Susan Sontag: La literatura, una educación para el corazón

Susan Sontag: La literatura, una educación para el corazón

POR GRACIELA AZCÁRATE
Fue la voz más crítica del Imperio norteamericano, impuso su bella figura, su hermosa cabeza con el infaltable mechón blanco, unos labios carnosos, y una hermosura espiritual que afrontó las amenazas de la derecha más reaccionaria desde los años 60 en adelante.Demostró con palabras y con hechos su hondo compromiso para buscar y crear un mundo menos cruel y más compasivo.

«Tengo la impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión», dijo una vez.

Fue la escritora y ensayista que interpretó como ninguna el movimiento intelectual que siguió al mayo francés de 1968.

Juan Goytisolo la recuerda, bellísima, imponente, jugando con su hijo en una playa del Lido de Venecia durante un Festival de Cine.

Desde entonces fueron amigos y siempre lo invitó para esas empresas que tenían que ver con la dignidad del hombre.

Nosotros los que podíamos ser sus hermanos menores la recordamos a ella y a Joan Baez, cantando folk, interpretando en Woodstook el rechazo de una generación al fascismo del Hermano Mayor.

Defendió las utopías, convencida de que era posible construir un mundo mejor, tenía una prosa provocadora, que era un trompazo al hígado, que apostó a denunciar todas las guerras, que declaró hasta el hartazgo que era «como ciudadana del mundo y ser humano» y que se sintió obligada a usar su voz pública a favor de los que no tienen voz.

Utilizó las palabras para desmontar las mentiras de una sociedad con la que nunca comulgó y que la hacía sentirse avergonzada de ser norteamericana, detestaba la vanidad y la violencia de esa cultura de masas que arrasaba con la cultura de otros países.

Se murió a los 71 años, a causa de leucemia, era una vieja lucha que venía soteniendo desde hacía más de veinte años.

Cuando se produjo el atentado de las torres gemelas dijo «Yo desprecio y temo a Bush. Cuando le otorgaron el Premio Príncipe de Asturias 2003, en España, lúcida y rotunda dijo: «es seguro que Estados Unidos verá el desplome de más Torres Gemelas y Pentágonos.»

Nació el 16 de enero de 1933 en Nueva York; y su niñez fue la de «una solitaria», a quien la lectura iluminaba sus días. «A los ocho o nueve años leí todo Shakespeare», confesó. Estudió en las universidades de California y Chicago donde se licenció en Filosofía y Letras en 1951, después siguió estudiando en París y en Harvard. Gore Vidal, dijo que Susan Sontag se convirtió «más que ningún otro estadounidense, en el eslabón con la literatura europea actual», editando textos escogidos de Roland Barthes y Antonin Artaud. Su carrera literaria comenzó en 1963, cuando publicó la novela «El benefactor». «Tengo la impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión», por «la forma de llevarnos a mundos diferentes, envolvernos en su contexto, y hacernos sentir partícipes de una historia ajena». A partir del éxito internacional de sus ensayos reunidos en «Contra la interpretación» de1966 y «Notas sobre lo camp», se transformó en una autoridad en lo referente a las costumbres de su país.

En 1968, fue enviada como periodista a la guerra de Vietnam, una experiencia que marcó su vida.Como cineasta, filmó a las tropas israelíes en la guerra de Oriente Próximo en 1973 y dirigió una película, «Tierra prometida», en los Altos del Golán. A mediados de los años de 1970 le diagnosticaron cáncer y con la misma actitud combativa con la que se comprometió en las luchas políticas y sociales de su época enfrentó la muerte y la describió en » La enfermedad y sus metáforas» en 1977. La tradujeron a 26 idiomas y se sucedieron sin pausa los textos : «Sobre la fotografía» (ensayo), «Yo, etcétera» (relatos), «Bajo el signo de Saturno» (ensayos), «Ante el dolor de los demás» (ensayo de 2003) y las novelas «El amante del volcán» y «En América», texto de ficción histórica por el que ganó el National Book Award en el 2000, uno de los premios más prestigiosos de EEUU.

Era una convencida de que los intelectuales debían comprometerse, cuestionó duramente a los escritores que se negaron a viajar a Bosnia, viaje que ella realizó en plena guerra, para impartir clases en la Academia Dramática de Sarajevo. Montó, en colaboración con el director bosnio Haris Pasovic y actores de diferentes etnias, «Esperando a Godot», de Samuel Beckett. Regresó varias veces para dar clases de cine y desarrollar proyectos de enseñanza. Decía, después de las imágenes más espeluznantes que le tocó presenciar, que para imaginar Sarajevo había que multiplicar a Bagdad por quinientos.

«No había vida normal. No había agua, electricidad, teléfonos, las escuelas estaban cerradas. Se estaba bajo un continuo bombardeo», recordó cuando en 1993, participó de la fundación del Parlamento Internacional de Escritores, creado para defender la libertad de expresión y proteger a los autores perseguidos. Aunque se quejaba ante los medios de comunicación porque la consideraban una «máquina de opinión», arremetió contra casi todo, especialmente contra los políticos.

No dejó títere con cabeza.

Sobre la política norteamericana tras los atentados del 11-S e Irak dijo que en EE.UU. hay «un partido, el republicano, y no hay oposición porque los demócratas son un mero apéndice». Para ella EEUU marcha hacia una política imperial, «Estamos en el fin de la república y el inicio del imperio. Clinton era Julio César y ese señor horrible de Texas es Augusto.» Cuando citó a Arnold Schwarzenegger, dijo que era «un mal chiste que salió de la nada» y lo comparó con Berlusconi, a quien la gente prefiere en Italia porque «es rico y tonto».

«En política pasa como en la música, que no quieren a Mozart y prefieren a las Spice Girls», así resumió las nuevas tendencias de los votantes estadounidenses. Cuando se revelaron las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib, Sontag ironizó: «En EE.UU. evitamos la palabra tortura, decimos abusos, humillaciones, pero la palabra justa es tortura».

Y recibió una lluvia de críticas cuando publicó un ensayo en «The New Yorker» en el que afirmaba que los atentados del 11 de septiembre de 2001 no habían sido «cobardes», como los calificó Bush, sino un «acto llevado a cabo como consecuencia de las alianzas y acciones específicas de Estados Unidos».

Cuando en 2001 recibió el Premio Jerusalén de Literatura, el más prestigioso de Israel para escritores extranjeros, aceptó el galardón pese a las presiones para que lo rechazara.

La escritora, judía no practicante, aprovechó la oportunidad para condenar la política de ocupación israelí en los territorios palestinos y advirtió que la única solución sería la creación de un Estado binacional con la desaparición del Estado de Israel. En 1999, polemizó con el escritor austríaco Peter Handke, a quien criticó por su defensa de las posiciones serbias en los Balcanes. Otro blanco de sus objeciones fue Gabriel García Márquez, a quien recriminó en la Feria del Libro de Bogotá, por su silencio respecto de las ejecuciones y condenas de disidentes en Cuba. Aunque amaba la obra del autor de «Cien años de soledad», opinó que «él no dice la verdad sobre Cuba por su amistad con Fidel Castro, aunque dispone de información de primera mano».

Recordó lo que le respondió el colombiano: «Su respuesta fue ridícula. Dijo que está en contra de la pena de muerte y que en privado ayudó a mucha gente. Eso demuestra que sabe lo que pasa. José Saramago es comunista y apoyaba sin condiciones al régimen cubano, pero declaró que»»Hasta aquí llegué» y se negó a apoyarlo por más tiempo.» García Márquez me dio pena, pero es ridículo. Necesitamos la verdad.»

Aunque recibió amenazas de muerte por sus afirmaciones acerca de los ataques terroristas a las Torres Gemelas, a Sontag no le preocupó lo que podía sucederle. La desvelaban los cambios que se estaban produciendo en su país y fue capaz de hacer frente a distintas guerras, las reales y las metafóricas pero perdió su última batalla la de la enfermedad.

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