Teatro Nacional “Eduardo Brito”

Teatro Nacional “Eduardo Brito”

DIÓGENES CÉSPEDES
La cronología histórica de la campaña para que el Teatro Nacional lleve hoy el nombre del cantante lírico y popular más famoso de la República Dominicana se la debemos al culto periodista Álvaro Arvelo, quien la publicó con el título de “Cápsulas” en el vespertino El Nacional.

El contenido de la columna de Arvelo es un homenaje a quienes llevaron la voz cantante en esta campaña y, también, el reconocimiento a quienes se opusieron a la medida, pues esto nos dio más argumento para insistir en nuestra petición. Así es como interpreto la oposición del dilecto amigo Jacinto Gimbernard, publicada en el matutino Hoy, donde sugería que el nombre del Teatro Nacional llevara el nombre de Gabriel del Orbe, gran violinista que brilló en los escenarios nacional e internacional. Niño prodigio, graduado en la Alta Escuela de Música de Berlín en 1909. Niño mimado de los gobiernos de la época, contrario a Brito, recibió el apoyo oficial, el cual llegó hasta regalarle un violín Ruggeri del siglo XVII, fabricado en Brescia, Italia, según lo acota Bernarda Jorge en su libro “La música dominicana. Siglos XIX-XX” (Santo Domingo: Editora de la UASD, 1982, p. 167.

No es que Del Orbe no mereciera que al Teatro Nacional se le pusiera su nombre. No, Gimbernard. Se trata de prioridades políticas. Las de Balaguer fueron dejar sin nombre el teatro; las de otros, nombrar con el de Brito, la sala principal. Las de Leonel Fernández, estar de acuerdo con un espectro más democrático y amplio, como ha sido la elección de su segundo mandato. Y Brito encarna eso, lo popular y lo culto, incluso con los reparos que se le ha hecho a su dicción. Del Orbe, y he visto la lista de obras que da Bernarda Jorge, pero estimo que si se considera músicos cultos a los miembros de la Sinfónica Nacional, quizá el 50 por ciento de estos, conozca en detalle las obras de Del Orbe o las haya ejecutado alguna vez. Y si le preguntáramos a un especialista en composición musical qué cambiaron en su época esas composiciones de Del Orbe, quizá la respuesta no nos sería muy favorable.

Ahora bien, nosotros sí sabemos qué cambió la voz de Brito en la música popular dominicana y caribeña. Y por los testimonios de época, también sabemos cómo impuso su voz en los escenarios de igual categoría de la lírica popular en América y Europa -el de las zarzuelas y romanzas-. Y están vivos los testimonios de personas que saben de música y le oyeron cantar en los teatros dominicanos; están registrados y documentados los testimonios de colegas y de adversarios de Brito que reconocieron su talento, que es lo único, junto a la virtud, que premia nuestra República.

Es un reto para Gimbernard y para quienes son partidarios de Del Orbe o de otros grandes músicos clásicos dominicanos, trabajar junto al sector privado y la Secretaría de Cultura para que graben las obras completas que dejaron esos excelentes compositores y la mayoría de la población las conozca y las disfrute. Al pueblo no se le puede negar lo bueno y lo que tiene calidad, so pretexto de que no entiende. Si se sigue este predicamento, los músicos clásicos dominicanos serán, toda la vida, patrimonio exclusivo de los profesores y estudiantes del Conservatorio Nacional de Música o de algunos curiosos o melómanos solitarios.

Estos no son tiempos de quejas, sino de pensamiento, decisión, acción y resultados.

Eso cosecharon quienes emprendimos la labor para que el Teatro Nacional llevara el nombre de Eduardo Brito.

Felicitaciones al Ejecutivo que promulgó la ley 177-06, al doctor Carmelo Aristy Rodríguez, pionero de esta campaña, al difunto amigo Jesús Torres Tejeda, a los miembros de la peña de Tyrone, a los legisladores Rafael Enrique González Cruz y Glovis Reyes, quienes propusieron el proyecto de ley, a Álvaro Arvelo, relacionador público de Eduardo Brito. Y a todos los que sin escribir en la prensa apoyaron, desde su corazón, el proyecto.

Si Gardel canta cada día mejor, Brito también. Pierde su tiempo el intelectual que se concentra en los defectos de los grandes, porque no existe ser humano que no los tenga. En el examen de la grandeza y la transformación es donde hay que enfocarse y en el estudio de los obstáculos y las barreras que ese ser humano fue capaz de vencer para dejarles a sus congéneres un mundo mejor.

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