Para las autoridades no es prioridad acabar con los tapones del tránsito
La filosofía popular reza “no hay mal que por bien no venga” y yo creo que los males solo pueden parir maldades y los tapones son un ejemplo, considerándome afortunado de que, hasta el presente, no me han sorprendido con las urgencias fisiológicas de cualquier ser humano por vaciar sus emuntorios, tal vez porque me tranquiliza la certeza de haber llenado el tanque de gasolina de mi vehículo y la costumbre de usar el sanitario familiar antes de salir.
Si se considerara “progreso” al asfixiante volumen de vehículos de motor nuevos y usados que circulan en cualquier ciudad, Santo Domingo estaría en los primeros lugares del mundo como conglomerado desarrollado, pero la realidad es que precisamente en casi todos los continentes lo habitual es que el desorden o caos en el ordenamiento territorial y tránsito vehicular, es característica del subdesarrollo y en nuestro caso, los tapones son odiados por la ciudadanía que, tal vez obnubilada por la indignación, no cae en cuenta de que a los gobernantes les reportan un gran beneficio tributario colateral porque el galón de combustible tiene un componente impositivo exagerado que deja pingües o multiplicados recursos que sirven para solventar demagógicas asignaciones y, ¿por qué no?, numerosas botellas y cargos onerosos para el erario.
Por eso, para las autoridades no es prioridad acabar con los tapones de tránsito porque, en vez de tapar, realmente “engordan” un porcentaje del Presupuesto que se deriva de ingresos fiscales a través del combustible que malgastamos los ciudadanos atrapados en los kilómetros de vehículos detenidos con un manejo inadecuado de vías de acceso a las grandes ciudades, especialmente la capital. Simple matemática de primaria.
En vez de tapar, en el país los tapones realmente “engordan” un porcen- taje del Presupuesto.