Sugerencias al presidente

Sugerencias al presidente

MANUEL A. FERMÍN
Es el presidente Leonel Fernández hombre de conocida prudencia, tanto en lo personal como en el ejercicio del poder. Hasta ahora, no ha sido necesario invocar pruebas en contrario, su estilo de vida y manejo del poder siguen el patrón aristotélico de que «la prudencia es la virtud de los que gobiernan y no de los gobernados.» Pero hasta dónde este comportamiento de dirección de la República resulta atractivo para quienes se relajaron con los placeres del poder; que se comportaron en un constante fraude metiendo gato por liebre; que vivieron vendiéndole humo al pueblo?

Observemos como se mueven individuos que por su fracaso esplendoroso ya no debieran estar en la política pues sus hábitos y motivaciones solo le responden a la hora de «buscarse lo suyo» con el mayor desparpajo. Sin embargo, lucen tan desafiantes que hasta se permiten chantajear las autoridades y la sociedad repartiendo faltas y culpas. Mientras tanto, en una apuesta a la mejoría económica para erradicar males increcendo podría sucederle al Presidente que cuando «aparezcan los sombreros no hayan cabezas,» porque sencillamente no se quiera andar con manos duras, pero no para reprimir inconductas del típico truhán, del pilluelo callejero, del atracador, que su peligrosidad implica andar sin contemplaciones para su eliminación, sino para cortar el grueso enrraizamiento del crimen contra el erario.

He ahí que debemos dirigir las energías, cavar hondo contra las complicidades del políticos y comerciantes, de empresarios, militares y estamentos judiciales (incluye abogados en ejercicio) para romper las superficialidades y bucear profundo en el proceloso mar de las asociaciones criminosas cubiertas con el manto tenebroso del poder político. Acaso en la defensoría de los bienes públicos cabe la expresión de «que las clases no se suicidan»? Uno no quiere pensar que sea así, pero los robos que se han cometido y que se cometen, y sin embargo, sus autores materiales e intelectuales de la sociedad política caminan las calles y caminos de la República sin el menor temor de que sus exacciones sean reprimidas ejemplarmente. Por el momento más que las acciones se exhiben las intenciones y las denuncias, por lo que deberá existir una señal clara y definitoria en materia de persecución criminal.

Bueno es ya de que no se le tema al sofisma utilizado como escudo de la persecución política a gente que se ha vendido para hacer el bien y terminan siniestramente desviado de él. Sé que usted sabe, que la continuidad no se da, se gana. Que no basta, por lo menos en nuestro medio, el bienestar económico para dejar complacido al pueblo. Por tanto, ante tal envalentonamiento de personajes políticos que desafían la autoridad nacional aun siendo pasibles de ser apresados por dolo contra el Estado, y permitir que estos depredadores utilicen el amplio pasadizo de la madriguera partidista para salirse con la suya, deja interrogantes de difícil comprensión.

Nadie, absolutamente nadie, cree que es Usted un Presidente que abriga puñales vengativos contra alguien en particular, que arrima animosidades; sin odios gratuitos y sin acrimonias políticas, de ecuanimidad demostrada. Con prendas de esos quilates pienso que la dirección del Estado se garantiza, porque ayuda a que desaparezcan temores en la comunidad nacional, y además para que le brinde todo el apoyo con el que debe contar una administración de gobierno que evite que el erario sea visto como botín, pero cuide su gobierno no solo de los violentos sino de los que no se le va apaciguando el deseo inmoderado del dinero que dan los placeres del poder.

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