Sucia, otra vez

Sucia, otra vez

ROSARIO ESPINAL
rosares@hotmail.com
Cada campaña electoral trae su espectáculo de supuesta ingenuidad. Políticos, líderes religiosos, miembros de la JCE, comunicadores y activistas de la sociedad expresan quejas por el supuesto deterioro del debate político.

Actúan con tal amnesia electoral, que lleva a pesar que quieren resultar graciosos, porque si realmente quisieran, entre todos cambiaran la situación.

No recuerdo unas elecciones dominicanas, mucho menos presidenciales, donde la descalificación no fuera un elemento central de campaña. Esta no es diferente.

Viene cargada de insultos y degradaciones porque el objetivo central de las principales fuerzas políticas es descalificar al contrincante.

Esta forma de hacer campaña domina y persiste en la República Dominicana por dos razones fundamentales.

Primero, es más fácil descalificar que asumir responsabilidad por la actuación pública. No olvidemos que los principales candidatos son o han sido funcionarios gubernamentales y no tienen en su aval suficientes conquistas para satisfacer las expectativas de la mayoría del electorado.

Segundo, es más fácil incidir en la opinión pública con frases cortas urticantes, que con amplias discusiones de complejos temas públicos.

El término «campaña sucia» tiene dos acepciones. Una se refiere a levantar calumnias sobre un candidato; a atribuirle expresiones o acciones que no se corresponden con su práctica política. La otra a indicar las deficiencias de un candidato.

Los estrategas de campañas electorales en todos los países recurren a ambos mecanismos para descalificar oponentes.

La diferencia radica en el peso que tiene el componente de campaña sucia en relación con la discusión de ideas y políticas públicas.

En República Dominicana resalta la campaña sucia porque las palabras denigrantes son de más fácil compresión para la mayoría de la gente y tienen mayor efecto reproductor en la chismografía política mediática.

Por ejemplo, la expresión «perros realengos y vira latas» se apoderó del discurso popular en los últimos días y generó más comentarios que la discusión de políticas públicas enunciadas por distintos candidatos.

El asunto principal no es que los partidos no tengan propuestas o no hablen de ellas, sino que cuando llegan al poder no ejecutan la mayoría de las ideas que propagan en campaña.

Por ejemplo, la campaña oficial del PLD repite la frase «e’pa lante que vamos», pero mucha gente no siente que el país va pa’ lante.

El candidato del PRD habla de crear «empleos», pero mucha gente sabe que en el último gobierno del PRD aumentó el desempleo.

El candidato del PRSC se proclama «presidente de los pobres», pero mucha gente sabe que en los gobiernos reformistas persistió la pobreza y predominó un clientelismo aberrante, del cual el actual candidato es un máximo representante.

Así es que, a pesar de todo el alboroto crítico que pueda provocar la campaña sucia, este tipo de campaña se mantendrá porque coloca a los políticos en un ring virtual de pelea, fanatiza a los militantes, y genera un gran bochinche político en los medios de comunicación.

Cierto, este tipo de campaña genera también desencanto entre muchas personas que dicen querer procesos electorales más pulcros y comedidos.

Pero mientras el nivel de abstencionismo sea relativamente bajo, los partidos y candidatos tendrán pocos incentivos para renunciar al discurso peyorativo y elevar el debate político.

La campaña electoral del PLD de 2008 se parece mucho a la de 2004. Su objetivo central es presentar al PRD como una mala opción, tal cual dice su slogan: «cuando el PRD sube el país baja».

Las diferencias con el 2004 son que en aquel momento el PLD tenía la credibilidad de ser oposición y, además, mucha gente sentía desesperación por salir del gobierno anterior.

Actualmente, la gente no siente tantas urgencias en contra o favor de ninguno, por lo que podría aumentar un poco la abstención.

La campaña electoral del PRD, por otro lado, tiene como uno de sus pilares indicar que el gobierno es corrupto e ineficaz para debitar al candidato peledeísta.

Así las cosas, la jauría de perros seguirá con o sin pacto ético.

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