Cada día mueren cerca de mil de los cinco millones de veteranos norteamericanos sobrevivientes de la II Guerra Mundial. Buena parte de ellos se moviliza gracias a sillas de ruedas, pero su presencia, aún en esas condiciones de precariedad física determinadas por la edad, es motivo de orgullo nacional, porque esos hombres y mujeres representan la generosidad de una generación, a favor de otros pueblos sometidos a la barbarie del fascismo.
Quizás la guerra de Corea esté también rodeada de esa misma cortina de honorabilidad. Ya con Vietnam las cosas cambiaron y lo que pudo haber sido una cuenta más de un rosario de hazañas, devino en un tremendo trauma para la sociedad norteamericana, cuyos efectos aún son visibles a casi 30 años de su terminación. Sobre las otras guerras, todavía no es tiempo para conocer su real efecto entre los norteamericanos.
El caso es que, así como han envejecido los actores gloriosos de la lucha contra el fascismo, va ocurriendo lo mismo con ciertas instancias surgidas de esa experiencia. La ONU, por supuesto, es intemporal y su importancia varía de acuerdo a las circunstancias. Así, por ejemplo, durante la Guerra Fría el equilibrio entre las potencias principales de la época, Estados Unidos y Unión Soviética hacía prescindible a la organización en potenciales conflictos que sólo era posible resolver mediante la negociación directa de esos dos protagonistas. En esa misma medida era limitado el poder del Consejo de Seguridad, herencia directa correspondiente a los resultados de la II Guerra Mundial.
Desde la desaparición como tal de la URSS y del bloque socialista, la importancia de la ONU ha crecido. Desgraciadamente, eso no implica automáticamente que también tenga la ONU mayor poder, pero es sintomático que incluso en los casos en que su opinión no es capaz de impedir acciones unilaterales, al final de cuentas sea evidente su necesidad, incluyendo para quienes ignoren sus recomendaciones. El caso de Irak es un buen ejemplo.
Uno de los dos organismo principales de la ONU, es el Consejo de Seguridad (el otro, por supuesto, es la Asamblea General). Este organismo, de composición reducida, actúa en nombre de todos los estados miembros y así lo recoge el artículo 24 de su Carta de las Naciones Unidas. Pero esa es la teoría ya que en la realidad, los miembros del Consejo defienden cada uno sus particulares intereses, mientras que sus decisiones son de aplicación obligatoria para todos los miembros de la ONU.
El Consejo tiene así una jerarquía claramente establecida entre los miembros «permanentes» (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Gran Bretaña), quienes poseen además, el derecho al veto que al ejercerse, anula cualquier proyecto de resolución y diez miembros «no permanentes» y sin otro derecho que el de votar cuando ninguno de los grandes veta un proyecto de resolución.
La estructura y composición de ese Consejo de Seguridad, en lo que se refiere a los miembros permanentes, como ya dijimos, se desprende directamente de los resultados de la II Guerra Mundial, de manera que los victoriosos de esa contienda son los presentes allí. Pero no solamente ha pasado bastante tiempo, sino que mucho han cambiado las circunstancias del quehacer internacional. Obedeciendo a esa realidad, hace diez años se creó un grupo de trabajo para discutir la posible modificación del Consejo de Seguridad.
Durante esos años, se ha estado discutiendo sobre cómo modificar al Consejo y convertirlo en un organismo más acorde con el mundo de hoy (recuérdese que cuando se constituyó, no existía la mayoría de los países africanos). Pero poco se ha avanzado en esas discusiones, porque persisten diferencias importantes entre quienes consideran que el derecho al veto es un privilegio anacrónico y quienes defienden la utilidad de su ejercicio.
En otros aspectos existe ya un acuerdo de principio, como en la ampliación de su número de miembros, para pasar de los 15 que tiene ahora a 21 ó 25, con el mismo carácter rotativo que tiene en el caso de los no permanentes. Los 5 «grandes» no se oponen a la ampliación del número de las «aves de paso», pero rechazan, con matices, cualquier discusión sobre el derecho al veto.
El Movimiento de los No Alineados, que sigue existiendo pese a que su razón de ser desapareció una vez que desaparecieron los bloques antagonistas, es partidario firme de la modificación del Consejo y el Grupo de Trabajo lo es de modificar la utilización del veto, para limitarlo a aquellas situaciones en que esté en peligro la integridad de algún estado miembro. Esa aspiración se aparenta bastante a un sueño, en la medida en que precisamente en ese contexto es cuando mayores discrepancias pueden ocurrir.
Algunos países aspiran, desde ya y aunque no abiertamente, a tener puestos permanentes en el Consejo si es que tal cosa se aprueba. Sería el caso de Brasil y Argentina en nuestro continente; de la India y Japón en Asia y de Alemania e Italia en Europa. El continente africano no tiene aspirantes identificados pero si aspira a dos puestos rotativos si se aprueba la ampliación del organismo. La República Dominicana, candidato perdedor a un puesto en el Consejo de Seguridad (frente a México), no parece tener una posición definida al respecto, a menos que no se acoja a la que asume el Movimiento de Países No Alineados.
En cualquier caso, la inminencia de debates en torno a ese tema y a otros de vital importancia para el futuro de una organización a la que con orgullo pertenecemos desde su fundación, exige que nuestro país se aboque a tener en la ONU una representación altamente profesional, dirigida por una figura de prestigio nacional y de reconocida solvencia en el manejo de los temas internacionales. Ello serviría para confirmar el interés prioritario que damos a la ONU como garante única de la paz en el mundo y vehículo idóneo de la ayuda para el desarrollo.