Tareas pendientes: OCTAVIO PAZ, el pensador y ensayista

Tareas pendientes: OCTAVIO PAZ, el pensador y ensayista

A los pueblos en trance de crecimiento les ocurre algo parecido. Su ser se manifiesta como interrogación: ¿qué somos y cómo realizaremos eso que somos? Muchas veces las respuestas que damos a estas preguntas son desmentidas por la historia, acaso porque eso que llaman el “genio de los pueblos” solo es un complejo de reacciones ante un estímulo dado; frente a circunstancias diversas, las respuestas pueden variar y con ellas el carácter nacional, que se pretendía inmutable. A pesar de la naturaleza casi siempre ilusoria de los ensayos de psicología nacional, me parece reveladora la insistencia con que en ciertos períodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo de entregarnos al hacer….La preocupación por el sentido de las singularidades de mi país que, comparto con muchos, me parecía hace tiempo superflua y peligrosa. En lugar de interrogarnos a nosotros mismos ¿no sería mejor crear, obrar sobre una realidad que no se entrega al que la contempla, sino al que es capaz de sumergirse en ella? Lo que nos puede distinguir del resto de los pueblos no es la siempre dudosa originalidad de nuestro carácter…sino la de nuestras creaciones…Octavio Paz, El pachuco y otros extremos, en El laberinto de la soledad.

En este viaje iniciado la semana pasada para conocer un poco al gran Octavio Paz, premio Nobel de Literatura en 1990. Vimos algo de su poesía, terminando con su poema autobiográfico en el que se preguntaba constantemente quién era y a dónde iba con sus palabras, pasamos hoy al Octavio Paz ensayista y pensador. Su primer ensayo El laberinto de la soledad fue publicado en 1950. Le siguieron otros muchos de forma casi consecutiva como: El arco y la lira (1956), Las peras del olmo (1957), Cuadrivio (1965), Puertas al campo (1966), El ogro filantrópico (1979), Hombres en su siglo (1985), Pequeña crónica de grandes días (1990), Itinerario (1994) y Vislumbres de la India (1995), solo para citar algunos.

Me encanta su forma de escribir. Su prosa es hermosa, directa y profunda. Al leerlo, sus páginas te atrapan. Sana envidia. En su primera obra de ensayo, publicado cuando tenía 36 años, en un momento difícil para el mundo. Se vivía en el corazón de la Guerra Fría; al calor de las dictaduras latinoamericanas y con el predominio del imperio de los Estados Unidos como dominador regional. Más aún, México, tan cerca del coloso imperial, se arraigaba en su nacionalismo extremo; pero era un país, como bien describe el gran Octavio Paz, compuesto de tantos grupos disímiles y lejanos unos de otros, que al constatar la realidad le hacía reiterarse la pregunta ¿Existía un ser mexicano?

El Laberinto de la Soledad es una reflexión de la preocupación de Octavio Paz en torno al ser mexicano. Se preguntaba sobre sus orígenes y sobre todo las razones por las cuales el mexicano común actuaba como lo hacía. Se preguntaba constantemente ¿Había una identidad? ¿Se podía hablar de identidad mexicana? ¿Qué significaba? El libro consta de nueve ensayos: “El pachuco y otros extremos”, “Máscaras mexicanas”, “Todos santos, día de muertos”, “Los hijos de la Malinche”, “Conquista y Colonia”, “De la Independencia a la Revolución”, “La inteligencia mexicana” y “Nuestros días”. Cuenta también de un apéndice que se titulaba: “La dialéctica de la soledad.”

En el “El pachuco y otros extremos”, se preguntaba Paz ¿Qué significaba ser mexicano? ¿Tenía conciencia la población? Entonces él se contestaba: “No toda la población que habita nuestro país es objeto de mis reflexiones, sino un grupo concreto, constituido por esos que, por razones diversas, tienen conciencia de su ser en tanto que mexicanos. Contra lo que se cree, este grupo es bastante reducido. En nuestro territorio conviven no solo distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos. Hay quienes viven antes de la historia; otros, como los otomíes, desplazados por sucesivas invasiones, al margen de ella. Y sin acudir a estos extremos, varias épocas se enfrentan, se ignoran o se entredevoran sobre una misma tierra o separadas apenas por unos kilómetros. Bajo un mismo cielo, con héroes, costumbres, calendarios y nociones morales diferentes, viven católicos de Pedro El Ermitaño y jacobinos de la Era Terciaria….”. Paz señala que los pachucos, por su propia condición, son incapaces de asimilar a una civilización que los rechaza. Concluye con un dejo de tristeza que el llamado “ser mexicano” está en manos de una minoría activa, que poco a poco se va apoderando de la conciencia de los mexicanos.

Cuando aborda el tema “Máscaras mexicanas” llega a la dramática conclusión cuando asegura que “viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, tolo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación.” Critica la ‘hombría’ del mexicano, de que no se ‘raja’ nunca, que en lenguaje de hoy es el machismo ancestral latinoamericano.

“Todos santos, día de muertos”, este capítulo III trata de la cultura ancestral en los mexicanos, sustentada en un sincretismo sin igual de creencias mágico-religiosas: “Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, como se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del General Zaragoza. Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la Fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizás para callar mejor el resto del año…nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México.”

Y así, en esa lógica de crítica, nostalgia y explicación siguen los demás capítulos, para terminar con el apéndice “La dialéctica de la soledad”, donde se sintetiza su pensamiento, lo fundamental de este libro. Afirma que “la soledad, el sentirse y saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro…el ser que…se ha inventado a sí mismo… consiste en un aspirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad…” La verdad es que 64 años después, este libro sigue siendo una joya de la filosofía y la literatura. En este viaje, estoy aprendiendo a adentrarme en el pensamiento de este hombre que tanto influyó en el siglo XX.

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