¡Tan solo adelante!

¡Tan solo adelante!

MARTHA PÉREZ
Erase una vez, en un lugar muy atractivo geográficamente la gente iba y venía quejandose de las calamidades que les invadían, pareciendo llegar de los cuatro puntos cardinales y con matiz de «racha» las consecuencias de tales calamidades que sin distinción a todos afectaban.

El mismo grito: apagones, carestías, escaséz, intolerancia, abuso de poder, promesas incumplidas, despilfarro de recursos, ausencia y/o disminución de servicios básicos; y muchos etcéteras que convirtieron aquel lugar en un columpio desequilibrado que se movía en un abierto ángulo empujado por una fuerza aveces invisible. ¡Sólo un milagro! podría ser el fin de esa situación, decían algunos; otros, a sabiendas de que los milagros son obra del Todopoderoso, reclamaban sólo de la inteligencia y la acción de los hombres y mujeres capaces de pensar y ejecutar el plan práctico, no divino, que pusiera fin a sus calamidades. Dos fechas en el calendario eran la esperanza de aquella gente que veían achicarse su calidad de vida y sus posibilidades para sobrevivir: El día dieciseis en los meses de mayo y agosto, respectivamente, en el año dos mil cuatro. La esperanza en estas fechas, sobre todo, la primera, provocaba en esta gente un estado de pasividad, que rayaba en la resignación. Y no era falta de coraje, ni de rebeldía.

Llegó el momento, y aunque su situación era cada vez mas grave, la esperanza en el porvenir les hacía esperar; y esperar con mucha calma. Como todos eran iguales, fruto del padecimiento de las mismas consecuencias a causa de las calamidades, el grito de esperanza fue unánime y las posibilidades para alcanzarla sobrepasaron el cincuenta por ciento. Ese grito hizo eco en la segunda fecha de la esperanza (el día dieciseis del mes de agosto) y aquella gente, que todavía vivía en el mismo padecimiento, comenzó a sentir que le quitaban un enorme peso de encima, lo que manifestaban en expresiones de seguridad, de alegría, de felicidad por venir. Pero a la vez estaban conscientes por un lado, de que no se había producido ni podía producrise un milagro; y de que volvería a llover sobre su tierra para hacerla parir, aún fuese sólo la confianza -una de las más grandes cosas que habían perdido-; estaban concientes de que volvería a encender la luz de la unidad, de la justicia, de la paz, del progreso; estaban conscientes de que estos últimos aspectos harían desaparecer poco a poco el cuadro de calamidades padecidas; y estaban conscientes de que habría que trabajar duro, muy duro, para poder despertar de la pesadilla en que se había convertido su dinámica de vida. ¡Cuán seguros estuvieron de esto! al escuchar lo que ellos mismos pudieran llamar «la voz de su salvación» cuando les habló de la paciencia y la de la conducta ciudadana ejemplar que ha tenido este pueblo, pero que no se puede abusar de él; cuando habló de la necesidad de unidad, de austeridad; de eliminar privilegios particulares e instituciomales; cuando expresó: «La República Dominicana no puede seguir como va; no puede seguir con la inseguridad ciudadana; con el clientelismo; con el enriquecimiento ilícito; con el abuso de poder. En fín, con la falta de seriedad en todo». Y cuando esa voz tocó el aspecto de la crisis energética, el más agobiante del momento para esta gente, al decirles que la mitad de la energía que se produce en el país se pierde o no se paga. La paciencia se le convirtió de pronto en impotencia y ésta en rabia con un toque de fe en la solución del problema, porque al menos, alguien les había dicho en este orden, gran parte de lo que pasa.

Terminada de escuchar su denominada «voz de la salvación» esta gente de aquel lugar muy atractivo geográfivamente,  que iba y venía quejandose de las calaminades que les invadían, las que parecían llegar con matiz de «racha» desde los cuatro puntos cardinales, cuyas consecuencias  a todos afectaban, se dió cuenta de que estaba viviendo como en un cuento que acaba de terminar y que desde la segunda de las dos fechas que vieron como su esperanza, el dieciseis de agosto, tan sólo por el contenido del dicurso ante la Asamblea Nacional del nuevo presidente de la República Dominicana, el doctor Leonel Fernández, irían ¡tan solo adelante!.

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