Tanto va el cántaro al agua…

Tanto va el cántaro al agua…

Cuando el magnate Bernard Maddof fue detenido por las autoridades federales de Estados Unidos bajo la acusación de malversar 50 mil millones de dólares en perjuicio de inversionistas privados, pronunció una frase para la historia. Declaró en ese momento a los “marshalls” del Departamento del Tesoro: “¿Por qué les tomó tanto tiempo venir? El formato del manejo de los fondos estuvo siempre a ojos vistas y bajo la supervisión permanente de las autoridades competentes.”

La anécdota de Maddof viene a colación ahora que se ha detectado un colosal fraude en Santiago de los Caballeros en violación a las leyes que rigen las aduanas del país.

Los contrabandos denunciados son enormes en cantidad y sorprendentes en cuanto a los efectos y mercancías que traficaban a simple vista de los empleados de ese organismo estatal.

El fraude por centenares de millones estaba expuesto ante todos y, quizás, de todos conocido. Como en el caso Maddof. Se rumora que el contrabando pudo mantenerse por las vinculaciones de los presuntos delincuentes con las altas instancias del Partido de la Liberación Dominicana.

La sociedad dominicana se derrumba por una empinada y resbaladiza pendiente de corrupción con impunidad garantizada que ha llegado a convertirse en norma de gobierno. Sólo hay que revisar las primeras planas de cualquiera de los periódicos y encontraremos, caso tras caso, cómo se evidencian los estragos que los gobernantes causan a la economía nacional. Estaría de más la enumeración de las ya habituales denuncias de corrupción que se suceden incesantemente. Las evidencias se hacen públicas y las autoridades prometen tomar debida cuenta. Pero ¿quién podría preparar debidamente el procedimiento legal que ayude a erradicar la corrupción? ¿Los funcionarios políticos? ¿La Policía? ¿Los fiscales? Estos últimos están descalificados de antemano por las constantes deficiencias al presentar las pruebas ante los tribunales. Parece existir una identidad de propósitos entre las autoridades y los delincuentes.

Ahora se habla de investigar a los fiscales pero la tarea se la han encomendado a otros fiscales, también sometidos a la duda generalizada de la población. El círculo vicioso de la corrupción con impunidad garantizada está bien definido y bendecido como norma de comportamiento para los allegados.

Mientras todo este desorden crece y se desarrolla, ¿dónde está quien encabeza formalmente la administración pública? ¿Qué hace al respecto aquel a quien una millonaria cantidad de votos le confió la correcta administración del Estado? El compañero viaja constantemente. Todos sabemos que al Presidente de la República le fascinan los escenarios internacionales porque allí nadie puede cuestionarlo por las deficiencias que padece la nación dominicana.

Sus relaciones internacionales son como la amante buscada cuando el matrimonio no anda por buen camino. Quizás se hastió de los fracasos internos y de las exigencias formales del hogar familiar, que es el país.

Entonces trata de encontrar afuera, entre extraños, los méritos que cree merecer y que en su casa no le conceden. En cambio, con una amante, en este caso las relaciones internacionales, la vida es más gratificante.

Los ambientes extraños ofrecen la oportunidad de exhibirse sin temor a ser descubierto. Además, la concubina estimula su ego constantemente agudizando, aún más, la gran debilidad del narciso.

La gente entonces se pregunta ¿por qué el Presidente le da más importancia a lo que sucede en otros países que al propio? ¿Por qué le interesa más mediar en el conflicto árabe-israelí, en Haití, en Honduras, en Colombia y Venezuela? ¿Por qué no se interesa por mediar entre la Policía Nacional y el pueblo dominicano para proteger a los débiles? En promedio, en República Dominicana mueren más ciudadanos a manos de las autoridades que los que caen a diario en Afganistán donde Estados Unidos ha mantenido una intensa guerra durante los nueve años recientes. Prefiere interesarse por mediar donde nunca lo han elegido ni le han solicitado que arbitre. Y mientras deambula por el mundo, los dominicanos pagan las consecuencias y asumen las incumplidas responsabilidades de quienes fueron elegidos y se les paga para hacerlo.

Pero a aquellos no les importa si el pueblo come, se educa o se enferma. Sólo piensan en enriquecerse. Hasta que, de tanto ir el cántaro al agua… se rompa.

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