Suiza: ¿Cumbre de la civilización o lavandería del crimen?

Suiza: ¿Cumbre de la civilización o lavandería del crimen?

Una querida amiga dominicana que vive en Suiza, con frecuencia me envía correos con bellísimos paisajes de tan civilizado y  admirado país. A muchos dominicanos nos es deleitosa y reconfortante la idea de que algún día, tras muchos años de desarrollo cultural y educativo, podríamos asemejarnos a los suizos.

Cierto que se trata de un pueblo muy respetuoso de las normas del buen vivir, del derecho ajeno y de las instituciones. No hay duda que gran parte de su éxito como nación se debe a que se han esforzado mucho en el desarrollo de varias industrias. Particularmente en la ganadería y la fabricación de relojes de altísima precisión, los cuales valoran sobre todo los ingleses y otros que aman la puntualidad, administran mejor su tiempo y respetan el ajeno, y así pueden sentirse seres superiores sin que nadie lo discuta.

Pero los suizos también deben su éxito al negocio de los servicios bancarios, por sus extraordinarias habilidades para llevar cuentas exactas y devolver correctamente las sumas depositadas en sus cajas de caudales, cuyas combinaciones son aún más precisas y complejas que sus famosos cronómetros.

Pero si hay algo que les ha favorecido en este negocio de cuidar lo ajeno es su ultra famoso secreto bancario. Sobre todo porque así han obtenido la total confianza de los más audaces acumuladores de fortunas, especialmente, de aquellos que desde nuestras Américas, pero también de África, Asia y otras latitudes, han expoliado a sus pueblos o han sido connotados delincuentes y traficantes.

También se han beneficiado de las grandes fortunas que el propio crimen ha dejado sin dueño o cuyos reclamos no han prosperado, como es el caso de muchos judíos que desaparecieron en el Gran Holocausto, o cuando las identidades de depositantes y herederos han tenido obstáculos para ser establecidas.

¡Qué suave! Alrededor de esa innombrable complicidad, a la sombra del secreto bancario: una acumulación espuria y criminal. Y ahí, al ladito, tranquilamente, el desarrollo de un pueblo trabajador, amante de la paz y respetuoso de todo orden y civilismo; ¿“inocente” de tanto horror bajo el cual se acumularon las fortunas, y del oprobio de guardárselas a sus infames depositantes? ¡Cuán distinto es todo ese glamoroso mundo al de nuestra pobreza y atraso! Pero ¿qué tanto al de nuestro “tigueraje” político y su complicidad con los narcos y los lavadores de fortunas de estos mugrosos patios?

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