¿Tarados o perversos?

¿Tarados o perversos?

Cuando escribo estos artículos cada semana, trato de no enredarme entre las patas de los caballos de las polémicas politiqueras. Esquivo ese ambiente porque allí no se razona sino que simplemente se descalifica con improperios a aquel que no está de acuerdo. Sin embargo, voy a cometer el grave error de aventurarme en ese desdichado campo para reclamar un poco de respeto ante la mínima inteligencia de que disfrutamos algunos.

En los periódicos del pasado jueves 29 de enero, día final de la más reciente huelga nacional, aparecieron publicadas asombrosas declaraciones ofrecidas a la prensa por un funcionario del gobierno actual. Trataba él de explicar lo inexplicable y, debo admitir, lo hacía de manera tal que provocaba la nostalgia por aquel cómico argentino llamado Luis Sandrini.

El ministro de agricultura y principal impulsor de la reelección de Hipólito Mejía, se la lució en el almuerzo del Grupo Corripio. Dijo que la bujía inspiradora para buscar la reelección presidencial de Hipólito había sido su admiración por el fenecido presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt. Como muestra de su limitado conocimiento sobre el tema agregó que FDR había sido el único presidente de Estados Unidos reelegido cuatro veces y que murió en el ejercicio del poder (en realidad sólo fueron tres veces). Suerte para él que ningún periodista reclamó que profundizara sobre el tema porque, evidentemente, el funcionario demostró que no conocía ni por asomos al aristócrata de Hyde Park. No debían ignorar los reeleccionistas que Roosevelt sacó a Estados Unidos de la crisis financiera iniciada en octubre de 1929 en contraste con Hipólito que metió a República Dominicana en una profunda crisis financiera. Si algo hubiera en Roosevelt digno de ser imitado por los actuales gobernantes, sería su clarividencia para encontrar soluciones ante la más grande crisis vivida por el capitalismo. Pero eso sería mucho pedir.

Aún si el Secretario de Estado se hubiera callado la boca luego de la demostración de desconocimiento de la historia contemporánea de Estados Unidos habría «pasado con cien». Pero qué va. Tratando de justificar los afanes continuistas de Hipólito dijo que «la imposibilidad de desarrollar exitosamente sus planes de gobierno a causa de problemas económicos de origen nacional e internacional, fue lo que motivó que el presidente Mejía optara por la reelección. Olvida que el amigo Hipólito es softbolista y entiende la táctica de ese deporte. Según esa lógica reeleccionista, cuando a un «pitcher» le caen a palos y le anotan varias carreras en cada «inning» no se debe llamar a un relevista para que trate de frenar la artillería contraria. Por el contrario, el «manager» debe ir hasta donde está el «pitcher» para decirle que lo está haciendo bien. Por tal razón lo dejará lanzando, no obstante el natural cansancio en el brazo, hasta que el contrario se agote de tanto correr las bases y entonces le falten fuerzas para seguirle bateando. Lo que no explica el funcionario es cómo su equipo va a anotar carreras para reducir la enorme ventaja que le llevan. Por la misma línea de ese tipo de razonamiento, si el Presidente de la República hubiera estado gobernando con una economía saludable, elevando la calidad de vida de los dominicanos, no habría necesidad de reelegirlo.

Para ponerle la tapa al pomo, el ministrazo sentenció que «en medio de tantas dificultades, el presidente Mejía consolidó su convicción de que era una irresponsabilidad dejar el barco en medio de la tormenta». O lo que es lo mismo decir que, después que el capitán de este barco lo encalló en unos arrecifes por desconocer el rumbo a seguir, todavía trata de convencernos de que puede seguir transportando con seguridad la carga y los pasajeros hasta su destino en un barco gravemente deteriorado. La verdad que, como dijera el escritor Augusto Monterroso, los políticos no se conforman con ser el animal más estúpido de la creación sino que, encima de eso, se permiten el lujo de ser el único animal que disfruta haciendo el ridículo.

No es cuestión de estar a favor o en contra de las ambiciones reeleccionistas de un grupo de perredeistas. ¿Piensa el funcionario que somos tarados? Indigna que se nos suponga tan imbéciles como para hacerle caso a opiniones que sólo reflejan cinismo y burla. Temo equivocarme al considerar a esos funcionarios como minusválidos mentales porque la alternativa sería que fueran unos grandes perversos. Pero, como el poder es para usarlo…

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