¡Suba usted…ingeniero!

¡Suba usted…ingeniero!

Transcurría el año 1949. Yo esperaba una guagua, en una parada de la avenida Bolívar, iba a la Universidad de Santo Domingo, para asistir a clases. Hacia unos meses había llegado de Tamboril, con diecisiete años y conocía poca gente en la capital. De pronto se detuvo un auto negro, Ford Mercury. Conducido por un señor de unos cincuenta años, vestido correctamente, corbata, chaleco y saco, cuyo conductor me dijo: ¡ Suba, ingeniero ¡
De inmediato reconocí al autor de la gentileza, era nada menos que don Humberto Ruiz Castillo, uno de los pilares más sólidos de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura y Arquitectura en esa época, quien, cuando identificaba estudiantes de Ingeniería o Arquitectura en camino para la Universidad (lo cual era fácil por la regla T y los rollos de papel), motivaban al profesor para realizar ese gesto cordial.
Hace algunos meses, el Instituto Postal Dominicano realizó una emisión postal, dedicada a honrar la memoria de ese dominicano ejemplar. Sustentaron la presentación la arquitecta Mauricia Domínguez, el arquitecto Omar Rancier por parte de DoCoMoMo, el Lic. Modesto Guzmán, director del Instituto Postal Dominicano, y las autoridades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, el acto que resultó concurrido y exitoso. Sobre todo, en la prensa escrita se reprodujo en algunas crónicas que pusieron énfasis sobre la importancia de las obras del arquitecto Ruiz Castillo. Grandes templos. Tiendas importantes (González Ramos), residencias , teatros, que forman un catálogo impresionante del trabajo de ese dominicano excepcional, quien se graduó primero de agrimensor, a los dieciocho años, para diez años después viajar a Bélgica, para obtener el título de arquitecto, que fue la profesión que marcó su vida.
Las crónicas relacionadas con el evento reseñadas excelentemente por cronistas como José del Castillo Pichardo, nos recrean una época de la ciudad, destruida por el ciclón de 1930. Luego las celebraciones del Primer Centenario de la Independencia, y los trabajos de los pioneros de la construcción que trabajaron en las bases fundamentales de la ciudad extramuros, que a partir de 1900, se extendía fuera de los límites que marcaba la muralla colonial.
Pero mi conocimiento y respeto por el personaje trasciende lo profesional anecdótico, que es vastísimo.
Lo recordaré siempre con gratitud, admiración y respeto. Un día en clases, dibujando en la pizarra con tizas de colores, resolvía problemas de Geometría Descriptiva, dibujaba con seguridad, líneas firmes, y unas letras muy bellas y nítidas. La imagen que recuerdo me parece mágica. Se agrandaba la figura del profesor sobre el fondo que le proporcionaban sus propios trazos. Hace algunos días, nuestro destacado arquitecto Gustavo Moré recordaba al pie de una foto suya (de Gustavo) en una mesa de dibujar, comentando, con buen humor, que esa era de una época cuando se “dibujaba de verdad”.
Don Humberto se quitó el saco… para concluir el dibujo, diciendo con satisfacción…”hay cosas que se ven…otras no…y deslizó el comentario”, ese “segmento recto” que buscábamos no se veía…estaba ahí pero “oculto“…algo así me pasó “cuando entendí y visualicé la transubstanciación en la eucaristía,” me cambió la vida totalmente.
Traté a don Humberto, seis años como profesor y diez como arquitecto, me designó su ayudante y sustituto en la Universidad. Cuando miro atrás, solo tengo recuerdos sabios de un maestro que supo trabajar para su formación personal y proyectar buenas imágenes de honorabilidad y decencia, en su ejercicio profesional. Maestro sabio y generoso cuya obra recuerdo con familiaridad llena de respeto y gratitud.

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