POR PEDRO F. VERAS
Una de las más gratificantes artes en su variedad y riqueza rítmica lo es la escultura por su imponencia y durabilidad con relación a otras artes. La agilidad de plasmar la tridimencionalidad bajo un concepto determinado nos lleva a recibir un impacto visual categórico.
En la escultura, la talla en madera ha categorizado el umbral de hechos, fábulas, mitos y leyendas. En un inicio este recurso de expresión se trabajó en un contexto religioso, pero al convertirse en un medio de transmitir pensamientos de seres sobrenaturales y personalidades exorbitantes fue transformándose en singularidad. Lo que empezó con una máscara ceremonial terminó en el barroquismo de los retablos del siglo XV y las tallas religiosa del siglo XVI y XVII de las esculturas occidentales hasta nuestros días.
Sin lugar a dudas al hacer un acercamiento a las esculturas de Miguel Ángel Estrella vemos en él un innovador audaz que obliga al espectador a la visualización en sus formas de una segunda mirada reflexiva. Desde su formación con su padre aprendió el oficio de la talla desde un punto de vista productivo hasta que llegar a la Escuela Nacional de Bellas Artes (E.N.B.A) donde estuvo por varios años sacando provecho a su talento y habilidades.
Luego estudia en la Escuela de Persio Checo quien lo instruiría en el mundo de la pintura volviéndose gran conocedo, exponiendo con otros artistas en exposiciones colectivas en el Hotel Embajador, Casa de Teatro, Casa de España entre otros lugares, sin dejar fuera sus dotes de escultor.
Miguel cuenta principalmente con el arte funcional como protagonista de su temática para alcanzar las más elevadas características del simbolismo en sus bronces y en sus tallas en madera, muchas veces de tamaños monumentales de sus Cristos semi-abstractos con un lenguaje sin igual en donde la simetría rompe los espacios y el equilibrio recordándonos un primitivismo nuevo que expone sin tabúes en sus piezas de caoba, además de que utiliza el mármol como contrasté simultáneo de la expresividad volumétrica.
No es como dicen algunos que consideran «que las esculturas no tienen vida» entendiendo que son pedazos de materia sin valor,.
Pero Miguel le inyecta un toque de sensualidad y carisma en las terminaciones de sus tallas en madera con lo típico de la dominicanidad, con formas de su manera de ser en el mundo sub-real que viven los artistas como base de la creatividad.
Mezclando el estructuralismo define el significado de la cultura sincretista que nos arropa, como lo hiciera en sus obras Henri Moore (1831- 1895) conjugando las masas, conglomerando las formas, dando como resultado un misticismo siendo el punto cumbre de la emotividad penetrante como el escultor domínico-catalán Antonio Prats Ventós (1928- 1999). Las influencias de Gaspar Mario Cruz no se quedan sin presencia no dejando nada al espectador en lo que la obra se refiere a la totalidad del ser-materia como parte que lo determina.
Sea caoba, guayacán o capá en que el soporte fluye identificado por su esencia y realidad. Sus obras han sido llevadas a tierras lejanas como parte importante de colecciones tanto persónales como de instituciones
Entre los adquirientes figuran la familia Selman, el Cardenal López Rodríguez, Colección del Señor Luis Scheker y colecciones privadas en España y otras países importantes.
Sin embargo, quedarse en esas alegorías del sub-conciente e intimidades sería dejarse extraviar del sendero estético que nos propone Miguel, para quien lo importante es la atrevida y feliz innovación plástica que induce en nuestra percepción y apreciación a proyectar la paz interior, siendo un artista dotado de enorme sensibilidad, extraordinario talento y una asombrosa capacidad de trabajo que no se repite rompiendo con un pasado escultórico. Ver la exposición presentada por la Gerencia del hotel Intercontinental V Centenario con la colaboración del promotor de arte José Jiménez.
El autor es profesor de la Escuela Nacional De Bellas Artes. E.N.B.A y miembro del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos. CODAP