Tabaco e historia

Tabaco e historia

En primer término, junto con el conuco y el casabe, el tabaco constituye la herencia económica más importante que nos dejaron los taínos. En segundo lugar, fue desde la Isla Española que el tabaco fue llevado a Europa a difundirse y, tercero, la concentración de la producción tabacalera en el Cibao en gran parte explica el destacado papel a favor de la democracia de esta región en nuestra historia durante dos siglos, en contraste con el de nuestra ciudad capital y el Sur en general.

[b]EL TABACO Y LOS TAÍNOS[/b]

Es hasta hace relativamente pocos años que se vino a aclarar el uso del tabaco por parte de nuestros indígenas. Los cronistas explicaron cómo la principal ceremonia mágico/religiosa de los taínos consistía en un acto en el cual el hechicero inhalaba por la nariz unas drogas alucinógenas que lo “montaban” para usar el “argot” criollo, y ponían en contacto con sus dioses para recibir de ellos el oráculo sagrado. Por muchos años, varios investigadores creyeron que la droga utilizada en esta ceremonia, llamada de la “cohoba”, lo era el tabaco, cuando, en realidad, lo que se utilizaba era la piptadenia peregrina. Para inhalar la cohoba se utilizaba un instrumento en forma de “y”, dos de cuyos orificios se colocaban en las fosas nasales y por el otro se soplaba para empujar la droga. Representaciones de este inhalador existen en cerámica y huesos así como en el arte rupestre de nuestras cavernas.

El tabaco era utilizado por los taínos simplemente para fumarlo aunque también para curar y fue en el primer viaje del Almirante, en 1492, cuando los europeos contemplaron, asombrados, el uso de esas hierbas que hacían brotar humo por boca y nariz.

Siguiendo un orden cronológico, la primera cita que hacen los descubridores sobre el tabaco ocurre apenas un par de días después de haberse descubierto la primera isla de San Salvador, cuando el Almirante explica cómo, en una pequeña canoa encontró a un indio y en la misma se localizaron “unas hojas secas que deben ser cosas muy apreciadas entre ellos porque ya me trajeron en San Salvador de ellas”. Luego, en Cuba, el Almirante explica como los indios andaban con “ciertas hierbas para tomar sus saumeríos, que son unas hierbas secas metidas en una cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel de los que hacen los muchachos la Pascua del Espíritu Santo y encendida por la una parte de, por la otra chupan, o sorben, o reciben con el resuello para adentro aquel humo, con lo cual se adormecen las carnes y casi emborracha y así disque no sienten el cansancio. Estos mosquetes o como los llamaremos, llaman ellos tabacos. Españoles conocí yo en esta Isla Española que los acostumbraron a tomar, que siendo reprendidos por ellos, diciéndoles que aquello era vicio, respondían que no era en su mano dejarlos de tomar. No sé que sabor o provecho hallaban en ellos”.

Fray Bartolomé de las Casas amplía el asunto cuando afirma: “En esta Isla Española y en las comarcanas tenían otra manera de hierba como propias lechugas y éstas secaban al sol y al fuego y hacían de unas hojas de árbol secas un rollete, como se hace un mosquete de papel y metían dentro un poco de aquella hierba y encendían el mosquete por una parte y por la otra sorbían o atraían el humo hacia dentro en el pecho lo cual les causaban un adormecimiento en las carnes y en todo el cuerpo de manera que ni sentían hambre ni cansancio y estos mosquetes llamaban tabaco, la media sílaba luenga”.

Unos sesenta años después del Descubrimiento visitó la Española el milanés Girolano Benzoni, quien afirmó que, con relación al tabaco: “Cuando esas hojas están en sazón, las cogen de la mata, las atan en manojos y las suspenden cerca del fuego en su hogar hasta que están bien secas y cuando desean usarlas toman una hoja de la espiga de su grano y poniendo una de aquellas otras dentro de éstas, las enrollan juntas como en un canuto; entonces le pegan fuego por un extremo y poniéndose el otro en la boca, aspiran a través de eso, con lo cual el humo así aspirado penetra en la boca, la garganta y la cabeza y lo retienen así tanto como pueden, porque haciéndolo encuentran cierto placer y tanto se llenan con ese humo cruel que pierden el sentido. Y algunos hay que toman tanto humo que caen a tierra como si fueran muertos y permanecen la mayor parte del día o de la noche sin sentido. Algunos hombres hay que se conforman con absorver de ese humo sólo hasta sentir algún devaneo pero nada más. Vean cuan pestífero y malhadado veneno del diablo en esto”.

El viajero Benzoni incluyó en su obra un muy interesante dibujo que mostraba cómo en la Isla Española, el tabaco también era utilizado por los indios para curar a los enfermos, ya que el hechicero se ponía un tabaco en la boca y soplaba el humo sobre la cara del paciente. Esta práctica mágico/religiosa se ha mantenido en nuestro país, pues, pasando como costumbre de los esclavos en sus ritos religiosos, en el vodú y otras prácticas de nuestra religiosidad popular, el oficiante siempre tiene un tabaco en la boca y cubre con su humo a varios de los participantes.

El uso del tabaco era, pues, múltiple. Por un lado se utilizaba para adormecer el cuerpo y dar placer y otro lado se utilizaba como el elemento auspiciador de la mejoría de los enfermos vía el hechicero. Entre otros grupos indígenas, los pieles rojas de Norteamérica, los tratados de paz se afianzaban precisamente fumando “la pipa de la paz”. El tabaco entre ellos, pues, es un medio de simbolizar la paz entre grupos que antes se encontraban en lucha.

Los españoles a su llegada a nuestra isla rápidamente adoptaron el uso del tabaco, pues vemos cómo, para 1540, el Padre Las Casas señala como un hecho notable el haber conocido “un español casado y honrado, en esta isla que usó tomar los tabacos y el humo de ellos, como los tomaban los indios y decía que por el gran provecho que sentía, por ninguna cosa los dejaría”. Pero fueron realmente los esclavos africanos los que con mayor entusiasmo adoptaron la costumbre de fumar el tabaco y es el propio Benzoni quien otra vez nos explica como a los esclavos, el tabaco “les quita el cansancio”. Oviedo, en 1546, agrega que: “Al presente muchos negros de los que están en esta ciudad (de Santo Domingo) y en la isla toda, han tomado la misma costumbre, crían en las haciendas y heredades de sus amos esta hierba y toman las mismas ahumadas o tabacos porque dicen que, cuando dejan de trabajar y tomar el tabaco se les quita el cansancio”.

El padre Bernabé Codo, jesuíta, explica como “la costumbre se les pegó a los españoles de los indios de la Isla Española, en la cual los caciques y más principales usaban tomarlo de esta manera; metían sus hojas después de secas y curadas en unos palillos huecos curiosamente labrados para este efecto y encendíanlo por una parte y por otra bebían el humo”.

Vemos pues, como tanto el esclavo africano como el español colonizado rápidamente adoptaron la costumbre de fumar tabaco, por lo que se puede decir, sin lugar a dudas, que el tabaco fue el regalo de América más universalmente aceptado por la humanidad y fue precisamente desde La Española, centro irradiador de la colonización, desde donde el tabaco fue llevado a Europa y Africa.

[b]EL CIBAO Y EL TABACO[/b]

En términos políticos el Cibao ha sido siempre más liberal que la capital y el Sur. Bonó fue el primero en buscarle un origen económico a esta actitud política cuando, en 1895 se pronunció diciendo que “el cacao es oligarca y el tabaco demócrata”. Hizo la comparación con el cacao y no el azúcar pues, para 1895, el último todavía no había adquirido suficiente importancia. Harry Hoetink, Frank Moya Pons y Antonio Lluberes entre otros, han mostrado cómo el conservadurismo de la capital y el Sur provenía de su concentración en la explotación ganadera y maderera y luego la azucarera, caracterizándose las tres por la explotación extensiva, en base al uso de mano de obra barata y la concentración de grandes latifundios en pocas manos. El azúcar requiere además una gran inversión de capital, a diferencia del tabaco que se produce en pequeñas parcelas y en base a negocios familiares de poca inversión. Abad, pocos años antes, en 1889 había apuntalado que “el tabaco, más que ninguna otra planta industrial, es un cultivo de familia… es un cultivo propio para crear un núcleo de pequeños propietarios agrícolas”. El Partido Azul, liberal, demócrata, era fuerte en el Cibao del tabaco y el Rojo, conservador, buscador del proteccionismo extranjero, tenía su fuerza en el Sur ganadero, maderero y productor de caña.

A los cuarenta y cinco años de la famosa frase de Bonó, la misma fue repetida por el sabio antropólogo cubano, don Fernando Ortíz, en su famosa obra “Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar”.

La ecolocuencia de Ortíz es inigualable en este análisis que contrasta el azúcar y el tabaco. Oigámosle:

“El tabaco nace, el azúcar se hace. El tabaco es oscuro, de negro a mulato; el azúcar es clara, de mulata a blanca… dulce y sin olor es el azúcar; amargo y con aroma es el tabaco. ¡Contraste siempre! Alimento y veneno, despertar y adormecer, energía y ensueño… apetito que se satisface e ilusión que se esfuma, calorías de vida y humaredas de fantasía, indistinción vulgarota y anónima desde la cuna, e individualidad aristocrática y de marca en todo el mundo. Medicina y magia, realidad y engaño, virtud y vicio…”

En lo económico Ortíz enfatiza: “Cuidado mimoso en el tabaco y abandono confiante en el azúcar, faena continua en uno y labor intermitente en la otra, cultivo de intensidad y cultivo de extensión, trabajo de pocos y tarea de muchos; libertad y esclavitud, artesanía y peonaje; manos y brazos, hombres y máquinas, finura y tosquedad. En el cultivo, el tabaco trae el vegueria y el azúcar crea el latifundio… Soberanía y coloniaje, altiva corona y humilde saco”.

Don Fernando agrega: “En el tabaco hay siempre algo de misterio y sacralidad, el tabaco es cosa de gente grande… Fumar el primer tabaco, aunque sea a hurtadilla de los padres, es como rito de ‘passage’, el rito tribal de iniciación a la plenitud cívica de la varonía; … el azúcar, en cambio, no es cosa de hombres, sino de niños, algo que se les da apenas paladean, como un simbólico augurio de dulzura, para su existir”.

Ortíz sigue arremetiendo: “El mejor fumador busca el mejor habano, el mejor habano la major capa, la mejor capa la mejor hoja, la mejor hoja el mejor cultivo, el mejor cultivo la mejor semilla, la mejor simiente la mejor vega… Por eso la agricultura del tabaco exige tanta meticulosidad; al revés de los cañaverales, que piden poca atención. El veguero debe cultivar su tabaco no por plantaciones, ni siquiera mata por mata, sino hoja por hoja, no está el buen cultivo del buen tabaco en que la planta dé más hojas, sino en que éstas sean mejores. En el tabaco lo principal es la calidad; en el azúcar la cantidad. El ideal del tabacalero, así del cosechero como del fabricante, está en la distinción; que lo suyo sea único, lo mejor; el ideal del azucarero, así del cultivador como del hacendado, está en que lo suyo sea lo más: más caña, más rendimiento, más guarapo, más bagazo, más tacho, más centrífuga, más polarización, más sacos y más indiferencia de calidad para acercarse, a través de las refinerías, a un simbólico cien por cien de química pureza, donde se pierde toda distinción de oriundez y de clases; y donde la madre remolacha y la madre caña son olvidadas en la idéntica blancura de sus hijos por igualdad química y económica de todos los azúcares del mundo, los cuales, si son puros, por igual endulzan, alimentan y valen”.

En fin, don Fernando nos muestra como el trabajo del azúcar es simplemente un oficio y el del tabaco es un arte, o para usar sus propias palabras, recordando su origen taíno: “El tabaco es un don mágico del salvajismo; el azúcar es un don científico de la civilización… El tabaco fue de América llevado; el azúcar fue a la América traído… En la producción del tabaco predomina la inteligencia; ya hemos dicho que el tabaco es liberal cuando no revolucionario. En la producción del azúcar prevalece la fuerza; ya se sabe que es conservadora cuando no absolutista… La producción del azúcar, repitamos, fue siempre empresa de capitalismo por su gran arraigo territorial e industrial y la magnitud de sus inversiones permanentes. El tabaco, hijo del indio salvaje en la tierra virgen, es un fruto libre, sin yugo mecánico, al revés del azúcar, que es triturada por el trapiche. Esto ha tenido enormes consecuencias económicas y sociales”.

Incluso en los aspectos culturales, Ortíz explica cómo: “La lectura no cabe en los ingenios de azúcar, en cuya casa de calderas no se pueden escuchar voces humanas. Ya ni se oyen las rítmicas canciones de trabajo con que antaño los esclavos daban ímpetu y ritmo a sus faenas en los trapiches, en las fornallas, en los entongues y en las bagaceras. Hoy día el ingenio es un monstruo mecánico que al moverse produce una ensordecedora sinfonía de rodajes, prensas, bielas, engranes, émbolos, pistones, válvulas, centrífugas y acarreos, con escapes de vapor que parecen rugidos de fiera y con silbidos estridentes como de sirenas enfurecidas. En el tabaco, en cambio, la galera del taller puede permanecer silenciosa si se acalla el vocerío de las conversaciones. El manipuleo del tabaco se hace por los torcedores sentados en sendas mesas, unos junto a otros, como escolares que hacen repaso de sus libros en el colegio. Por esto ha sido posible establecer en las tabaquerías una costumbre tomada de los refectorios de los conventos y de las prisiones, cual es la de la lectura en alta voz para que la oigan todos los operarios mientras dura su tarea en el taller”.

Así vemos como el tabaco es oriundo de nuestra isla, jugó un papel importante entre nuestros indios y fue desde aquí que se difundió a Europa. Su producción es un arte, requiere mano de obra diestra y producción a escala familiar en tierra totalmente en manos nacionales. En el caso del azúcar, en contraste, utilizamos mucha mano de obra extranjera. Incluso por muchos años luchamos por cuotas azucareras en un esfuerzo que efectivamente coartaba nuestra soberanía.

Con mucho, la caña y el tabaco explican las grandes diferencias políticas, sociológicas, raciales y económicas entre los habitantes de nuestra costa Sur y el Valle del Cibao.

Finalmente puede decirse, sin lugar a dudas, que el tabaco ha sido siempre más dominicano que el azúcar, por su nacimiento, por su espíritu y por su método de producción, industrialización y mercadeo.

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