Tareas pendientes: OCTAVIO PAZ. El ogro filantrópico

Tareas pendientes: OCTAVIO PAZ. El ogro filantrópico

Los liberales creían que gracias al desarrollo de la libre empresa florecería la sociedad civil y, simultáneamente, la función del Estado se reduciría a la de simple supervisor de la evolución espontánea de la humanidad. Los marxistas, con mayor optimismo, pensaban que el siglo de la aparición del socialismo sería también el de la desaparición del Estado. Esperanzas y profecías evaporadas: el Estado del siglo XX se ha revelado como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas. Un amo sin rostro, desalmado y que obra no como un demonio sino como una máquina. Los teólogos y los moralistas habían concebido al mal como una excepción y una transgresión, una mancha en la universalidad y transparencia del ser… Octavio Paz, El ogro filantrópico.

Así inicia el famoso ensayo titulado El ogro filantrópico, en agosto de 1978, en el número 21 de la revista Vuelta. Al año siguiente, en 1979, fue publicado como libro, bajo el mismo título, por la editorial mexicana Joaquín Mortiz. El libro, que llevaba el nombre del ensayo provocador, contenía además otras reflexiones que tenían como hilo conductor sus preocupaciones sobre el Estado, la sociedad, el ejercicio y la vida política. La reflexión de Octavio Paz no se redujo a su México natal, sino también que abarcó otros países del hemisferio, incluyendo al llamado socialismo real, que después de décadas de ejercicio se convirtió en sociedades de capitalismo estatal, negador de sus principios. En El ogro filantrópico, la crítica de Octavio Paz es dura, mordaz a los horrores del Estado totalitario, fuese de derecha o de izquierda. De manera valiente, tuvo la fuerza para ser crítico a los regímenes totalitarios de Cuba, la Unión Soviética y Europa del Este.

Afirmaba el pensador mexicano, que en el siglo XX, el Estado se había convertido en una máquina tan efectiva que se reproducía sin cesar; tan fuerte y omnipresente había sido la influencia, que las empresas privadas, por imitación, tendían a convertirse en Estados e imperios tan influyentes y poderosas, que algunas llegaron a crecer tanto que su capital era superior al PBI de muchas pequeñas naciones del mundo. Afirmaba que la sociedad civil había desaparecido, provocando que “fuera del Estado no hay nada ni nadie. Sorprendente inversión de valores que habría estremecido a Nietzsche: el Estado es el ser y la excepción, la irregularidad y aún la simple individualidad son formas del mal, es decir, de la nada. El campo de concentración, que reduce al prisionero a un no-ser, es la expresión política de la ontología implícita en las ideocracias totalitarias”.

Octavio Paz afirmaba que en América Latina el interés por el Estado era casi insignificante o inexistente, pues la intelectualidad latinoamericana seguía sumida en debates teóricos infructuosos y estériles como el subdesarrollo y la dependencia. Nuestra situación era diferente, como argumentaban los intelectuales del momento, era cierto, reconfirmaba el pensador mexicano, pero no justificado. Estábamos viviendo una vorágine intelectual incestuosa. Hacía falta la pregunta: ¿qué pasaba realmente en nuestros países del continente? Es cierto, afirmaba Paz, que nuestra amada Latinoamérica era la imagen misma de la extrañeza, pues en ella se yuxtaponían “la contrarreforma y el liberalismo, la hacienda y la industria, el analfabeto y el literato cosmopolita, el cacique y el banquero. Pero la extrañeza de nuestras sociedades no debe ser un obstáculo para estudiar al Estado latinoamericano, que es, precisamente, una de nuestras peculiaridades mayores. Por una parte, es el heredero del régimen patrimonial español; por la otra es la palanca de la modernización. Su realidad es ambigua, contradictoria y, en cierto modo, fascinante”. Pero lo cierto era y es, que perdimos mucho tiempo y energía en discusiones estériles y superadas.

A partir de entonces comenzó a hacer una reflexión sobre México, el caso que mejor conocía, según decía. Iniciaba esta parte del ensayo afirmando que el Estado creado por la Revolución Mexicana era más fuerte que el existente en el siglo XIX. Es más, aseguraba, que los revolucionarios fueron infieles a los postulados liberales que decían defender. Seguía exponiendo, que los defensores del liberalismo abogaban por una sociedad fuerte y un Estado débil. Porfirio Díaz, sin embargo, invirtió los términos, y creó un Estado fuerte, así pues, el Estado mexicano “recobró el poder que había perdido durante los conflictos y guerras que sucedieron a la independencia”.

Después vino la etapa de la profesionalización de la política. El PRI se convirtió en la otra cara de la moneda del Estado. Afirmaba que las dos burocracias vivían en continua ósmosis, y pasaban del Partido al Gobierno y viceversa. Allí, en ese país latinoamericano llamado México, el Estado pertenecía a la doble burocracia: la tecnocracia administrativa y la casta política. “Ahora bien, estas dos burocracias no son autónomas y viven en continua relación -rivalidad, complicidad, alianzas y rupturas- con los otros dos grupos que comparten la dominación del país: el capitalismo privado y las burocracias obreras”.

¿Y qué pasaba con los otros partidos? Fue la pregunta que le permitió hablar de las otras agrupaciones políticas. El Partido Comunista Mexicano, fundado en las primeras décadas del siglo XX, incluso antes que el PRI, era, decía, una agrupación pequeña, con nula o escasa influencia entre los trabajadores. Sin embargo, gracias a su control de algunos grupos de estudiantes, y, sobre todo, a su dominación en varios sindicatos de empleados y profesores, se había hecho fuerte en las universidades. Era un partido universitario, una realidad “que habría escandalizado a Marx”. A pesar de que eran intelectuales, estos profesores universitarios no se nutrían del pensamiento crítico de los comunistas europeos, y siguieron siendo los “apologistas del socialismo histórico, a través de todas sus contradictorias metamorfosis, de Stalin a Brejnev”.

Los demás partidos tampoco se salvaron del juicio crítico de Octavio Paz. El Partido Demócrata Mexicano tenía su clientela política en los campesinos pobres de la región central. Era un partido auténticamente plebeyo. El PAN, cuya base social era la clase media. Ambos partidos sufrían crisis de identidad: querían olvidar el pasado autoritario:

La situación de los partidos políticos es uno de los signos de la ambigua modernidad de México. Otro signo es la corrupción. Desde la perspectiva de la persistencia del patrimonialismo es más fácil entender este fenómeno…La corrupción de la administración pública mexicana, escándalo de propios y extraños, no es en el fondo sino otra manifestación de la persistencia de esas maneras de pensar y de sentir que ejemplifica el dictamen de los teólogos españoles. Personas de irreprochable conducta privada, espejo de moralidad en su casa y en su barrio, no tienen escrúpulos en disponer de los bienes públicos como si fuesen propios. Se trata no tanto de una inmoralidad como la de la vigencia inconsciente de otra moral: en el régimen patrimonial son más bien vagas y fluctuantes las fronteras entre la esfera pública y la privada, la familia y el Estado. Si cada uno es el rey de su casa, el reino es como una casa y la nación como una familia. Si el Estado es el patrimonio del Rey, ¿cómo no va a serlo también de sus parientes, sus amigos y sus servidores y sus favoritos?

Este ensayo fue escrito hace 36 años, y todavía, con pequeñas adecuaciones modernas, algunos de sus puntos esenciales siguen teniendo vigencia hoy, catorce años después de haberse iniciado el siglo XXI. Como latinoamericanos y caribeños creo que no debemos sentirnos orgullosos que todavía hoy, El ogro filantrópico sigue teniendo terrible vigencia.

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