Soy político, nada humano me es ajeno

Soy político, nada humano me es ajeno

LUIS R. SANTOS
Fulano de Tal, personaje de la novela El Segundo Resucitado, un día llama a un escritor para que narre las últimas horas de su vida ya que se va a suicidar; pero antes de pegarse un tiro invita al escritor a dar un periplo por el mundo. Visitan a personajes vivos y muertos, de distintas épocas. En esa andaban cuando llegaron al parque Colón y Fulano de Tal entabló una conversación con Cristóbal Colón.

Hablaron de diversos tópicos, y al momento de retirarse Fulano de Tal le pregunta al almirante: «Don Cristóbal, usted que ha vivido tanto, que ha conocido a tantos tipos de hombres, ¿qué cree usted del hombre de ayer?, ¿era mejor o peor que el hombre de hoy?» Y la respuesta de don Cristóbal Colón no se hizo esperar; dijo: «El hombre siempre ha sido el mismo perro, lo único que ha variado es su forma de morder». Entonces Fulano de Tal enfurece y le entra a patadas a la estatua del descubridor de América.

Si reflexionásemos acerca de la irrespetuosa expresión de Cristóbal Colón, no tendríamos más alternativas que admitir que tiene razón, por lo menos en torno a que el hombre siempre ha sido el mismo, en esencia, desde su aparición sobre el planeta. El hombre siempre ha soñado, sufrido, padecido, luchado; ha habido grades héroes y grandes villanos; ha emprendido grandes e inútiles guerras para subyugar a sus adversarios, para arrebatarles sus riquezas; a través del devenir histórico de la humanidad la conducta de los seres humanos ha variado muy poco; solo los matices impuestos por las circunstancias diferencian unas conductas de otras.

Y en el caso de los políticos, aunque muchos no quieran reconocer que también pertenecen al género humano, desde que se tiene conocimiento, desde que empezaron a organizarse los primeros conglomerados humanos ha habido corrupción, favoritismo, nepotismo, crueldad y las tantas lacras que compiten con las virtudes humanas.

Entendiendo que los seres humanos tenemos debilidades inmanentes a nuestra condición, entonces es preciso poner frenos, represas, retrancas y otras tantas dificultades a los hombres y mujeres que manejan fondos ajenos, o sea, públicos.

Sabemos que casi a todos los seres humanos nos atrae el lujo, la vida confortable, y eso no es un pecado, siempre y cuando para disfrutar de estos privilegios no explotemos a nuestros semejantes, no abusemos de los recursos que en determinada ocasión se ponen al resguardo nuestro, o no recurramos al crimen en sus distintas vertientes.

Es indiscutible que una mayoría de hombres y mujeres tienen una tendencia natural al enriquecimiento fácil y rápido; por eso muchos se dejan seducir por el narcotráfico; por eso muchos empresarios no pagan sus impuestos y explotan sin piedad a sus trabajadores; por eso muchos funcionarios públicos, a la primera oportunidad, se apropian del dinero del Estado.

Visto todo lo anterior, entonces hay que concluir en que para frenar o mermar el gran asalto a que han sido sometidos los fondos públicos a través de nuestra historia, se hace imprescindible establecer rígidos controles, estrictos procedimientos administrativos, sanciones ejemplares a los desfalcadores y algo muy importante: atraer a la administración pública a hombres y mujeres de probada honestidad, a hombres que no tengan casi ninguna vinculación política con los gobernantes de turno. Parecería una utopía; pero allí tendremos que llegar; pero, para poder llegar, hay ciudadanos y ciudadanas que estamos en la obligación de empujar en esa dirección, que tenemos el deber de asumir un compromiso con nuestro país.

Y pienso que muchos han entendido la gravedad de la situación y están haciendo su trabajo a través de los medios de comunicación; pero hace falta penetrar las estructuras partidarias, tratar de cambiar la mentalidad de nuestros dirigentes políticos y empresariales, estos últimos grandes cómplices de la corrupción pública. Es un proceso largo y tortuoso, pero impostergable, impostergable si queremos permanecer al borde del precipicio y no caer al más profundo de los abismos, hacia donde parece que nos encaminamos.

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