Telescopio

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Francia en Malí.  Esgrimiendo “la lucha contra el terror”, tropas francesas, apoyadas por ataques aéreos y  soldados africanos,  enfrentan grupos islámicos salafistas en  Malí. La intervención francesa se inició esta semana luego que los rebeldes capturaran varias ciudades. Malí, en caos desde que militares derrocaron al presidente Amadou Toumani Touré en marzo de 2012, es hoy gobernado por una junta militar y un títere interino llamado Dioncunda Traoré, mientras, poco a poco, los salafistas –sunnitas partidarios de retomar  los orígenes del Islam  basado en el Corán y la sunna, la tradición- amenazan tomar Bamako, la capital.

Ruta de oro y sal. La República de Malí es un país de África occidental sin salida al mar, debajo del gran Magreb. Al noreste lo rodea Argelia, Níger al este, y Burkina Faso, Costa de Marfil y Guinea al sur, Senegal al oeste y Mauritania al noroeste.

El norte y el centro lo forman la cuenca del río Níger y parte del Sahara. Tiene una extensión de 1,200,000 kilómetros cuadrados (La RD cabe 25 veces en Malí), y su población es de 12,000,000 (doce millones) de habitantes. Malí fue sede de tres imperios: el de Ghana, el de Malí y el Imperio Songhay.  Imperios que controlaban el comercio de sal, oro y otros materiales preciosos.

A finales del siglo XIX, Malí fue ocupado por Francia, y recuperó su independencia  en 1959. Actualmente, Malí tiene un poder ejecutivo representado por un presidente, con mandato de cinco años, y derecho a una reelección. Un primer ministro es el jefe de gobierno y nombra al Consejo de Ministros. El poder legislativo lo forma  una  Asamblea Nacional unicameral con 160 miembros.

Riesgos para Hollande. Volviendo a la candela, perdón al  alzamiento salafista, la crisis de Malí ha cruzado frontera, y en Argel un grupo armado secuestró decenas de extranjeros tomando como pretexto la acción de Francia en el vecino país. Por cierto, ¿qué busca el primer ministro francés Francois Hollande con esta  aventura? Analistas enfatizan “salvar intereses franceses”,  mejorar su popularidad o borrar la imagen de ser un presidente indeciso. Hasta ahora, sin tropas ni aviones de OTAN, Hollande se la juega en su excolonia. Y corre riesgos.

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