Nicaragua arde.- La semana pasada el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, conmemoró junto a miles de seguidores los 39 años de la revolución que derrocó al dictador Anastasio Somoza en julio de 1979. En el acto, el presidente llamó “golpistas” a los obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, cuestionó el rol de la Organización de Estados Americanos (OEA) e instó a sus partidarios a reforzar los “mecanismos de autodefensa”. El discurso de Ortega coincidió con una resolución de la OEA llamando a adelantar las elecciones y las lamentaciones del secretario general de las Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, contra la violencia en la patria de Sandino. De manera similar se han expresado Estados Unidos, algunos países latinoamericanos, el Papa, la Unión Europea y otras organizaciones.
¿Cómo surgieron las protestas?- En una columna de agosto de 2016, cuando Ortega buscaba su tercera reelección, tal y como la logró, criticábamos que su esposa Rosario Morillo fuera su compañera de boleta, es decir, su vice. En ese entonces decíamos que el caso podía verse como nepostimo. La verdad es que las crisis surgen de cúmulos de problemas, el nepostismo pudo ser uno. Pero la situación empeoró cuando el mandatario firmó en abril una reforma sobre la seguridad social que aumentaba la cuota y establecía una cotización perpetua. Fue la excusa perfecta para opositores.
Quieren cabeza de Ortega.- Esta semana se cumplieron cien días de las movilizaciones, y los muertos -de ambos lados- suman más de 300, cientos de apresados, otros mutilados o lesionados. Y aunque Ortega desistió de la reforma, ahora en las calles piden su renuncia. Y entre humo y fuego, Nicaragua, es barricadas, encapuchados armados, funerales y lágrimas. El país luce herido y dividido. A todo esto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha respondido acusando al gobierno de Nicaragua de “asesinatos”, malos tratos, torturas y detenciones arbitrarias. ¿Qué le espera a Ortega? Pues ahora que los intentos de diálogo con la mediación de la Iglesia se han ido a pique, el presidente sandinista luce con poco tiempo y dudoso sobre la próxima ficha a jugar. Una oportunidad sería insistir en el diálogo por el bien de Nicaragua.