Tabaco como medicina

Tabaco como medicina

PEDRO GIL  ITURBIDES
Dos tercios de siglos atrás no era difícil encontrar en cualquier lugar del país, a una persona con un pañuelo atado a la cabeza. En la parte frontal, un atado de hojas presionaba para que principios activos de la planta penetrasen por la epidermis. Se confiaban a este procedimiento curas para migraña, sinusitis y cefaleas similares. Una de las hojas utilizadas era la del tabaco. Hoy, los investigadores alemanes de Icon Genetics ponen cabeza abajo las plantas de tabaco, en un procedimiento diferente, para generar sustancias aprovechables en la farmacopea.

El tabaco sirve para algo más que para ser picado o enrollado, quemado y fumado. Aunque parezca increíble, los herederos espirituales de los aborígenes que enseñaron  a los europeos a fumar esta hoja, no fuimos capaces de seguir la rutina curativa de los abuelos. Han tenido que volver los europeos, esta vez los alemanes, a enseñar que el tabaco es salvable como cultivo. No tengo interés extraordinario en que ello ocurra, pues jamás he fumado, no poseo una parcela en la cual pueda cultivar esta hoja, y no fabrico cigarros o cigarrillos. Pienso, en cambio, en la tradición de un pueblo. Y pienso, como les he dicho antes, que Dios no hizo nada que estorbase a su criatura predilecta. Además, alrededor de medio millón de unidades de esa criatura predilecta, vive del tabaco en la República Dominicana.

Pero esa criatura predilecta no ha trabajado en sintonía con lo creado. Y por ello tal vez, al tabaco, como a muchas otras cosas, le buscamos el lado malo. Si tenemos interés en salvar los puestos de trabajo, permanentes y ocasionales, directos e indirectos, que resultan del laboreo del tabaco, hemos de ponerlo de cabeza, como han hecho en Icon Genetics. Por supuesto, no pedimos seguir las huellas de las investigaciones de esa empresa. Podemos averiguar qué es aprovechable en la Tierra sin calcar investigaciones ajenas. En efecto, podemos urdir otras tareas destinadas a sacarle provecho a esta hoja desde otros múltiples puntos de vista.

Cuando éramos niños, el país importaba un perfume de la casa Coty, de Francia, que era producido a partir de la esencia del tabaco. No olía, ni por asomo, al pestilente tufo que permanece en las bocas de quienes fuman. Yo, que contra la disposición de mis padres que lo vendían, llegué a destapar alguno de los frascos movido por la curiosidad, recojo de mis recuerdos un discreto olor a madera de cedro o algo parecido. De manera que siempre me he preguntado si estas hojas no pueden ser explotadas en la industria cosmética, para muchos artículos.

No quiero hablar de su alcaloide, puesto que el ser humano extrae desde hace siglos, diversas formas de éste de muchos otros vegetales, incluyendo la quina. Pero no dejo de pensar que en momentos en que los conocimientos humanos avancen en este campo, mucho más de lo que se ha logrado, tal vez consigamos utilidad a esa despreciada nicotina. Los alemanes, de hecho, descubrieron que al modificar genéticamente el tabaco para hacerlo portador del bacilo thuringiensis, tornaron la planta en una fábrica de proteínas utilizables por la medicina.

Una edición que hemos citado anteriormente, de la revista Research, de Bayer, reseña en su número 18, que han logrado sacarle al tabaco proteínas aprovechables en la producción de una hormona que induce al crecimiento en los humanos. También, a partir de estos procesos, han conseguido producir anticuerpos, útiles en tratamientos de enfermedades diversas. Debemos y podemos, por tanto, como herederos espirituales de quienes enviciaron al europeo en la fuma del tabaco, patrocinar investigaciones que permitan salvar este cultivo endémico en las Antillas.

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