Tan ingratos que somos con
Pedro Henríquez Ureña

Tan ingratos que somos con<BR>Pedro Henríquez Ureña

POR MIGUEL D. MENA
Ya estamos en pleno siglo XXI y es como si estuviésemos a principio del siglo XX.

Hostos sigue muriendo. Pedro Henríquez Ureña sigue teniendo razón cuando habla de la «asfixie moral» en el clima dominicano. Bosch permanecerá en Cuba. Pedro Mir seguirá esperando la nueva sangre del país.

Quisiera evitar la queja y gozar los principios de la racionalidad, la voluntad, ahora que hay gente que tiene clara las cosas.

Pero no.

Los intelectuales ya han estado en este y/o en aquél bando político, y los resultados del actuar, el hacer y el pensar, todo mundo los conoce.

Los intelectuales en otrora llamados críticos ya ni son críticos ni tienen el aura que impacte. Como diría Max Weber: se han rutinizado.

Todo esto –y mucho más- se me presenta de golpe a la hora de pensar en Pedro Henríquez Ureña,  el dominicano más universal y trascendental que hayamos tenido, un nombre-llave, una conciencia y una integridad que todavía convoca, hace pensar, sentir, que motiva el estudio en Montevideo, Bogotá, Varsovia…

A 23 años de su centenario y 61 años de su muerte, el nombre de Pedro Henríquez lo tiene una universidad, la Biblioteca Nacional, una avenida, un Premio Nacional de Literatura, hasta la papeleta de 500 pesos tiene su foto, junto a su madre –por cierto, imagen recreada esa de Salomé Ureña, donde no se destacan sus rasgos negroides…

Durante la pasada gestión perredeísta se hizo un intento de reunir sus «Obras Completas» en el proyecto más disparatado de que tengamos noticia. La idea de formar un equipo con los «henriquezureñistas» más connotados no produjo los resultados esperados. Por el contrario: el trabajo no hizo más que destacar la trascendencia de aquellas «Obras Completas» editadas por de Lara en los años 80, que por cierto, no dejaron de ser, en parte, un proyecto también trunco. Simplemente se apostó más al efecto publicitario de reunir eminencias que al fino y monumental trabajo de grupo.

La politiquería venció a la formalidad del pensamiento.

Podríamos hablar de un abuso en el uso de la figura de Pedro Henríquez Ureña, que al final no produjo nada: ni estudios, ni textos, salvo esos cinco volúmenes tan desordenados entre sí, con aportes singulares y estudios sólidos, junto a otros de pura improvisación.

¿Es que no disponemos de la capacidad suficiente para asumir el legado del Maestro?

¿Seguirá Pedro Henríquez Ureña en el exilio?

¿Esperaremos que los estudios nos sigan llegando de México, España, los Estados Unidos, Chile, Argentina?

Sabemos de autores que han hecho importantes aportes, como Soledad Álvarez, Diógenes Céspedes, Irene Pérez Guerra, Guillermo Piña Contreras, pero este corpus aún no es suficiente ni se compadece con el hecho de que Henríquez Ureña sea uno de los nuestros.

Junto al trabajo de edición de las obras del Maestro deberíamos iniciar un diálogo con la misma. Para eso falta la voluntad institucional –pienso en el sector público, en Cultura y en Educación,  pero también en las universidades, donde las Humanidades cada día sucumben ante la avalancha de técnicos.

Todo esto viene al caso por una conversión telefónica que sostuve con Sonia Henríquez de Hlito, hija del Maestro, el martes primero de mayo.

Hacía tiempo que me había enterado de la donación de los papeles de su padre al Colegio de México, y el tema fue el primero en aflorar.

Es sumamente desagradable, pero hay que decirlo: Doña Sonia no confía en la capacidad de las instituciones dominicanas para conservar y darle un buen uso a esos documentos. Eso sí, tampoco quiso desheredarnos de un todo, y envió lo más íntimo y personal de Pedro Henríquez Ureña a la Biblioteca que lleva su nombre. De todas maneras, su padre siempre se desveló por la tierra donde nació, y también de alguna forma debía seguir estando vinculados con nosotros.

Con los papeles era otra cosa. Los mismos necesitan cuidado, conservación, publicación. ¿Adónde acudir en el país dominicano? La respuesta flota en el aire.

Doña Sonia ha estado viajando a Santo Domingo desde 1984 y siempre, según confieza, le han dicho las mismas cosas.

En estos tiempos donde la técnica facilita la comunicación, tampoco es de lamentar que los papeles del Maestro fuesen a parar a México. Es más, habría que saludar semejante determinación, en vista de la gran tradición de profesionalidad que ha acompañado al Colegio de México, al que los cientistas sociales dominicanos le debemos tanto. Esos textos se digitarán y estarán accesibles al público entusiasta en esas aguas de la reflexión sobre la utopía, el castellano en estas tierras, los estudios culturales en lo que su nombre será inevitable.

Ojalá y estas líneas sean un llamado de mayor atención para comenzar a valorar, para hacer nuestro, el legado del Maestro.

Recuperarlo es una forma de pensarnos, situándonos en una historia, una cultura, un habla, una aspiración de ser mejores, más justos.

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