Teatro le sirvió como arma de lucha

Teatro le sirvió como arma de lucha

«Ya yo no soy Manolo Tavárez, yo soy el esposo de Minerva y no me puedo permitir que se piense que no estoy siguiendo sus pasos”. Se me salieron las lágrimas como ahora porque él sabía que lo iban a matar. Y así fue”.
Iván García Guerra recuerda con ojos humedecidos esa tarde de 1963 cuando junto a Rafael Molina Ureña, Félix Germán y Rafael Vásquez visitó a Manuel Aurelio Tavárez Justo para convencerlo de que desistiera de la guerrilla, conocedores de que “un grupo del 14 de Junio lo estaba empujando a las montañas”.
El magnífico actor pertenecía a la misma organización que el líder de Manaclas desde que interrumpió sus estudios de Derecho en las Universidad donde había conocido a la esposa del connotado político. Ya era antitrujillista contagiado por la oposición de su padre hacia el régimen y esa condición lo acercó a la intrépida dama.
“Hablamos una vez, yo sabía en lo que ella estaba. La gente le sacaba el cuerpo, rozamos el tema político…”, relata. Al describirla expresa: “Cuando uno tiene cierta edad e ideales deifica un poco las cosas, la veía como alguien allá arriba… era alta, brillante, distinguida, fuera de mi alcance, correcta, ¡una señora!”.
García era miembro de una célula a la que lo integró José Guerra Nouel (Pepito), en 1960, y en la que estaban, además, Pipe Faxas, Teobaldo Rodríguez, Toñito Canto y “el ingeniero Manzano”. Celebraban reuniones en la casa de Iván, en la 19 de Marzo esquina Salomé Ureña, o en la de Pepito, una gran finca al otro lado del Ozama.
Además escribía y distribuía panfletos que redactaba en “La Cafetera” junto a Franklin Domínguez, Máximo Avilés Blonda, Ina Moreaux… “Eran pedacitos de papel en mimeógrafo, era nuestra forma de protestar en una actitud provocadora”.
Su repulsión a la dictadura también se puso de manifiesto en atrevidas actuaciones de teatro que denunciaban las atrocidades. Fue Marco Antonio en “Julio César”, en la que concluía: “¡Maldad, ya estás en pie, sigue el curso que quieras!”. Pero fue en “Espigas maduras” donde proyectó con más ardor su pasión antitrujillista. Allí fue “Damián”, uno de los hijos del padre autoritario, en la que se llegó a expresar: “¡Treinta años soportándote!”.
“La gente no aplaudía, salía en silencio, el único pueblo que reaccionó fue San Francisco de Macorís. Tuvimos que salir por la parte de atrás porque los calieses nos estaban esperando. Al final rompí la cédula, la palmita, la inscripción en el Servicio Militar Obligatorio y grité: ¡Ya me liberé!”.
Poco tiempo después de ajusticiado Trujillo hubo que trasladarlo a un centro de salud tras su actuación en “Muertos sin sepultura”, en que encarnó a Henry, un torturado, porque aún permanecía latente la rabia hacia el tirano y Rubén Darío Echavarría le pateaba con tanto realismo que Iván se sintió físicamente lesionado cuando logró zafar una pierna de la silla eléctrica. Era una representación de la cárcel La 40.
Previo a esa presentación el autor de “Los dioses ametrallados” enfermó del hígado suponiendo que Johnny Abbes había descubierto sus actividades conspirativas. Trabajaba como productor de programas en Radio Caribe y dos días después de ser arrestado Pepito Guerra, el tenebroso jefe del SIM le vio pasar por uno de los pasillos de la estación y preguntó: “¿Y ese no es el tal Iván García?”.
“Yo pensé: Pepito cantó, y seguí”. Hoy afirma, sin embargo, que no cayó preso gracias a Pepito. “No me denunció a pesar de que lo torturaron de forma abusiva. Asistí al juicio y tenía gusanos en la espalda”.
Con Pupo y Amadito. Iván García fue actor preponderante en casi todos los procesos políticos contemporáneos, desde el trujillato hasta la Revolución de Abril en la que estuvo hasta que se anunció la toma de posesión de Héctor García Godoy como Presidente Provisional.
Desde el bachillerato en “La Normal Presidente Trujillo” fue un cuadro de las conjuras de su generación. Desempeñó acciones preponderantes en el periodo de la destrujillización en el que fue acusado injustamente de incendiar a Radio Caribe. Pedro Justo Carrión testificó a su favor frente a Abbes García y a pesar de la descarga debió ocultarse donde una amiga en la calle Danae.
Había sido parte de la nutrida turba que se movilizó desde el Conde hasta el Palacio Nacional, pero cuando un manifestante conminó a desviarse hacia la emisora él se dijo: ¡No! porque Santiago Lamela Geler estaba dentro y estuvo enterado de sus tramas y nunca lo delató.
También lo persiguieron los paleros de Balá después de horas de agitación popular. “Nos subimos en una camioneta. La gente del 14 me acababa de dar una pistola 38 cañón corto para que me defendiera y apunté al que me señalaba… Pero me dije: ¡Iván, tú no vas a matar a nadie! Viendo la cara de espanto del hombre no le hubiera disparado nunca”, afirma.
Tampoco descargó un arma en la Guerra Patria a pesar del consejo de uno de los líderes de la refriega que más admiró, el coronel Lora Fernández. Combatió con sus ideas y ejemplo de entrega. Es una de las historias más amplias y dignas de su existencia agitada que estuvo también en riesgo después del 30 de mayo de 1961, pues él tenía contacto con dos de los más conocidos cabecillas del complot contra el sátrapa: el teniente Amado García Guerrero y el general José René Román Fernández (Pupo).
Trabajando en una estación del Gobierno Iván se atrevió a formar un sub-grupo de su célula que integraban Papi Quezada, Lilín Díaz, Mario Ferreti y Manuel Ruiz Bastardo, quienes junto a él acordaron que cuando se supiera de la muerte de Trujillo utilizarían como señal un anuncio inventado por ellos de un producto que tampoco existía: Leche Pangola.
Tan Pronto Pupo y Amadito escucharan el comercial tomarían Radio Caribe con un grupo del ejército.
El 30 de mayo, mientras circulaba por la George Washington, escuchó el anuncio y suspendió el paseo para apersonarse en la estación. “Entré, fui a mi oficina a esperar a Lilín o a Papi Quezada y no apareció nadie”, cuenta.
Después se enteró que un empleado de los controles escuchó al grupo de Abbes comentar que habían matado a Trujillo y colocó el comercial.
Al otro día volvió a sus labores, “fue de comedia porque ahí estaban los calieses y militares. Nos reunimos en el salón de grabación, hablamos y no pasó nada porque no hubo ningún apoyo militar”.
Es probable que Iván heredara el arrojo de su padre, el reconocido médico Toribio García. “Era bastante tranquilo pero no aceptaba a Trujillo. El primer hecho de rebeldía que presencié de él fue cuando le llevaron la placa que era obligatoria en los hogares y que rezaba: “En esta casa Trujillo es el Jefe”. Y papá se puso fúrico: ¡No señor, en esta casa el jefe soy yo! ¡Váyase de aquí!”.

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