Tavito Vásquez, un músico de músicos

Tavito Vásquez, un músico de músicos

POR CHAN AQUINO
Cada generación trae consigo personalidades que trascienden a sus contemporáneos y nos dejan un legado que enriquece el espíritu de multitudes. Son a mi juicio, profetas incógnitos, quienes con su labor remozan las acciones de aquellos destinados a entregarnos el mensaje del Todopoderoso. A este grupo perteneció el Tavito Vásquez que conocí.

Don Octavio fue para mí, sobre todo, un devoto profundo de sus creencias religiosas y un consumado contribuyente de su iglesia.

Esa faceta de su vida la observo en silencio; nunca le vi tratar de influenciar a nadie, pero siempre hizo saber que su religión estaba por encima de todo. ¿Cómo puede uno explicarse que un músico de profesión imponga como condición no tocar uno de los días de más movimiento de la semana por la necesidad de observar sus votos religiosos?

En lo que respecta a su condición de artista, Tavito fue simplemente un genio. Debo aclarar que al usar la denominación de genio, lo hago en el sentido más estricto de la palabra. El virtuosismo que Tavito llevó al saxofón alto trasciende los confines de la nación o el estilo musical en que lo desarrolló. Creánme que no exagero. No se trata sólo de la destreza técnica que alcanzó, es más bien el hecho de que Tavito creó un lenguaje nuevo de cómo expresarse en su instrumento. Es así como entra en el panteón reservado a los innovadores. Yo que me dediqué a importunarlo con tantas preguntas, en una ocasión le pedí que me explicara cómo era posible que dos músicos pudieran tocar la misma nota y una pudiera poseer la belleza de los cantos angelicales y que la otra no expresara la misma belleza. Me respondió diciendo: «Chan, la diferencia no tiene nada que ver con el instrumento, es como te imagines esa nota en tu corazón».

Como ente humano, el Tavito que conocí fue siempre bondadoso. También fue humilde, nunca hizo pretensión de su superioridad artística y, algo raro en nuestro país, fue desprendido con su sabiduría. Se complacía con enseñar, particularmente a los jóvenes.

Nos brindó el privilegio de visitarnos por dos semanas, junto a su esposa, en la ciudad de Nueva York. Había accedido a realizar una grabación junto a su discípulo más destacado, nuestro gran Mario Rivera.

Llegó mortalmente herido en el corazón de una condición llamada cardiomiopatía, que no tiene cura, a menos que sea con un trasplante cardíaco. Sin embargo, se negó a posponer la grabación por haber dado su palabra.

Gracias a los especialistas que lo trataron durante su estadía, se recuperó mucho y pienso que su estadía fue feliz.

Mis colegas no le dieron más de seis meses; sin embargo, vivió más del doble. Cuando finalmente confrontó su destino, lo hizo a su modo: Abrazado de su querido instrumento deleitando con su talento a una audiencia entusiasta.

El más grande intérprete que jamás diera a luz nuestra amada Quisqueya, se desplomó en la tarima como era de esperarse, rodeado de un grupo de músicos que bien pudieran haber pasado por sus hijos.

Uno de ellos me refirió que levantó la mirada de su instrumento al notar que el gran maestro Tavito Vásquez había dejado de tocar a mitad, de su interpretación, y que, al verlo caer, lo que más llamó la atención fue que, aún fulminado, la última nota que sopló el maestro tenía la afinación precisa y la belleza de las notas que sólo emanan del corazón, a pesar de ser este su último latido.

Los de la talla del maestro Tavito Vásquez, cuando pasan no mueren, más bien se inmortalizan.

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