Por REYES GUZMÁN
El público llenó la Sala Eduardo Brito del Teatro Nacional la noche del viernes para el espectáculo de trucos, ilusión, pantomima y movimientos de objetos del Teatro Negro de Praga. Muchos adultos acompañaron a los infantes para en familia disfrutar de los efectos en escena.
Comenzó a las 8:45 con La lavandera, número en el que la ropa colgada en una cuerda crea frente a la mirada de la multitud la reacción de cobrar vida. Dos pares de pantalones de hombres se despiertan y luchan con unos panties. La maleta es una competencia entre un hombre feliz y un envidioso. Ambos presentan varios tamaños de maletas, hasta que una gigante se los traga a los dos. Es seguido por El fotógrafo, en el que un soldado y una joven tratan de hacer un juego de fotografías, pero la cámara brinca, hace de las suyas y molesta al acompañante.
Entre la atención para ver si es realidad o ficción, el público sigue los movimientos de cada entrega, por eso con El violinista mueve la cabeza de un lado a otro buscando una explicación de tanta destreza. La primera parte cierra con El prisionero, el que se prolonga más de lo esperado. La gigante bola atada al pie del recluso y luego de entrar una muchacha también como prisionera, trae el amor y de su fruto a un bebé.
Luego del intermedio el espectáculo regresa con El mago, en el que los trucos van unidos a la destreza para movilizar objetos de un lado a otro. Los faroles o más bien El borracho, inicia con un inventor que sueña con volar, por lo que crea una poción que lo único que hace es emborracharlo. Entre faroles, zancadas y baile queda el resultado.
Con un taxista que sueña despierto comienza El pescado, que no es más que un paseo por la fantasía. Acostado o de pie, pasa por casi iguales situaciones.
El mejor número de la noche, a nuestro juicio, fue El caballo. Se trata de una parodia de un western, en el que la música, los galopes y los tiros forman parte de una aventura que provoca risa.