El pasado sábado otro crimen de odio enlutó la comunidad afrodescendiente de EEUU, cuando otro supremacista blanco armado con un rifle de guerra, libremente comprado en una tienda, asesinó en un lugar público a tres miembros de esa comunidad. Otra expresión de lo que algunos juristas llaman crimen de odio, un oprobioso fardo que la sociedad norteamericana lleva sobre su espalda desde hace más de dos siglos. Esa circunstancia ha determinado que sea en el mencionado país donde se produce la mayor cantidad y frecuencia de crímenes de corte racista. Con esos actos algunos sectores buscan afianzar el llamado supremacismo blanco, un fenómeno que existe desde antes de la existencia del mismo EEUU.
La peligrosidad de esa tendencia en la actualidad es que se nutre de un arsenal de abigarradas y absurdas ideas de la primera mitad del siglo pasado, en gran parte escritas por pensadores al servicio de determinados Estados europeos que llevaron al holocausto a millones de inocentes percibidos como “razas”, no solamente por considerarlas inferiores, sino peligrosas; igualmente a inocentes porque pensaban “diversamente”, e incluso por su opción sexual, como al inmenso Federico García Lorca asesinado por las huestes armadas del franquismo. En EEUU, el supremacismo se apoya en la idea de la superioridad del blanco.
Puede leer: Las partidas de mi hermano Alfredo y de Víctor Ruiz
Todavía persisten en ese país las ideas predominantes en los tiempos de la esclavitud, las cuales se han recrudecido conforme avanzan las conquistas de los sectores de conciencia democrática de ese país, sobre todo después de la presidencia de Obama. En otros lugares, las ideas secesionistas/nacionalistas generalmente se basan en la pretendía superioridad de un país, región o minoría nacional sobre otra. Esa “superioridad”, la justifican con cuestiones de supuestas particularidades, étnicas de un grupo (“pureza” de sangre de los feligreses o nacionales).
El supremacismo es el más peligroso virus que amenaza la humanidad, se anida en todos los ámbitos de la sociedad y se expande por la situación de incertidumbre sobre el porvenir que sacude el mundo actual. Es esa circunstancia que se convierte en miedo, manipulado por las élites locales, regionales y mundiales para ganar adeptos en el pueblo simple y de ese modo afianzar sus intereses y sus concepciones autoritarias o excluyentes. Es un fenómeno que, como país nos concierne, porque aquí el supremacismo en sus variantes elitista, étnica y ultranacionalista es notorio en grandes y pequeños partidos, en grupúsculos políticos de diversos signos, en sectores sociales y en diversos comunicadores de toda suerte.