Tardía reconsideración del plátano verde

Tardía reconsideración del plátano verde

Hace un par de años en esta misma columna me hice una auto-crítica pues por más de tres décadas he argumentado ante mis indulgentes lectores mis opiniones adversas acerca del plátano verde.

He dicho que sólo un pueblo hambreado o heredero de costumbres de culturas poco afortunadas en sus opciones culinarias, incurre en la barbaridad de comerse algún fruto antes de su plenitud o maduración.

Me fascinan los plátanos maduros, como sea que se les cocine, hervidos, horneados, fritos, en puré, al caldero, en pastelones o como parte de otras recetas.

Pero el plátano verde, sea barahonero o cibaeño (que poseen distintos sabores, texturas y tamaños), se me antojaba algo indigno de la buena mesa, integrado a las costumbres dominicanas por el peso de siglos de escasez, que obligaba a las pobres gentes a comerse ese fruto tan apreciable antes de madurar.

Tuve ocasión de corregirme a mí mismo al descubrir la exquisitez del plátano verde. Me tomó muchos años, pero hoy ya puedo comer el mangú, aunque prefiero los tostones, los “trozos” hervidos, las mariquitas o platanitos, el plátano asado y el mofongo. Confieso sin embargo que aún estoy confundido, pues no sé si siglos de costumbres criollas me han vencido o si efectivamente he ampliado el rango de mi capacidad de apreciación culinaria.

Mi retrasada confesión de hace un par de años la instó un artículo de José del Castillo en Diario Libre, titulado “Literatura y Gastronomía”, en que decía: “El maltratado plátano –el pan del negro que terminó siendo de todos y que algunos malos dominicanos menosprecian- es ponderado positivamente…”. ¡¿Se es un “mal dominicano” por llevar años señalando las excelsas virtudes del plátano maduro en comparación con las pobres posibilidades del verde?

La verdad es que el plátano verde no es tan malo como creía. Según estudios de universidades donde en invierno cae nieve, el plátano verde posee interesantes atributos alimenticios y la temida “bruteína” no aparece en ninguna de las pruebas de laboratorio.

Tras corregirme a mí mismo, sin embargo, quedo con la duda que ya dije, de si la tradición de siglos me ha vencido o si con la edad uno se hace más tolerante con el gusto y la cocina.

Algo parecido me pasó una vez con las paticas, que ahora aprecio, pero esa será historia para otro día.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas