Subterraneidad política

Subterraneidad política

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
El pasado 9 de marzo, este diario publicó nuestro artículo titulado: “Una locura llamada metro”, en el cual hacíamos un ejercicio crítico analítico de ese complejo y costoso proyecto que implica la implantación de una nueva y tecnológicamente más avanzada infraestructura vial, a la vez que un proceso de reforma del caótico sistema de transporte vigente. Cuando decimos “alto costo”, no sólo nos referimos a la inversión de capital que demandará la obra, sino a su “costo de oportunidad”, que es precisamente el que genera el hecho de sustraer esos recursos a proyectos alternativos prioritarios de más alto rendimiento económico y social.

Tales proyectos de implantación y reforma, por su elevadísimo potencial de afectación de intereses creados, y su permanente y creciente grado de generación de contestación social por los sectores más desfavorecidos, exigen como condición “sine qua non” un altísimo nivel de transparencia en su manejo por la autoridad pública, además de un continuo y prolongado proceso de negociación para fines de legitimación política.

Pero la dialéctica gubernamental ha preferido optar por el secreto y la pública subterraneidad. Nada de estudios previos. De evaluación económica y social de proyectos alternativos. Nada de optimizar objetivos, porque eso implica fijar restricciones; la programación lineal es un juego de economistas perdedores de tiempo. Lo mismo se aplica a la celebración de concursos internacionales. ¿El DR-Cafta?, el hecho cumplido arreglará la carga en el camino. ¿Concertación y legitimación continua y permanente?

La firme voluntad que emana del poder legítimo, legitima cualquier decisión autoritaria. Y el metro va, por ser simplemente “lo que va”. Los programas presupuestario y financiero de la obra no son públicamente conocidos, y si existen, yacen en el dominio del esotérico antro subterráneo.

El lector honesto podría pensar que las premisas anteriores son la expresión del antigobiernismo cargado de cínica ironía. Pero tal como se han presentado los acontecimientos, aunque el nivel de veracidad de lo afirmado oscile entre más o menos, es absolutamente válido como conjunto lógicamente explicativo del “caso metro de Santo Domingo”. En nuestro artículo citado en el inicio del presente, decíamos en su párrafo final: “No nos mueve contra el metro de Santo Domingo ningún prejuicio apasionado ni contra sus promotores animosidad alguna. Si contra nuestra firme convicción, “el metro” resultare un éxito; nos sentiríamos sincera y altamente complacidos”; hoy, cinco meses después, como contra viento y marea, la lógica, y las buenas razones, “el metro va”; han comenzado ya a surgir y a expresarse públicamente a través de los medios, las previsibles voces contestatarias de este absurdo proyecto.

Una de ellas, a nivel preclaro, tanto técnico como moral, ha sido la del director de la escuela de economía de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, el padre José Luis Alemán.

Ante la indetenibilidad del proyecto, surge la cuestión del efecto que sobre la fatalidad de su curso podría tener la acción contestataria de la ciudadanía. Creemos que la contestación es la vía de engrosamiento del expediente de responsabilidad por el mal manejo de la cosa pública. Cada queja bien fundamentada debe contar como voto político negativo en el momento de la rendición de cuenta por el partido gobernante.

En ese momento se habrá desvanecido como pompa de jabón que estalla en el aire, el mito de que el metro contribuirá positivamente a la solución del anárquico sistema de transporte colectivo urbano imperante en nuestro país, que de hecho es un esquema generalizado de corrupción, que “subsidia” el transporte enriqueciendo al sindicalista propietario “financiándole” el capital fijo de las unidades motrices a una tasa de interés que finalmente se transforma de hecho en negativa. Naturalmente, “el período de amortización” de las unidades, coincide con la vida útil a bajo mantenimiento, para repetir el recurrente ciclo del escándalo político, llámese éste Peme o Renove. Como el elevado costo del pasaje de metro, exigirá a su vez un elevado subsidio, el transporte colectivo de autobuses en manos privadas deberá rascarse con sus propias uñas, lo cual augura críticas jornadas “de lucha” e inestabilidad y en consecuencia, el agravamiento del transporte colectivo.

Asombra e induce en la mente racional un patético temor, la ingenua simplista temeridad con la que la autoridad ha abordado un proyecto de tanta envergadura y complejidad.

Amparada en un concepto de modernidad que la considera trasplantable mediante una simple expresión de voluntad política. Acogen la tesis del “primero mejor” ignorando que para ser efectiva todas las instituciones sociales deberían ser sometidas a procesos de reforma. De no ser así el proyecto de primero mejor funciona como un cuerpo extraño que la realidad social rechaza.

Los políticos y economistas de la modernidad y del primero mejor, andarán siempre por el mundo de “los desarrollados”, a la caza de proyectos para una humanidad dominicana que viviera en otra galaxia. Por ello, el nuestro es el país de políticos sin oído del “borrón y cuenta nueva”. Y cada obra importante perece con el nuevo gobierno. Por eso el desarrollo no es un proceso sumatorio y continuo, sino de remanentes separados por nódulos de borrón y cuenta nueva.

De “estadistas” sin oído ni plan estratégico de largo plazo en busca del megaproyecto definitivo y superviviente burlador del borrón y cuenta nueva.

Balaguer fue la excepción. El estadista gobernante que tenía un plan maestro. Que ponía en ejecución en menos de 24 horas de la posesión del mando. Un ciego que sin embargo veía con un oído siempre en actitud de escuchar. Porque oía, pensaba, reflexionaba, decidía, y actuaba. Con instantánea rapidez, siempre con el interés de la República como norte. La Plaza de la Salud fue una de sus mejores y valiosas obras. Que construyó en los valiosos terrenos rescatados de la corrupta codicia municipal. Desaparecido de la arena política, quedan aún edificaciones a medio construir y a punto de convertirse en ruinas, víctimas del borrón y cuenta nueva de los gobiernos que le han sucedido.

En cambio, los utópicos heraldos de la suprema modernidad.

O los pragmáticos devotos del enriquecimiento acelerado, aunque con motivaciones diferentes, apuestan sin proponérselo, a la futura arrabalización de proyectos imposibles porque desbordan la realidad económica, social, y humana de nuestro país.

Tenemos la firme convicción de que cuantiosos y costosos recursos y esfuerzos de toda índole deberán emplearse para prevenir la paulatina arrabalización de los sumergidos dominios del “Metrosandom” dominicano. Tal vez sería el primer barrio marginal subterráneo y sobre rieles del mundo.

¡Y eso sí que sería rentable como atractivo turístico digno de figurar como rareza en el libro de Guinness!

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