Taxistas unánimes en Buenos Aires

Taxistas unánimes en Buenos Aires

Nuestra agenda de vacaciones no incluía la política argentina. Sin embargo, los locuaces y amistosos taxistas porteños, ávidos de hacer catarsis con clientes receptivos, convirtieron nuestro ir y venir por la monumental y paradójica ciudad de Buenos Aires en un plebiscito político.

Escuchamos, cautivos, la opinión de diecinueve chóferes. Sus pareceres fueron sorprendentemente unánimes. Conociendo la diversidad de origen y la variada educación de los conductores metropolitanos- y el temperamento hispano-italiano, disidente y controversial- resultaba válida la muestra y atendible la consonancia de sus pareceres.

De Florida a Recoleta: “Esto no es socialismo señor, esto es una milonga podrida. Pura mentira, entedé.” Camino a Palermo Viejo: “Aquí los peronistas nos las han clavado siempre. Pelotudos que somos, señor.”

Saliendo de Puerto Madero hacia Reconquista: “Antes, yo salía en el taxi ocho o nueve horas. Ahora, le pego catorce horas y no alcanza.”

Al doblar de una monumental construcción neoclásica, ampulosa y rica, la basura acumulada daba trabajo a quienes escarbaban en sus desperdicios, mostrando el resultado de un desgobierno crónico que humilla la metrópoli. Por la Avenida 9 de Julio hacia San Telmo: “Son unos atorrantes, se lo roban todo, che.”

Desmontando en El Ateneo: “Sabés, han mandado a Maradona a representarnos en el congreso de literatura de Frankfurt. Pero si el pibe casi ni sabe leer, viste… Son unos boludos éstos del gobierno”.

De Santa Fe a la Avenida Córdoba: “Mirá, meterse con el campo; que pareja de mieeerda, si eso es lo mejor que tenemos.

Los restantes profesionales del volante diferían solo en adjetivos y en la extensión del análisis. Atendiendo a tanto resabio rodábamos por imponentes avenidas y cruzábamos por destartaladas callejuelas; conociendo pintorescas barriadas ambientados por tangos y milongas que ofrecía la radio de los taxis.

El Buenos Aires de talante europeo, el de Borges, el de cinco premios Nobel y el del Teatro Colón, se ofrece repleto de salas de conciertos, conferencias, obras teatrales, universidades, librerías generosas, restaurantes exquisitos y del imperativo dulce de leche en cada esquina. La gente, amable, asequible y de fácil conversación. No obstante, la atmósfera bonaerense era la de una inminente crisis política (ya la paralización del campo había iniciado la tensión semanas antes).

Un prestigioso editorialista definía la filosofía de la presidencia como “Un populismo divorciado de la realidad”. La tendera, mientras despachaba alfajores, la consideraba una desgracia. Los titulares de los matutinos abundaban en escándalos asociados a la Casa Rosada.

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