Un himno para la humanidad

Un himno para la humanidad
No data de mucho tiempo que la música entró a formar parte de mis prioridades, y sin que necesariamente llegue a considerarme un melómano he descubierto que, cierta música logra despertar determinados sentimientos y que con ayuda de la poesía, comprendo mejor al prójimo y también, a mí mismo.
Aunque existe una diferencia fundamental entre la poesía y la música, a veces se me antoja pensar que la música es la poesía convertida en sonidos y que la poesía, es música traducida en palabras.
Pero cuando la mejor música se une a lo mejor de la poesía, el placer que emana de esta fusión resulta inefable. Nada más y nada menos es lo que hecho Beethoven en su Novena Sinfonía: él unido su buena música con la buena poesía de Schiller y ha creado un Himno para la Humanidad. A veces pienso que si Jesucristo no se ha arrepentido de volver a la tierra, entonces lo hará bajo los acordes de la Novena Sinfonía de Beethoven.
Esta obra es un canto a la hermandad entre los seres humanos y revela en todo su esplendor el genio de Beethoven en su condición de hombre visionario. Entre sus cualidades humanas se admira en el gran músico alemán, su independencia y libertad de criterio, no sujetos a los convencionalismos que dictaba el poder político de su época. Su obertura al héroe flamenco Egmont, demuestra que dentro de él se anidaba un espíritu revolucionario al más alto nivel. La decisión de quitarle a la Séptima Sinfonía el subtítulo (Bonaparte) con el que rendía homenaje a Napoleón, cambiándolo por el de Eroica, lo eleva por encima de la mayoría sus contemporáneos, quienes sin restarles méritos vivieron siempre a la caza de un mecenazgo. Lo que nunca sucedió con Beethoven.
Tal vez parezca una osadía proponer que alguno de esos infuncionales organismos internacionales que existen, consideren la posibilidad de que la Novena Sinfonía pase a ser el himno de las grandes ocasiones. Tal vez la UNESCO, dependencia encargada de la Educación y la Cultura, podría organizar talleres didácticos acerca de la paz, en los que participen los más altos dirigentes de todos los países, donde tengan que analizar los versos de la Oda a la alegría, de Schiller. Al final de los mismos se interpretaría la Novena Sinfonía. Posiblemente las fieras saldrían de allí, menos agresivas.
Tuve la satisfacción de escuchar recientemente esta obra, interpretada por la West Eastern Divan Orchestra; organización musical dirigida Daniel Barenboim, formada con músicos árabes y judíos. Esta agrupación es una muestra de que el entendimiento entre estos dos pueblos es posible.
El título original del poema de Schiller fue Oda a la libertad, mas la censura objetó la última palabra por considerarla insidiosa, no quedándole al poeta otra alternativa que cambiarla por el término alegría, que en alemán tiene una pronunciación muy parecida.
Para consubstanciarse el espíritu del poema de Schiller y de Beethoven, Barenboim ha utilizado como única arma a su disposición, la música, y su intento ha dado un hermoso resultado. Como colofón a dicho concierto incluyó el Preludio de Amor y Muerte de Tristán e Isolda, de Richard Wagner, un compositor proscrito en Israel. Aunque no soy de los incondicionales de Wagner, creo que nadie estaría en capacidad de restarle méritos a este gran músico alemán. Tal vez las palabras de Camille Sans Säens, podrían ayudarnos a comprender la grandeza de este compositor. el gran músico francés se atrevería a decir, refiriéndose a Wagner, que a ese hombre sólo le faltó un poco de humanidad para convertirse en un genio.
Es lamentable que en un artículo no se pueda ilustrar la grandeza sonora de una obra como la Novena Sinfonía de Beethoven, conocida también con el su btítulo de la Coral, podemos en cambio conocer los versos de la Oda a la Alegría y los que el propio Beethoven escribió a modo de preámbulo (¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos otros más agradables y más alegres!) para justificar en su obra el poema de Schiller.
Aunque el último movimiento de dicha Sinfonía (sin las letras de la Oda ) ha sido adoptado por la Unión Europea como su himno, con todo lo que implica el homenaje que se rinde al gran músico alemán, se trata sin embargo de una mutilación al espíritu que lo llevó a componer tan hermoso elogio a la hermandad. Dejar fuera los versos de Schiller aparenta una discriminación. Se comprende que utilizar el poema el himno regionalizaría demasiado dicho himno, por eso lo mejor hubiese sido componer otro para la comunidad de naciones europea y reservar la Novena Sinfonía en su totalidad como Himno de la Humanidad ya que en la última estrofa donde se concentra todo el espíritu de la obra, casi se suplica que los hombres vuelvan a ser hermanos.