JOSÉ BÁEZ GUERRERO
He recibido de mi viejo amigo, el insigne científico y filósofo escocés doctor Iñigo Montoya, una carta con detalles inesperados de la relación entre cómo funciona el cerebro y cómo se organizan las sociedades. Sus anotaciones son tan apropiadas al momento dominicano, que no tengo alternativa: aquí las transcribo.
“En un portal de Internet, de Yahoo, —dice Montoya— se ‘posteó’ la pregunta, ¿pueden aquellas personas nacidas ciegas, ver sueños? La mejor respuesta explica que no. Es preciso el estímulo visual para que las partes del cerebro que interpretan la visión puedan desarrollarse. El cerebro desarrolla, a temprana edad, un enorme número de conexiones neurales (‘synapses’, en inglés) que transmiten química y eléctricamente señales de una célula a otra. Mientras uno va creciendo, estas conexiones van apareándose para que el cerebro funcione eficientemente. Esta es la base del aprendizaje. Sin embargo, cuando el cerebro o una parte de él carece de información, que a temprana edad es generalmente sensorial (vista, tacto, olfato, oído y gusto), esa parte del cerebro se atrofia, puesto que distintas funciones cerebrales ocurren en áreas particulares de ese órgano. A lo sumo, zonas marginales de una región cortical pudieran adaptarse para ser ‘aprovechadas’ por las células adyacentes. Pero en el caso de la pregunta en cuestión, el asunto es que el cerebro requiere estímulos visuales para desarrollar las regiones corticales que procesan la visión. Por economía de energía, el cerebro no desarrolla ni mantiene la capacidad de efectuar procesos que no son usados por la mente. La zona cerebral dedicada a la visión jamás ‘aprendería’ a funcionar si la persona nacida ciega nunca ha transmitido una sensación visual. Los nacidos ciegos sueñan, pero no ‘ven’ sus sueños”.
Montoya se explaya en las posibilidades mentales que tendríamos los humanos si los cerebros de los bebés fueran estimulados para maximizar su potencial, pero rápidamente salta de sus consideraciones neurológicas a otra extrapolación social: basado en la “Teoría de los Sentimientos Morales” de Adam Smith, sugiere que así como áreas cerebrales pueden atrofiarse, igual también la consciencia colectiva, o la ética social, de algunos pueblos, puede afectarse, especialmente ante la carencia de estímulos adecuados en el período de su desarrollo.
“¿Ves la relación?”, me pregunta Montoya. “Un prólogo del profesor Otteson indica que según Smith, ‘las añejas reglas morales de una comunidad habrán resistido la prueba del tiempo sólo si resultaren conducentes al bienestar de los miembros de esa comunidad, dadas sus actuales naturaleza y circunstancias’ ”. La gente hace lo que su sociedad le permite y no hace lo prohibido, aún desconociendo el origen de esas reglas, porque el orden social se supone establecido para propiciar el bien común.
Parece que Montoya enreda la cabuya. Pero quizás no. Nuestra nación adolece de una confusión enorme, y me parece que muchísima gente todavía no está convencida de que un requisito imprescindible para que nuestra sociedad sea más justa y la economía más competitiva, es que la justicia pueda funcionar eficazmente. El imperio de la ley y el cese de la impunidad son condiciones deseables, porque organizan al país de una manera que facilita que todos seamos más eficientes, más productivos y más felices.
Somos una nación que al parecer todavía está en su fase de “construcción”. Tal vez por eso Montoya me sugiere que el cambio puede ser ayudado o promovido por el DR-CAFTA, o la reforma constitucional, o la “rectificación” fiscal, o el enjuiciamiento de los exbanqueros que quebraron fraudulentamente en 2003. Pero sin estímulos adecuados, tanto positivos como negativos, vastas áreas de la mente dominicana quedarán atrofiadas, sin desarrollarse. Seguiremos soñando, pero no podremos ver los sueños.
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