Me conmovió la foto en primera página del niño arrodillado con los brazos hacia el cielo, pidiendo, supongo que Dios le devuelva a Maradona, o le haga un milagro de consolación. Según la noticia, el gran Maradona fue velado y homenajeado en la Casa Rosada, sede del gobierno del que Malraux llamó “el imperio que nunca se realizó”.
Cuando se pierde el ídolo, la desconsolación es inmensa. Hubo mujeres que se suicidaron cuando murieron Gardel, Jorge Negrete y Pedro Infante; no en vano llamados ídolos populares.
Detrás de esas muertes están una cultura y una mentalidad idolátricas, cuyas vinculaciones con fenómenos actuales han sido poco estudiadas.
En ambos casos, cultura y personalidad, hay una fuerte dependencia del individuo-grupo respecto al objeto de su intensa afectividad, al punto que no se concibe vivir sin el objeto o persona venerados.
El comportamiento idólatra suele producirse en personas y pueblos que han sobrevivido situaciones extremas por períodos relativamente largos.
Actualmente, la idolatría suele estar relacionada con experiencias infantiles traumáticas en las que una relación afectiva fuerte “salva” al sujeto de mayores sufrimientos. Madres abandonadas y maltratadas, individuos con infancias llenas de dificultades suelen desarrollar relaciones donde el afecto biunívoco o unidireccional le da sostenimiento y sentido a la vida de estas personas.
Sucede a menudo con deportistas, artistas, e individuos del mismo o diferente sexo, con las cuales se “sueña”, y con quienes se establecen vínculos emocionales fuertes, a menudo solamente desde el sujeto hacia la persona-objeto de veneración o de excesivo afecto.
En muchos pueblos de la Región es también frecuente que la afectividad se canalice hacia algún tipo de deidad.
En la cultura popular dominicana, (también en clases medias y demás), debido al abandono del hogar por parte del padre, y el frecuente maltrato a la madre y los hijos, por parte de dicho padre, antes y después del abandono; tienden a producirse relaciones idólatras entre miembros de la familia, principalmente, madre-hijo (¿Edipo hipertrófico?).
Paralela y vinculantemente, también se genera veneración hacia ídolos religiosos, como “las vírgenes” y “santos”, parte de la religiosidad popular y el sincretismo católico-vuduista; (en desacuerdo con la tradición bíblica).
A menudo, la idealización de la madre, de la virgen y la novia-esposa tiende a refundirse en un solo constructo idolátrico. En el mismo, la mujer-esposa tiende ser, gradualmente, la continuidad del constructo madre-virgencita; por lo que el varón demanda la ternura y el exagerado consentimiento de la madre, con la santidad y pureza de la madre-virgencita.
Según nuestra hipótesis, el hombre capturado en ese triángulo idolátrico, tiene serias dificultades para sobrevivir fuera del mismo. Por ello, lo que más ama tiene el poder de destruir su vida emocional, y por ello, mata a la “responsable” del sacrilegio, la mujer; luego se suicida, porque ya la vida perdió sustento y sentido, “totalmente”.
Esta posible dimensión del femenicidio debe ser profundizada, conjuntamente con: machismo, patriarcalismo, pobreza, desempleo, desarrollo educativo-ocupacional de la mujer, el cancionero popular, y afines.