Spanglish, español o estoy disturbado

Spanglish, español o estoy disturbado

MANUEL SEVERINO
NEW YORK.-
«Los Estados Unidos viven un desarrollo sin precedentes de la lengua española, no sólo en términos cuantitativos, sino sobre todo, en términos cualitativos: la presencia del español en la sociedad americana alcanza cotas cada vez mayores y el mundo académico de ese país lidera, junto con el nuestro, la vanguardia en el estudio de la lengua española y de su literatura».

Esta afirmación está contenida en una nota del ABC de Madrid, aparecida en su página «Web» de Internet, que reseña una serie de programas realizados por instituciones académicas de Nueva York con el fin de ampliar las posibilidades de expansión del español en esta parte del mundo. El proyecto es una iniciativa de la Junta de Castilla y León, que incluye presentaciones de dramaturgos, poetas, novelistas, ensayistas y profesores de idiomas.

Si aceptamos esa afirmación como verdad absoluta, estaríamos haciendo creer que se trata de un fenómeno comprobable de un lado a otro del territorio de este país, y que los «términos cualitativos» a que ese «desarrollo sin precedentes» se refiere constituyen una realidad fácil de palpar in situ, para empezar, en algo más que en los conglomerados de inmigrantes provenientes de las naciones al sur del Río Grande, que han venido estableciéndose en diferentes ciudades de la Unión Americana. Pero la verdad es muy otra, y no justifica ese alegado desarrollo cualitativo el aumento puro y simple de la presencia de esos inmigrantes en los Estados Unidos de América. Esa presencia es, físicamente, un hecho innegable, con todo lo que lo caracteriza, pero más como fuerza laboral puesto que en términos culturales podemos decir que ella se limita a la experiencia propia de esos conglomerados, y hasta ahora sólo ha tenido un impacto relativo en los reductos esenciales de la cultura americana.

Hoy día, según estadísticas autorizadas, la población «hispana» que vive legalmente en este país alcanza unos 35 millones, 20.6 de ellos mexicanos. Pero si a esta cantidad agregamos la cifra indeterminada de ilegales latinoamericanos que aquí, se asegura, existen, tendríamos que hablar de más de 40 millones de hispanohablantes: los mexicanos ilegales suman unos 7 millones; a los dominicanos registrados por el censo, un total de 764,945, habría que agregar unos 600 mil, sin exagerar, y con el resto de los emigrantes provenientes de otros 18 países sería posible obtener, claro que en una medida aproximada, esos mas de 40 millones.

Si pasamos balance a los niveles de escolaridad que posee la mayoría de esos inmigrantes, niveles que según la opinión de expertos en la material acusan muy serias limitaciones, es forzoso concluir que en cuanto al idioma español se refiere no deberíamos tomar el continente por el contenido y referirnos en términos mas modestos a las posibilidades que ha tenido (y tiene) ese idioma de sobreponerse a los retos que impone a los inmigrantes la imperiosa necesidad de insertarse en el mercado laboral de estas ciudades.

Y es que la ingrata realidad que aquí están obligados a vivir legales e ilegales, tiene, como principal condición –y condición sine qua non– la que los obliga a dejar a un lado las fáciles claves de la comunicación en su español nada ibérico, para someterse con toda inmediatez al aprendizaje del inglés. Y en tanto se hace posible este aprendizaje, la necesidad de acomodarse económicamente en lo que aparezca, a nuestro dinámico inmigrante queda obligado a servirse de esa «jerga medio española medio slang» de que nos habla el poema de Nicolás Guillén, mejor conocida como «spanglish», y con ayuda de ésta salir a buscársela, cual atinadamente afirma el pueblo llano. Así se lo exige la implacable y brutal impronta de la supervivencia, que no reconoce sutilezas lingüísticas y solo entiende de satisfacer las perentorias necesidades que en Santo Domingo, México, Guatemala o Ecuador los impulsaron a tomar las yolas o a vivir las peligrosas aventuras -muchas veces fatales- que dan vida a los coyotes que hablan.

Cuando nuestro inmigrante se inserta en el mundo del trabajo, es usual que empiece percibiendo un salario que muchas veces está por debajo del mínimo establecido por el gobierno federal. Si habla el inglés y es residente legal no hay duda de que el salario es el que establece la ley, pero si es ilegal y desconoce el idioma del Tío Sam, su permanencia en el trabajo será siempre precaria, ya que ese ingreso dependerá del factor suerte: el bajo salario será la triste expresión de la ilegalidad, y deberá agradecer a Dios el no estar expuesto a las redadas que los inspectores de Inmigración. De cualquier manera, con lo menos que ese trabajador puede contar es con el idioma español, y si acaso puede servirse ocasionalmente de él sólo podrá hacerlo menos que a medias, porque en lo que implica trabajar para un empleador norteamericano sólo el patrono puede poner condiciones.

Es fácil decir que la creciente presencia del inmigrante hispano en este país puede convertir el español en el segundo idioma mas hablado en los Estados Unidos. Pero esta apreciación conduce a equívocos o a consideraciones ilusorias, puesto que solo nos habla de un fenómeno de carácter numérico y bajo ningún concepto quiere decir que la sociedad norteamericana en general, incluidas las instituciones reconocidas como pilares del orden social, se vea, en igual proporción, penetrada por el idioma y las diferentes expresiones que tiene, desde México a la última frontera austral de Chile, –si es posible reducirla a una sola– hispanoamericana.

El llamado establecimiento americano (el «american way of life» con su especial contenido), en tanto es reconocido como una cultura, no ha reducido su resistencia a dejar que sus entidades básicas (ni sus costumbres) sean permeadas por un idioma que, como cualquiera otro conocido, no es solo el instrumento de comunicación natural entre los nativos de un país o una región, sino mas bien la punta de lanza -llamémoslo así- de una cultura con tantas o más virtudes y riquezas como las que se supone son características del inglés.

Con esta observación, que roza apenas la superficie de un fenómeno que se expresa cotidianamente en vastos territorios de la Unión Americana, estoy lejos de proponer comparaciones. Mi interés es llamar la atención sobre la actitud que la sociedad norteamericana asume al aceptar, forzosamente y a regañadientes, la inmigración que no proviene de la Europa blanco-caucásica, a la que acepta sin las restricciones que impone a la de nuestros países. Y pese al reconocimiento siempre a medias de los aportes que hacemos al desenvolvimiento de esta nación, los medios que harían posible nuestra integración a esta sociedad no llegan a satisfacer las aspiraciones que los hispanos repetidamente expresan para que su estada aquí no constituya una negación gradual de su identidad.

El fenómeno más común se produce en el mundo escolar. Las distorsiones y corruptelas son tan agudas como flagrantes que las primeras victimas de estas son los profesores bilingües de diferentes niveles. Los niños hispanos se integran al sistema escolar y la más inmediata de las vías de acceso a éste es el aprendizaje del idioma inglés.

Al mismo tiempo, a ese niño empieza a deformársele la visión de las cosas aprendida en el hogar y la consecuencia de esto es que el empleo del lenguaje español se va haciendo precario. En su comunicación con los padres, obligados como los hijos a valerse del inglés o de lo que sepan de él, el lenguaje va cayendo en esa jerga de que nos habla Nicolás Guillén y hay momentos en que las frases que se intercambian en el hogar, como fuera de él, constituyen una lamentable mezcolanza de voces anglosajonas (que son la mayoría) y de voces hispanas en un juego de imprecisiones muchas veces antológicas por lo divertidas que resultan.

He escuchado a un niño de ocho años decirle a su madre «Mami, vamos a fotar». O «el juego tomó lugar» .

Pero si nos duele que en el comienzo mismo de su formación escolar los niños hispanos estén expuestos a verse sistemática y gradualmente extrañados de su identidad original, en el curso de un proceso que se torna inevitablemente irreversible, en vez de dolernos, nos debería irritar, que por algo que me he permitido calificar de holgazanería mental, un educador dedicado a la política, como Guillermo Linares, no haga el esfuerzo necesario para traducir al español correcto la frase «hispanic empowerment» y diga, públicamente, algo tan disparatado como «empoderamiento hispano» O que la señora Dolores Prida, autora de la versión al español de la novela «En el nombre de Salomé», de Julia Alvarez, se permita traducir «jubilación mandatoria» -esta expresión no existe en el idioma español , y, más adelante, escriba «bufanda paisley»- que no es una marca de fábrica. Sin exagerar, se puede decir que más triste es lo que ocurre en este «elevado mundo cultural» que en del emigrante cuya formación escolar no pasa del nivel primario.

En una conferencia que analizó, sin llegar a nada concreto, el destino de la enseñanza bilingüe en las escuelas públicas en los Estados Unidos, transmitida a toda la nación a través de la televisión federal, el lenguaje utilizado por los participantes, sin ninguna excepción, incluido Linares, fue el inglés.

Qué podemos pensar de un periodista que me dijo: «Severino, no me llames, que estoy disturbado». Pero hay mas: al referirse a un político que repetía una afirmación formulada la semana pasada, otro periodista escribió: «El concejal Fulano Tal remarcó ayer»…y paremos de contar. Es decir, si existe el riesgo de que en el pueblo llano, que constituye el grueso de nuestra migración, el idioma español esté llamado, primero, a deformarse, y luego a padecer el empobrecimiento paulatino de que hablo, a medida que crezcan las aspiraciones de superación de los miembros de ese sector de acceder a una educación superior, profesional, quiero decir, será imposible evitar la mengua del carácter cualitativo de su idioma original como de la identidad cultural de que ese idioma es su principal expresión.

El ejercicio profesional, privado e institucional, como lo exige el sistema, es generalmente en inglés.

Alguna gente dirá que exagero al considerar que la presencia del idioma español en este país podría terminar adquiriendo un aspecto marginal cuando no fantasmal. Pero a quienes así piensen los invito a realizar el estudio a fondo correspondiente.

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