Supervivientes dominicanos

Supervivientes dominicanos

Tarea dura y amarga pero obligada y necesaria aquella de recibir, analizar, evaluar y registrar las pérdidas de vidas humanas en cualquier lugar del mundo, llámese Libia, Yemen, Irak, Afganistán, Pakistán,  Haití o la República Dominicana.

Inconscientemente la gente prefiere negar la muerte apostando a la vida, es por ello que nos alegramos cuando nos nace un hijo, una nieta o sobrino, en tanto que lloramos cuando se nos ausenta la abuela, la tía, o en el peor de los casos nuestros padres. Sin embargo, puesto que vivimos en sociedad es indispensable que estemos informado acerca de las razones  por las que acaban a destiempo muchos de nuestros congéneres.

Aunque paradójicamente soy poco dado a visitar las funerarias, a diario me pongo en contacto con los difuntos, quizás ello se deba al temor de mirar de frente a familiares a sabiendas de que un alto porcentaje de los fallecimientos son evitables. ¿Cuántos niños y mujeres en edad reproductiva mueren diariamente y cuantos jóvenes caen abatidos por las balas, el filo del cuchillo, el alcohol o las drogas?

¡Cuán terrible es vivir en carne propia la pérdida de un ser querido, especialmente cuando se sabe que su deceso accidental  se pudo prevenir! ¿Cuáles  son las causas más comunes de muerte de adultos en Santo Domingo? La respuesta es los trastornos cardiovasculares incluyendo la hipertensión arterial, la arteriosclerosis y los derrames cerebrales. La diabetes contribuye al deterioro temprano de los vasos sanguíneos. Los malos hábitos alimentarios producto de una pobre educación, el sedentarismo, el estrés,  los vicios especialmente el tabaquismo y el alcoholismo  son factores importantes que contribuyen al aumento de la morbilidad y la mortalidad en el país. Es doloroso admitir que a más de siglo y medio de fundada la república todavía los hijos e hijas de Juan Pablo Duarte no cuentan con una esperanza de vida a la par de otras naciones mucho más jóvenes que la dominicana. Gracias a la alta capacidad reproductiva mantenemos una población en crecimiento, de lo contrario fuéramos ya pura ruina. La malaria, el Sida, la tuberculosis, el cólera son todas enfermedades evitables que aún se anotan vidas de ciudadanos de éste y del otro lado de la frontera común que divide La Hispaniola.

Solamente  con garantizar agua potable a la población se reducen en cientos de miles los trastornos e infecciones gastrointestinales que tanto afectan a  niños y adultos. ¿Acaso es imposible conseguir ese objetivo a mediano y largo plazos? ¿Resulta tal vez una utopía aspirar a que los dominicanos alcancen un nivel educativo que les permita discernir entre lo que son buenos y malos hábitos  en la alimentación?

¿Representa quizás un sueño el convencer a la gente del daño orgánico que causan el fumar y las drogas? ¿Es incosteable la detección temprana del cáncer? ¿Cuánto cuesta una campaña permanente sobre cómo prevenir accidentes y el abuso de las drogas? Cuesta tan poco y vale tanto que a uno le sorprende  el que no se haga.

Ojalá que este tema pudiera insertarse en la agenda de propuestas de los distintos candidatos presidenciales del venidero certamen electoral. Así se mejoraría la oferta y se animarían a ir a las urnas varios millones de supervivientes dominicanos aconsejados por sus muertos.

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