Otra vez la vulgaridad radial
POR EDGAR REYES TEJEDA
He escuchado en las últimas semanas y con desagradable frecuencia un par de temas elaborados con una elemental música electrónica y con una deplorable letra en la que se resalta ostensiblemente lo escabroso, lo obsceno y lo sórdido; no sé si ambos, pero al menos uno de estos disparates ofensivos a la inteligencia y al buen gusto lo interpreta un tal Moreno Negrón, en tanto que entre las emisoras que lo tocan está Fiesta FM (El Emisorón) y Canal 105, en donde los he oído.
Este asunto no es ocasional o accidental sino una cuestión permanente, un lugar común entre cronistas y comentaristas de arte popular, quienes han hecho correr ríos de tinta y montones de palabras en críticas, debates y propuestas de solución a lo que comúnmente se denomina vulgaridad en los medios de comunicación; no obstante, temo que justamente su prolongación en el tiempo y su conversión en tópico del medio artístico estén trivializando esta situación y que la misma de más en más se vaya incorporando a la cotidianidad como un vicio persistente o un malestar incurable.
Al igual que muchos descarto por peligrosa, amén de ineficaz, las prohibiciones institucionales de la Comisión de Espectáculos Públicos y Radiofonía u otro organismo que en el futuro pueda reemplazarla, pues sostengo que todo lo que se prohíbe adquiere ante los ojos del público el valor añadido de la poderosa curiosidad por lo prohibido que parece consustancial a la condición humana, además de que quienes ejercemos la comunicación y creemos en la libertad sospechamos instintivamente de las enojosas amenazas que pueden solaparse o subyacer en las medidas represivas que con fines supuestamente moralizantes ponen en práctica estamentos de poder, de las cuales la inquisición medieval es un horrendo y emblemático ejemplo.
Lo deseable y efectivo en estos casos fuese que la colectividad mostrara su desaprobación y rechazo a esta suerte de «arte-desperdicio» en vez de incorporarse masiva y bullangueramente a su disfrute; claro que para obtener esta deseable respuesta colectiva, el ciudadano medio de nuestra sociedad tendría que alcanzar un nivel educativo superior que le permita discernir entre lo sustancioso y lo vacuo, entre lo relevante y lo superfluo; simple y llanamente entre la belleza y la fealdad, y elegir consecuentemente sus preferencias.
Tal situación, que muchos tildarán de idealista y quimérica, obligaría a los que tienen como negocio la radiodifusión, seleccionar un material discográfico de mayor calidad y mejores condiciones, en lugar de imponerle a sus radioyentes miserables basuras sónicas como las referidas al principio de esta columna; sin embargo, la indigencia educativa que junto a la pobreza material, caracteriza la mayoría de nuestro pueblo, determina la desgraciada fatalidad de que la malsana obscenidad y la morbosidad escabrosa vayan de la mano con los intereses de los negociantes de los productos artísticos populares, fenómeno que se resume en lo que conocemos como la payola; de la cual no me cansaré de decir que no sólo promueve la insustancialidad y la porquería, sino que, y esta es su peor perversidad, estrangula y condena al anonimato al arte y a los artistas de calidad, con lo cual viola el fundamental derecho humano de la elección libre y consciente de la comunidad, negándole el acceso a formas superiores de la expresión artística y espiritual.