¡Sujeto crítico y burocracia cultural en Santo Domingo!

¡Sujeto crítico y burocracia cultural en Santo Domingo!

Iniciando el 2015, los artistas, profesores de Bellas Artes y guías de museos han decidido organizar una serie de acciones reivindicativas que incluyen el radical recurso de la huelga por tiempo indefinido. Entre sus principales reivindicaciones figuran un reajuste salarial y mejores condiciones laborales para todos los trabajadores del sector cultural. Asimismo, las demandas incluyen el acondicionamiento de las edificaciones que alojan a las Escuelas de Bellas Artes y la reapertura de la sala Manuel Rueda, que permanece cerrada desde hace cinco años.

Precisamente, la tarde del pasado lunes 9 de febrero, los profesores de la Escuela Nacional de Arte Dramático; los integrantes del Coro Nacional; de la Compañía Lírica; de la Escuela de Música Elila Mena y los guías de los museos de las Casas Reales y el Faro a Colón, realizaron una marcha desde el Palacio de Bellas Artes hasta el Ministerio de Cultura. “Somos preparados, pero mal pagados». «Sueldos dignos». «Dignidad al teatro». «Dignidad al arte», eran solo algunos de los mensajes en pancartas de los manifestantes.

Al llegar a la sede del MINC, los artistas y docentes coreaban organizados y al ritmo de sus tambores: «Él no puede estar ahí, si no sabe dirigir», refiriéndose al ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez, quien ha admitido públicamente la legitimidad de las demandas y la misma complejidad del caso, mientras los viceministros invitaban al diálogo y los agentes policiales custodiaban el desolado “bunker” de la cultura oficial…

Desde mi particular punto de vista, en la República Dominicana, las estructuras, modelos, estilos y dinámicas operativas de la mayoría de las instituciones culturales, resultan anacrónicas y calamitosamente burocratizadas. Asi que una «huelga de artistas» en el Santo Domingo de estos deslumbrantes y precarios umbrales del siglo XXI se corresponde con la reafirmación de su calidad de trabajadores y con el carácter eminentemente «material» de su producción, aunque la obra creativa no siempre ni necesariamente se manifieste como objeto.

Pero, más importante aún, la “huelga de los artistas” atañe al reconocimiento de la estrecha interrelación entre las distintas áreas de la vida humana, la actividad productiva y el libre ejercicio de la imaginación que al mismo tiempo se constituye en una desmitificación de la función del arte como expresión de “lo divino» y lo inefable. De esta manera, los artistas han tenido que accionar a través de la huelga para enfrentar al sistema burocrático improductivo y negarse a continuar alimentándolo con su esfuerzo y con sus obras.

Ahora bien, a la hora del debate sobre la condición artística y en torno a la “complejidad” de la situación cultural en Santo Domingo, lo primero que se impone es reflexionar y autocuestionarnos sobre la actitud o responsabilidad de la crítica y los intelectuales. Y es que en su relación directa con las instituciones artísticas y culturales, la práctica crítica se materializa como una acción eminentemente creadora. Y lo que el sujeto crítico ha de subvertir son los paradigmas de la burocracia: las trabas y “papeleos” que también norman y retrancan la industria de la representación cultural. La rebeldía del sujeto crítico es frente a la ignorancia y la insensibilidad como cimientos de las creencias, dispositivos y procedimientos burocráticos improductivos.

Frente a la burocratización del arte y la cultura, el sujeto crítico apuesta a la ruptura de los círculos estáticos y viciosos del poder. Desde esta postura, genera vanguardias a nivel de pensamiento e imaginación. Los efectos de su gestual, contribuyen a la renovación de la conciencia y a despertar la capacidad creadora y crítica del ser humano, propiciando que la acción del pensamiento prevalezca más allá del simulacro: sobre la forma, la apariencia o el estilo. Como creador y pensador, el sujeto crítico define y matiza su entrega desde la trascendencia cinética de sus ideas.

Para romper paradigmas, la práctica crítica no tiene que minimizar la importancia de la sociedad ni las aspiraciones colectivas (conciencia social, ideologías comunitarias, estados benefactores, metas de bienestar social, etcétera), sino solo ejecutar un viraje de lúcida convicción hacia la valoración del verdadero núcleo social: el individuo, el único realmente existente, porque la sociedad no deja de ser un concepto o un acuerdo; puede desintegrarse, desaparecer o expandirse; puede formarse artificialmente mediante un discurso político, un interés económico o cultural, por mencionar algunas motivaciones o propósitos.

El individuo, en cambio, es capaz de trascender todas esas instancias y circunstancias de la organización social, porque se renueva en cada ser humano que, como lo concede la ley natural y reconoce toda actitud crítica, nace libre de ataduras. Personalmente, entiendo que la individualidad resulta fundamental no solo en la producción artística sino justamente en los umbrales y a lo largo del trayecto de la modernidad. Y de ahí que el artista, el arte y el sujeto critico hayan defendido siempre esta idea frente a lo institucional; frente a un burocratismo autoritario que ha creado al hombre y a la mujer unidimensionales.

Sin embargo, el crítico tiene que comprometer su apuesta por una visión integral del ser humano que contrarreste la fragmentación individualista que aflige a la mayoría de las sociedades occidentales. Su visión reflexiva tiene que contener un cuestionamiento del sistema, de las mitologías del progreso, de la “máquina paranoica” del neocapitalismo y apostar resueltamente a la posibilidad de la recuperación espiritual de la condición humana.

Esto implica confrontar cómo y por qué los escollos burocráticos y hasta algunos detalles insignificantes, producto, en muchas ocasiones, de actitudes individuales frías, calculadoras y caprichosas, pueden dar al traste con programas, eventos, proyectos expositivos o de investigación cultural, algunas veces de manera dramática. Junto a los artistas, el crítico no tiene más opción que reafirmar la espiritualidad como valor trascendental frente a las aflicciones materiales de la poshumanidad; frente al doloroso espectáculo global de la nueva esclavitud, la miseria, el terrorismo, la intolerancia, la violencia y las “guerras preventivas”.

Algunos creen que el crítico solo debe concentrarse en los asuntos del arte y la cultura. Sin embargo, lo que la verdadera práctica crítica nos revela es que todos las disciplinas, saberes y acontecimientos están relacionados. De ahí que, por ejemplo, hasta para conocer la situación o los niveles de vitalidad de una realidad artística, el crítico tiene que asumir una actitud cognitiva que no solo le permita deconstruir los distintos espacios, redes e instancias de la sociedad, desde los estratos marginales hasta los grupos poderosos, como la burguesía, la clase media, la clase política y los intelectuales.

El crítico como subvertidor de valores, normas y actitudes retrógradas no tiene posibilidad de coros o defensores públicos ni privados. Y si acaso sigue soñando con la utopía de la libertad de expresión, no tiene más opción que seguir siendo crítico y continuar su travesía por las neblinas de la ingratitud. ¿El sujeto crítico debe aspirar a la verdad?… ¿Y estaría la verdad en su credibilidad?…Lo que no puede es aspirar a oropeles ni a ser “millonario” ni a las rosadas alfombras de la farándula, sino tan solo y sencillamente a sobrevivir. Y si apuesta a la ética y a la dignidad del oficio, será mejor que se prepare para la humillación.

Entonces, la opción crítica no debe temer ser vista como “el último romanticismo posible” ni navegar siempre a contracorriente. El sujeto crítico tiene que volver a accionar y resistir desde los territorios de la sensibilidad, la eticidad y la lucidez entre burócratas, creadores, mercaderes y “zombis”. Solo por este camino podrá seguir mostrando la importancia que ha tenido, tiene y tendrá siempre el arte en la vida y en la sociedad.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas