Teleras y villancicos

Teleras y villancicos

Está llegando a su fin el año 2013; he vuelto a escuchar ayer el viejo villancico en que se canta melancólicamente “un año que viene y otro que se va”. Pero la tristeza de lo que se va, acarrea esperanzas en “lo que podría venir” con los meses del nuevo año. Es asombrosa la forma en que nuestros sentimientos “viajan encabalgados”. A veces nos embarga una “felicidad llorosa”. Caemos en la cuenta de que en medio de tantos sufrimientos que padece la gente: en Siria, en Afganistán, Haití, Ucrania y cien lugares más, tenemos la suerte de poder comer teleras y oír villancicos.

Sabemos sobradamente que los barrios pobres de Santo Domingo carecen de adecuados desagües; que algunos no disponen de agua corriente; y lo que es peor, sus habitantes no tienen dinero para comprar medicinas, ni teleras, ni nueces, ni avellanas. A pesar de ello, la Navidad emerge salvadora, como un palo para los náufragos o un analgésico para los artríticos. Así como el trabajo necesita del descanso, el sufrimiento también reclama una pausa. El hombre no puede sobrevivir sin esperanzas; requiere de “recarga”, igual que los teléfonos móviles. Los seres humanos, en algún momento del día, deben “enchufar” con la alegría.

La Navidad es una fiesta religiosa y, al mismo tiempo, una tradición profana. Aguinaldos y villancicos son dos caras de las “costumbres pascuales”. Está “el niño-Dios” y “el bulto tapao que parece un puerco asao”; la piedad, el perdón, los regalos, son tan importantes como los “pasteles en hojas”, el ponche casero o el turrón. Las oraciones por la salud de familiares, las gracias por los beneficios recibidos, no interrumpen los brindis ni los bailes populares. La Navidad abarca el cuerpo y el alma.

Todos los empeños por separar esos dos aspectos de la celebración pascual, son vanos o infructuosos. Como han sido los esfuerzos que, desde el medio-evo, se hacen para que el carnaval y la cuaresma “no anden juntos”. La época navideña es buena para la cohesión familiar, para la reflexión profunda y, además, para gozos gastronómicos y baquicos. Por mi parte, creo que el vino y los pastelitos contribuyen a la salud. Y sentir alegría es un verdadero medicamento.

 

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