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Blanca Salcedo, o la vida actual como minus

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Se dice Argentina y se piensa de inmediato en el Tango; en bellos hombres y mujeres vestidos como los italianos de El Padrino, donde la seda predomina en los trajes, arandelas, y corbatas.

Se dice Argentina y se piensa en Buenos Aires, San Isidro, o su maravilloso cementerio, donde aun hoy encontramos coronas de flores para Evita y cartas, con solicitudes de todo tipo, probablemente de nostálgicos obreros, sus “cabecitas negras”.

Se dice Argentina y se piensa en el cosmopolitismo de Victoria Ocampo, de Bioy Caceres y Jorge Luis Borges, “George”, quien escribió los poemas y cuentos más asombrosos. Borges que hubiéramos preferido no conocer, cuando su amigo Bioy Caceres, publicó post-mortem los diarios de sus conversaciones. Por suerte Pedro Henríquez Ureña, quien participaba con ellos en las tertulias, no figura en sus diatribas.

Se dice Argentina y pocos han visitado su Norte, donde la frontera con el Paraguay es una línea imaginaria y se encuentran las principales provincias que albergaron las Misiones Jesuíticas, con las ruinas de sus bellas instalaciones y sociedades ajenas a los designios del Vaticano. Y donde Zippoli, rival de Vivaldi, compuso la música barroca más sublime y creó los llamados “Coros de Ángeles” con niños indígenas.

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Se dice Argentina y nadie conoce la aridez, el calor, las calles sin asfaltar, la hilera de ceibas interminables, los fantasmagóricos castillos de arena de Cafayate, más sobrecogedores que el famoso Gran Cañón de Nevada.

Se dice Argentina y todos ignoran a los escritores y escritoras que ajenos a Borges, Cortázar, Caceres o la Ocampo, aran en el desierto de otra escritura; hacen teatro, crean editoriales y promueven la obra de los más jóvenes. Se internan en la selva, como Quiroga, en busca de las voces que nadie escucha, de los vivos y los muertos, voces de las brujas que aun abundan con sus pociones para eliminar a maridos violentos, o parientes insoportables.

Voces de los mancos, tuertos, la niñez abandonada y abusada que decide suicidarse a los seis años, mientras otros niños de su edad le gritan que salte desde el techo de un edificio; voces de los homosexuales desahuciados; los caníbales; las mujeres golpeadas, las ancianas solitarias desalojadas de sus casas por hijas sin alma…

Y, ¿cómo se narra ese mundo terrible, esa realidad brutal? ¿Ese deterioro del cuerpo y del alma? ¿Esa desesperanza, cotidianidad aplastante y sin escape? ¿La voz de esos muertos que están muertos y no lo saben?

Con la brutal ternura de la escritora Blanca Salcedo, invitada a esta Feria del Libro, y sus cuentos Minus. Minus porque todos sus personajes son lo que resta de lo que debió ser otra humanidad. Y la brutal poesía, porque muchos de sus cuentos son poemas en prosa con los que se podría construir una elegía a esos que Frantz Fannon denominó como “condenados de la tierra”.

“Sabemos que abordar una obra de Blanca Salcedo siempre implica un riesgo”, dice la prologuista de Minus, quien confunde la palabra arruinar con espoliar, imagino que adrede. También dice que en Minus el índice es algo más que una lista ordenada de títulos, y en eso le doy la razón.

Minus es un tránsito por todas las miserias humanas, por las historias de los y las que no tienen quien l@s cuente. Blanca escudriña lo terrible y lo narra, como lo contaríamos nosotros si nos aventuráramos Duarte arriba, en cualquier calle al norte del muro entre el horror cotidiano y la Zona Colonial, donde otra versión de lo terrible ocurre en las discotecas y en los segundos y terceros pisos de ocultas pensiones.

Como las escribiríamos si nos adentráramos en el terrible mundo de la drogadicción y los callejones donde amontonados yacen los proyectos de vida de miles de jóvenes. Como las narraríamos si nos asomáramos al doloroso mundo de la homosexualidad encubierta y su exilio familiar; de pastores y curas que abusan de los niños y niñas de sus congregaciones.

Es el mundo terrible al doblar de la esquina, el que se percibe con el rabillo del ojo; en la dura ternura de Blanca Salcedo cuando narra la historia de Gabriel, el niño suicida, o el odio que se desgrana en la historia de la artesana de quien todos se burlan y decide envenenarlos no con la cicuta, como Sócrates, sino con veneno para ratas, más cercano al Caribe.

O el mundo de Juan Cruz, donde Blanca desmitifica el delicioso olor a pan recién horneado de nuestras mañanas y nos detiene en el panadero, cuyo sudor y lágrimas añaden ese delicioso saborcito a salado de nuestros panes.

Todos sus cuentos sobre mujeres son trágicos, desde la loca que secuestra a un bebé, hasta la protagonista de Sol y Piedra, donde el odio esta petrificado en una estatua que no puede llegar al mar y dar el salto. O la mujer que habita en El Soñador, tan embebido en sus sueños que decide quedarse con la imagen a afrontar la realidad de un amor irrealizable.

“La mañana aun no se desperazaba. Era una insinuada línea más clara en un horizonte oculto tras las moles de la ciudad”. “El destino tiene un ominoso sentido del humor, tan hijo de puta como los jueces y fiscales de los Tribunales de Familia”. “Al momento exacto del amanecer, la soledad lo miraba de frente y le abría la puerta a sus espectros”. “La noche tiene al protagonista de rehén y lo estrangula con dogales de sombra”.

En cada cuento, la poesía nos escupe a la cara la terrible belleza de lo terrible, y la rutina de un obrero llamado Juan Pablo, uno de los cuentos mas extensos, obrero de una fábrica de colchones, padre divorciado que muere en un incendio que no ha provocado, nos obliga a detener la lectura, tomar aire, beber agua y no convertirnos en “la pobre idea de ser eternos, que se desvanece sin memoria”.

El cuento sobre la exiliada que retorna después que huyó de un régimen que amenazaba su vida, pero acompañada por la idea de libertad y la imagen de un pueblo joven queriendo cambiar su historia nos fue muy cercana, como cercana su alerta de lo que sucede al regreso, cuando la protagonista se descubre extranjera, ausente, gris mientra la muerte “sigue girando y rebotando contra piedras de espuma y seda”.

Son cuentos argentinos que parecen haber sido escritos para El Caribe, este Caribe tan promovido como paraíso de eternos azules y verdes, de tanto mar, ron y bachata. Caribe tan triste, como las postales que se descoloran.

Mientras, seguimos esperando, aunque la media isla “nos haya rozado el pelo con su presencia helada” y anunciado lo que todos y todas sabemos, frente al papel en blanco. Los y las escritores somos cronistas, aunque en los cuentos de Blanca lo seamos de un mundo donde la vida, la bella vida, se ha convertido en un Minus.

Sobre el autor

Chiqui Vicioso

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