Tarzán, plátanos y mujeres

Tarzán, plátanos y mujeres

Yo tenía once o doce años cuando llegó al país la película “Tarzán Lucha por su Vida”. Sería la primera vez en la historia que una película se exhibiría al exorbitante precio de 75 centavos, para lo que todos los muchachos de mi barrio hicieron cuanto estuvo a su alcance para reunir semejante suma de dinero. Yo no pude reunir nada, así que armé en casa una pataleta para que me dieran los 75 centavos, consiguiendo solo 75 correazos que me llovieron por todos lados mientras mi papá repetía acompañando los fuetazos “con 75 cheles se compra un ciento de plátanos”.

Y era verdad. Corría el año 61 ó 62 que para el caso es lo mismo , y en los mercados un ciento de plátanos costaba 75 centavos, mientras que en la calle se compraban a un centavo la unidad. Y eso, que estábamos en crisis política. Acabábamos de salir de la dictadura de Trujillo y todavía no funcionaba el tinglado democrático. Pero había plátanos en Villa Mella, La Victoria, Yamasá, Hainamosa y toda la periferia de la Capital.

En estos días los plátanos están más caros que las mujeres, simplemente porque la tierra que los producía fueron sepultadas por barrios, calles, carreteras y urbanizaciones, y porque el manejo económico del país ha determinado ahogar a los productores nacionales de plátanos y de todo para beneficiar al comercio importador.

El plátano ha sido en toda nuestra historia uno de los componentes principales de la dieta diaria. En las condiciones actuales se ha ido transformando en un artículo casi prohibido y sin que se vea por ningún lado un sustituto. Quizás sean los campesinos que tienen plátanos en sus conucos los que sentirán menos la carestía de la conocida musácea.

Yo que soñé de niño ser como Tarzán, y vivir colgando de bejuco en bejuco comiendo plátanos maduros, guineos y naranjas, he tenido que renunciar a ese futuro. Otro es el futuro de la Nación, por lo que se ve, en el que rivalizarán plátanos y mujeres, ya no tanto por la belleza, sino por la preferencia.

[b]Y seguimos en “peligro”[/b]

Diga usted que ve esta foto si los peligrosos somos nosotros o el cruce. Porque ¿cuál es la seguridad con que cuenta ese grupo de ciudadanos a lomos de un camión al descubierto? ¿Y por qué culpar al cruce de peligroso si el pobre ni siquiera se mueve?

La cuestión no es si hay normas en las carreteras y calles para su uso como vías de comunicación. La cuestión es que aunque son vías de comunicación los usuarios de carreteras y calles están cerrados a la comunicación.

Me explico. La ciudad y las carreteras estás llenas de avisos que alertan tanto a conductores como a transeúntes sobre el correcto uso de éstas, pero conductores y transeúntes no asimilan esa información, no es para ellos, no es de su incumbencia, no les va ni les viene, es como si los avisos fueran solamente para extranjeros.

En la ciudad los choferes están a la espera de que se mueva a otro sitio el agente de Amet para hacer todo lo contrario de lo que manda la Ley. Lo hacen premeditadamente, les importa un carajo que sus violaciones resulten agresivas para los demás ciudadanos, su único problema es “capturar” pasajeros. Para esta gente no existe orden, son simplemente predadores del transporte, y en la carretera compiten por quien más veces rompa la ley.

Y ahí sí, ahí sí seguimos en el mayor de los peligros.

[b]La carretera como patio[/b]

La anarquía de la construcción ha convertido algunas carreteras en patio de algunas casas. Posiblemente el constructor levantó su vivienda pensando que la carretera le pasaría por delante, pero no pasó. Así que la carretera le quedó en el patio de la casa, cosa que debería inscribirse en el libro de las rarezas del mundo.

Y es que no siempre las estrategias funcionan como esperamos. En ocasiones el plan es que la carretera pase exactamente por encima de la casa construida, así, los constructores se ven obligados a indemnizar al habitante con lo suficiente para una buena casa o un buen apartamento.

Pero ocurre que a veces la estrategia falla y la carretera pasa a un kilómetro de la casa. Entonces, se recurre al “plan B”: la cañada que amenaza la salud, el agua que hay que buscarla a dos kilómetros, la falta de escuela para los niños, el huracán que derribó 10 casas, etc., etc.

La carretera, leída como un libro de experiencias, nos enseña cómo los dominicanos han vivido como las pequeñas fieras: al acecho de pequeñas presas. Nunca hemos pensado en la organización de un ganado o de un gran rebaño, sino en la actividad predadora de la más pequeña escala, medrando, mordisqueando mendrugos, porque nos han acostumbrado a medrar a los pies de los que hemos hecho poderosos para poder seguir medrando a sus pies, y así por los siglos de los siglos…

[b]En 3 meses estamos en eso[/b]

De nuevo llega la feria electoral. Esta vez hay una diferencia interesante: nadie ha prometido nada, todo el mundo se ha centrado en acusarse mutuamente de que cuando estuvieron en el gobierno no hicieron nada por el país y solo se preocuparon por beneficiar a determinados grupos económicos.

Y extrañamente todos tienen razón, todos estuvieron en eso, y aún sabiéndolo la gente irá a la feria electoral a gozar con los payasos de su preferencia, a estimularse con sus mentiras, a bailar con su música pagada con dinero de bancos quebrados y, naturalmente, a ver si alguien cercano resulta premiado con un cargo o algunos contratos de obras.

Ya corre por las carreteras la famosa arenga “hay que salir de éste como sea”. Así salimos de Balaguer porque había que salir de Balaguer; salimos de Jorge Blanco porque había que salir de Jorge Blanco; salimos de Leonel Fernández porque había que salir de Leonel Fernández… y ahora llaman a salir de Hipólito. ¿Para entrar dónde?

Llevamos décadas saliendo de todo para entrar en la nada, en una nada cada vez más vacía. Es posible que Haití nos lleve muchos años por delante, incluso fueron independientes mucho antes que nosotros. Pero eso no es mucha ventaja, ya les alcanzaremos, ya llegaremos a su situación, porque ese es nuestro camino, o por lo menos es por ahí que nos llevan.

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