Tejido de piña, un olvidado lujo asiático

Tejido de piña, un olvidado lujo asiático

Todo empezó en la era del imperio español, en el que nunca se ponía el sol. A pesar de que el tejido se inventó en el siglo XVII, los diseños de la exposición no sólo demuestran que está completamente vivo sino que desborda modernidad. Por esa razón, seis jóvenes diseñadores de la Pasarela Cibeles y tres modistos filipinos han elaborado trajes de noche, en un intento de rescatar lo perdido a partir de 1898.

Procedentes del Museo Nacional de Antropología y de coleccionistas privados filipinos, se exponen en El Retiro madrileño numerosas piezas de los siglos XVIII, XIX y XX, a modo de singular viaje por la antigua colonia española: fotografías, acuarelas, oleos, maquetas, chinelas, zuecos, abanicos, sombreros, pañuelos, abalorios, joyas, muestras de telas, botones de 1898 que nunca llegaron a coserse a camisa alguna y, sobre todo, exclusivas prendas de vestir.

LA CAMISA DEL CHINO

La tradición de la confección de piña se está recuperando en El Nido, una aldea de la selva de Palawan (Mar de la China), que cuenta con El Nido Foundation, y que ha cambiado las artes de pesca agresiva por el telar. Una partida de sus llamativas telas aparecen en la gran vitrina del centro de la sala de Casa de Vacas de Madrid (España), y cada color constituye un «corte» (seis metros) para vestido de fiesta. De este material se han surtido tres prestigiosos creadores filipinos, Edwin Tan, Inno Sotto y Pitoy Moreno, y algunos de los jóvenes modistos españoles más considerados de este momento: Ion Fiz, Jorge Vázquez, Juanjo Oliva, José Miró, José Ramón Rocabert y Carlos Díez.

Una gran pantalla proyecta el reportaje de la periodista de TVE Yolanda García Villaluenga, para explicar los pasos de la elaboración de los vestidos, el milagro de la transmutación de la simple hoja vegetal a un traje de lujo.

Su origen fue la exigencia española de que los nativos filipinos se cubrieran el torso con una camisa. Su indumentaria fue un cúmulo de influencias: motivos bordados de México y España, transparencias tropicales, hechuras chinas y elegancia hindú. En un principio se llamó «la camisa del chino».

Estas prendas viajaban en galeón a México, donde el tejido fue conocido antes que en España porque, además, la austeridad de la moda española en la época de los Austrias impedía ese gusto.

Hasta el siglo XVIII el lujo asiático no comenzó a prender en Europa y a transformarse los motivos. En el siglo XIX se convierte en el actual «barong tagalog» al incorporarle cuello y puños bordados, y lujosos botones. En contra de la moda occidental y el esnobismo colonial, los hombres filipinos lucían el «barong tagalog» por fuera del pantalón.

Las vestimentas de piña adquirieron tanto valor que sirvieron como pago de tributos. Su dimensión emocional era igualmente cotizada y fue habitual mezclar cabellos del amado o amada para el regalo de una camisa tradicional como símbolo de eterno recuerdo.

ACAPULCO, MANILA Y SEVILLA

El proceso de elaboración de la tela comienza por extraer los hilos antes de dos días tras la recolección del fruto. Con platos rotos de porcelana se separa la fibra de la pulpa sobre una base de madera. Después se sacan las hebras y se lavan con agua dulce para despegarles lo que queda de pulpa. Pagpanug-ot se llama a la unión de los pequeños hilos de peña, punta con punta, para conseguir un filamento continuo. A continuación se hilan ovillos sobre palitos de madera y, por último, las mujeres «visayans» elaboran la piña con un telar construido de madera o bambú, que manipulan con los pies.

Parece que puede renacer este tesoro de la artesanía, la tela más valorada en Filipinas y casi desconocida en el resto del mundo, desde el largo olvido que comenzó en 1898, con la conclusión de la influencia española.

A finales de febrero de 1565 y aprovechando los vientos alisios, un galeón español zarpó desde Acapulco (México) para desembarcar en las Islas Filipinas. La travesía, de tres meses de duración, se repitió hasta 1815 y dio origen a un intenso intercambio comercial y cultural entre tres continentes, unidos por tres puertos: Acapulco, Manila y Sevilla.

La bodega del galeón atesoraba la apreciada plata de la Nueva España, barricas de vino, aceite de oliva, cacao y un fruto americano que prevenía la enfermedad del escorbuto entre los marineros. Según decían en Europa, la tela de piña había sido «creada para las manos de Venus y la lujuria de los dioses».

Miles de personas esperaban en el puerto la llegada del galeón, que se recibía con repique de campanas. Allí confluían malayos, tagalos, hindúes, españoles, árabes, chinos y africanos. La diversidad de razas congregaba las más variadas lenguas e indumentarias.

Manila recibía lo más ventajoso para el comercio de China, Japón, Borneo y las Malucas: los diamantes de Golconda, la canela de Ceilán, la pimienta de Java, el clavo y la nuez moscada de Las Molucas, las perlas y tapices de Persia, la seda de Bengala, el alcanfor de Borneo y el marfil de Camboya.

SOBRE LA MESA

Los españoles llegaron a Filipinas cubiertos de tupidas lanas, pero no tardaron en dejarse seducir por la sutileza oriental. Con la planta de la piña que transportaba el galeón, los artesanos filipinos y chinos urdieron el sofisticado tejido que atrajo la atención de viajeros y científicos. En sus crónicas lo definían como «el objeto más fino del mundo, el más curioso, bello y delicado que uno pueda soñar». Donde un occidental sólo veía fruta y pulpa, los asiáticos descubrieron la trama de un tejido.

Durante el siglo XIX, los extranjeros que llegaban a las islas buscaban recuerdos que les permitieran mostrar en sus países la variedad cultural. Fue el origen de un estilo de pintura que retrataba a nativos de distinta extracción social y racial, representados con su indumentaria y herramientas de trabajo. Se llamaron «Tipos filipinos» y sirvieron también como catálogo para comerciantes de ropa.

Pescadora, arrocera, mestiza de la China, indio pobre mendigante, española, hombre tocando la guitarra o indio vestido de antiguo. Esos «tipos» lucen en la exposición junto a las maquetas de sus viviendas.

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EFE-Reportajes

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