa utopía necesaria, medularmente digna, que llevamos a cuestas como penitencia de una esperanza insatisfecha que nos mantiene sonámbulos en los bordes del milagro. Utopía, que sin ser del todo quimera, ilusión, ensueño, es carne de nuestra carne. Cal de nuestros huesos, sueño que trasciende a la sangre y a la carne para volver al sueño. Esa utopía nuestra de todos los tiempos que siendo clarividencia, no abandona nunca los confines del ensueño y que a punto de materializarse en las orillas del desastre, se frustra recurrente en los perfiles de su honestidad, por una intransigencia recalcitrante que troncha su posibilidad de gobernar, porque no pacta, porque no se transa, porque no se alía a los despropósitos, porque no se cambia, ni se trueca, ni se vende. No claudica en sus creencias, no se hace de la vista gorda a cambio de un triunfo letal a su naturaleza. No acepta desvergüenzas, no las promueve, no las tolera, ni las deja pasar por alto haciéndose el holandés”.

Al cierre de tan entretenida y fascinante lectura damos las gracias al recio intelecto de José Miguel Soto Jiménez, por darme la segunda oportunidad de saborear su exquisita producción que para nosotros arrancó con Los motivos del machete y sigue esta vez con Memorias de Concho Primo. Es nuestra humilde sugerencia de que en la próxima edición se incluya al final un índice alfabético, a fin de asociar rápidamente las referencias de cada personaje, que están esparcidas a través del texto.

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