Técnicas para sacar tapones

Técnicas para sacar tapones

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Los dominicanos estamos acostumbrados a que «nunca ocurra nada». Quiero decir a que nunca ocurra nada en el orden político. Un régimen sucede a otro y, como afirma la canción, «él mundo sigue igual». Todos los atropellos son posibles sin que se turben los senos de la sociedad. Crímenes, robos, desfalcos, desordenes financieros o administrativos, pasan por las paginas de los periódicos y los noticiarios de TV en un alucinante carrusel. Pero los autores de los desmanes no son sometidos a juicio en los que llaman pomposamente «tribunales de la República».

Cuando el escándalo es mayúsculo se incoa el correspondiente proceso… con la intención de que no llegue a término. Se aplazan las audiencias, se reenvían con el pretexto de conocer tal o cual documento significativo: un «dictamen experticio», una «traducción oficial» , una ¨auditoria especializada¨. Lo importante es que ningún esfuerzo en pro de la justicia alcance cabal cumplimiento. Todo es puro teatro o miradero público.

Esta forma de teatro político es una variedad del género emparentada con el sainete, el paso y el entremés, pero con un añadido de sarcasmo o sacada de lengua a toda la concurrencia. Aplicamos a los conflictos e intereses de la vida colectiva el adormecedor estribillo del villancico que dice: «un año que viene y otro que se va». Esta es la causa por la cual celebrados escritores del siglo pasado apostrofaban: en Santo Domingo «el crimen mismo no es mancha perdurable». La frase es de Américo Lugo y se encuentra en su tesis, escrita en 1916, titulada El Estado dominicano ante el derecho publico. Un periodista agudo y festivo hizo circular un relato en el que aparecía congregada la población de una ciudad, en la calle principal, para ver entrar unos revolucionarios que tras haber derrocado el gobierno organizaron un «desfile triunfal»; en ese relato un personaje de la multitud grita: «son los mismos», esto es, los mismos que estaban en el poder.

Esa circularidad – o mito del eterno retorno – es aducida por los políticos cínicos, y teóricos pesimistas, para desmovilizar a la sociedad dominicana y frenar cualquier posible resistencia. Las «cosas nuestras» siempre han sido así; es inútil pretender cambiar el esquema, parece ser la «inyección ideológica» con la que desean inocularnos. Nos previenen, a fin de que no caigamos en la ingenuidad de hacernos ilusiones sobre «cambios sociales» en la RD. Esos cambios tal vez ocurran en otros países: en Europa, en los EUA, pero nunca tendrán lugar entre nosotros. El mensaje implícito es que la sociedad dominicana es una extraña comunidad situada fuera de la historia, fuera de la biología, fuera de las normas generales de la sociología. Somos poco menos que un «engendro» histórico.

Sin embargo, hay claras señales de que uno de estos días, hoy o mañana, podrían ocurrir cosas sorprendentes en la RD. No se trata del «hartazgo» ante lo que llamo «el abuso del abuso». Tampoco es, simplemente, que nos miremos en «un espejo de palote» para hacer, junto al examen facial, el examen de conciencia. Nada de eso; es un asunto mucho mas grave y de raíz triple: estadística, demográfica, económica. Sobre ese «engendro» que decimos es la RD existen cifras. Pronto se sabrá cuantas tarjetas de crédito emiten los bancos comerciales y otras instituciones financieras. Tengo una débil esperanza: que de los controles administrativos del Banco Central sobre esos medios de pago surjan datos confiables en conexión con hechos económicos y sociales relevantes. ¿En qué cosas gasta la gente la mayor parte de sus ingresos? Las «preferencias» en el consumo quedan grabadas en los records de las tarjetas de crédito. Esas huellas documentales explicarán algunos misterios de la conducta de nuestro pueblo.

El crecimiento de la población, y el de la cantidad de vehículos que circulan por las calles, están produciendo cambios tremendos en las costumbres de los dominicanos. La arrabalización de las plazas publicas, el robo de automóviles con participación de la policía, son efectos penosos que vemos con palmaria presencia. La desesperación de los habitantes de cientos de urbanizaciones frente a la delincuencia, es otro aspecto negativo que acompaña el crecimiento demográfico. Nos parece que vivimos desventuras terribles, difíciles de soportar. Y así es, sin ninguna duda.

Ahora bien, ese agravamiento es, precisamente, el comienzo del movimiento corrector y el arranque de la curación. «Las cosas han hecho montón»; no podremos seguir por el camino habitual porque ya somos muchos, tal vez demasiados, en una isla tan pequeña. Los robos han obligado a las juntas de vecinos a organizarse sin confiar en la policía. Empieza el cambio institucional a partir de la experiencia directa de que surge la responsabilidad ciudadana. Algunos linchamientos lamentables harán visible la necesidad de buenos tribunales. La arrabalización de parques y zonas verdes nos mostrará el valor de las reglas del urbanismo. Tal vez los libros de Báez López – Penha y de Pérez Montás dejen de ser considerados como curiosas excentricidades.

Los feroces enfrentamientos del Senado con el Poder Ejecutivo, las pujas de los partidos para repartir el botín fiscal, son otros tantos síntomas del malestar histórico que nos aqueja. La Iglesia dominicana se atreve a ser vocero de unos problemas que ya no pueden ser ocultados por el miedo o las conveniencias practicas. Ninguna sociedad logra escapar a la necesidad de organizar su vida política. Con el rechazo de la delincuencia, de los empresarios depredadores, de los malos policías, vendrá también el rechazo de los políticos detestables que nos desgobiernan. A Leonardo de Vinci se atribuye la invención del tirabuzón. Con ese instrumento sacamos tapones de corcho de las botellas de vino. Para sacar tapones políticos será preciso emplear nuevas técnicas de acción social. Es seguro que al intentar usarlas pasaremos grandes sofocones pero, finalmente, saldrán los tapones que nos bloquean.

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