Subsidiariedad electoral

Subsidiariedad electoral

HAMLET HERMANN
hamletahp@yahoo.com
Manoseando el Diccionario Pan-Hispánico de Dudas, inadvertidamente pasé por la página 617 y, sin buscar, encontré la palabra “subsidiariedad”. Catorce letras que definen aquel concepto como “Cualidad del subsidiario”. Según como van las cosas en este país ancho y ajeno, la impresión que ofrecen las informaciones de la prensa es que esa forma de “ayuda” en realidad va dirigida hacia los empresarios, hacia los dueños de los medios de producción y de servicios.

Hasta ahora pensaba que cuando se trataba de ayudar a los más necesitados se eludían los intermediarios hasta más no poder. Pero parece que nuestros gobernantes han encontrado un método más productivo entregándole parte del erario a los que algo tienen y no a los que nada poseen. Conociendo el poco interés que tienen nuestros funcionarios para supervisar los bienes del Estado, lo más probable es que los empresarios hagan con el subsidio lo que más convenga a sus principios fundamentales: producir ganancia para sus empresas. Que nadie espere actos filantrópicos espontáneos de los comerciantes porque, por más bien intencionados que sean, lo suyo es la compra y la venta de cosas para que su capital se multiplique al máximo en el menor tiempo posible. Esa es su filosofía y esa es su práctica. Han tenido la suerte de encontrar otro gobierno que les facilita sus propósitos fundamentales aunque tengan que repartir ganancias con algunos funcionarios.

Y si los subsidios deben ir, por norma general y humana, a los más necesitados ¿por qué el gobierno insiste en entregarle los fondos a los dueños de algo y no a los carentes de todo? Los mal pensados consideran que por esa ruta se provoca una tasa de retorno que beneficiaría el infinito ciclo “erario-empresario-político-Partido-elecciones” donde en cada parada que hace el subsidio va dejando cuotas para satisfacer la ración del boa. Además, la habitual falta de transparencia en los manejos de los fondos y la falta de credibilidad de los organismos estatales hacen que el aparataje de los subsidios se vea como un manejo financiero orientado a financiar la maquinaria reeleccionista. No son acusaciones irresponsables de un analista político, sino percepciones que las propias notas de prensa del Palacio Nacional refuerzan a cada rato. No hay rubor para confesar que se prefiere ayudar a los empresarios antes que al pueblo mismo. “Los empresarios administran mejor esos fondos” es el concepto filosófico de los que administran el Estado. Los jodidos de la vida “convierten en alcohol y en parrandas las ayudas gubernamentales” matiza esa discriminación hacia el pobre. “No hay peligro en seguirme” decía el joven militar Rafael Trujillo cuando empezaba a trillar la autopista reeleccionista. Encuentra imitadores reeleccionistas aunque sea entre los eunucos que no entienden que una ambición desmedida lleva a un conflicto cuyas soluciones nada tienen de tranquilas.

Total, de qué sirve el subsidio del pan, para sólo poner un ejemplo, si los que lo compramos a través de un mostrador nunca encontraremos ante quién quejarnos. ¿Ante quién va a elevar la queja? ¿Ante el agente de tránsito de la esquina que conversa animadamente bajo un frondoso árbol? ¿O llamará a la inexpugnable central telefónica de la Secretaría de Industria y Comercio para que manden una Harley Davidson a resolver el abuso de los tenderos?

A todo esto hay que preguntarse: ¿dónde están las fuerzas del mercado que tanto se pregonan como estabilizadoras de la economía? ¿Dónde están los que critican la intervención del Estado dominicano cada vez que sus ganancias desmedidas se ven afectadas por el cumplimiento de las leyes vigentes? “El Mercado” tiene, para los pobres, una de las virtudes de Dios: no se deja ver. Por el contrario, los dueños de los medios de producción asociados a los funcionarios de turno, parecen tener el número del teléfono celular de “El Mercado” el cual siempre aparece, raudo y veloz, para ayudarlos a aumentar sus ganancias.

Dadas estas incongruencias, debo decir que desconfío de los subsidios que no conllevan una contrapartida de quien los recibe. Eso es corrupción o limosna, y no tengo aprecio alguno hacia ninguna de las dos. Creo en transacciones de dos vías, no en las manipulaciones unilaterales que, desde que las mueven, hieden a PEME, a RENOVE y a otras basuras más.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas